Dos
personajes que se acaban de conocer, un escenario de un solitario teatro y, por
delante, un intenso casting para
preparar el clásico literario “La Venus de las Pieles”, del clásico
escritor austriaco Leopold von Sacher-Masoch. Una obra compuesta por
un diálogo intensamente erótico, que entremezcla tensión sexual, sumisión y
sentimientos en cada minuto del metraje. El veterano cineasta polaco Roman Polanski
recupera el texto para un trabajo de título homónimo, junto al talento de los actores Mathieu Amalric y Emmanuelle Seigner.
Thomas
busca a la actriz principal perfecta para una adaptación personal de tal
magistral novela. Una vez terminada la audición con las aspirantes, se siente
frustrado al no haber encontrado a la idónea pero, antes de recoger sus cosas
para marcharse del teatro, aparece una apurada Vanda, que llega con retraso a la
cita por un sinfín de contratiempos. Con su arrolladora personalidad y una
cautivadora palabrería logra enredar al director para, poco a poco, mostrar sus
dotes artísticas. Pese a que Thomas se muestra reticente en todo momento, al
final se ve empujado por los encantos de una mujer que parece reunir todo lo
que él buscaba.
El
afamado autor repite fórmula encerrando a sus personajes entre cuatro paredes,
tal y como hizo con su anterior película, “Un Dios salvaje” (2011). Igualmente,
parece fascinado por mostrar ciertas dosis teatrales a sus últimas historias,
pero, en esta ocasión, incluso el escenario se rinde ante tal capricho. En
pocas cintas encontramos más suculento el desarrollo que el codiciado final y
es que “La Venus de las Pieles” centra su interés en la interpretación
de unos diálogos de gran intensidad, poderosos y fuertemente pasionales. Amalric,
que recuerda al mismísimo Polanski en los tiempos en los que él mismo
participaba en sus propios trabajos frente a las cámaras, encarna a un hombre
sometido por el estrés del profesional del espectáculo, que se rige por un
estricto horario en el que no se admiten cambios pase lo que pase.
Partiendo de esta premisa, resulta más que suculento ver cómo se ve arrastrado por los deseos de Vanda, una mujer de aspecto desaliñado que irrumpe en el patio de butacas como un huracán, rompiendo los inamovibles moldes de Thomas, el cual, incluso, llega a aceptar modificaciones sobre el texto al depositar plena confianza en ella. Una espléndida labor la del actor, que rezuma química sobre las tablas junto a su excelente compañera, que, por su parte, está más que capacitada para llevar la voz cantante en un largometraje verdaderamente arriesgado. Seigner saca adelante un complicado papel con múltiples registros que la lleva a ser vulgar, desquiciante, perturbadora, tierna, coqueta, bien educada, sensual y un largo etcétera.
Partiendo de esta premisa, resulta más que suculento ver cómo se ve arrastrado por los deseos de Vanda, una mujer de aspecto desaliñado que irrumpe en el patio de butacas como un huracán, rompiendo los inamovibles moldes de Thomas, el cual, incluso, llega a aceptar modificaciones sobre el texto al depositar plena confianza en ella. Una espléndida labor la del actor, que rezuma química sobre las tablas junto a su excelente compañera, que, por su parte, está más que capacitada para llevar la voz cantante en un largometraje verdaderamente arriesgado. Seigner saca adelante un complicado papel con múltiples registros que la lleva a ser vulgar, desquiciante, perturbadora, tierna, coqueta, bien educada, sensual y un largo etcétera.
El
magnetismo del rol de dominante-dominado, que se intercala entre ambos
constantemente, retrata de manera sobresaliente un juego obsesivo y placentero
entre los mecanismos del masoquismo y sadismo. La sexualidad les lleva a
experimentar con ellos mismos, sus límites y perversiones como forma de
autodescubrimiento. La humillación consentida, el sometimiento y el gusto por
ser despreciado nos transportan a una visión muy diferente de las relaciones de
pareja y de la complicidad que va más allá del conservadurismo. Polanski
dilata la tensión entre los dos y sobrepasa los límites del texto, con
instantes en los que no sabemos si se representa la clásica obra o si el
diálogo forma parte de su realidad.
El
director Pawel
Edelman repite experiencia, por quinta vez, junto al autor, con una
puesta en escena realmente sencilla y con la total confianza del polaco, que,
incluso, en una cinta tan invariable, ha sabido introducir su inigualable sello
de identidad. El elegante uso de la iluminación nos encierra aún más en el
antiguo teatro, focalizando especialmente a ambos actores y enfatizando su
intimidad hasta tal punto que olvidamos totalmente en qué lugar nos encontramos.
El compositor de moda, el francés Alexandre Desplat, colabora en este largometraje
para poner la guinda del pastel con una banda sonora más que idónea y de la que
es imposible no percatarse.
“La
Venus de las Pieles” es diabólicamente ácida, sensualmente atractiva y
obsesivamente parafílica, que consigue introducirnos en la historia desde el primer
minuto, en el que Polanski ya nos conquista con el único fragmento
en el que pisamos la calle, un travelling
introductorio que nos dirige al teatro, donde tenemos cita para una embriagadora
audición muy poco común.
Lo
mejor: las actuaciones de Amalric y Seigner son sublimes, pero en sí, todo el trabajo
realizado por el cineasta y su equipo es exquisito. El fantástico guiño
dedicado a una de las obras más importantes del polaco dentro de su
filmografía, “El Quimérico Inquilino” (1976), para el que reserva unos
segundos con los que sus seguidores disfrutarán.
Lo
peor: 96 minutos dentro de un teatro puede causar claustrofobia a más de
uno.
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