Muchos pertenecemos a esa generación que creció y disfrutó de la época de
esplendor del cine para adolescentes, que empezaría a dar sus primeros
coletazos durante los 80. Cientos de películas palomiteras que se estrenaban en
pequeñas salas de cine de barrio o en la televisión y que, con el paso del
tiempo, nos situaron de espectadores a testigos de un género que se iba
apagando poco a poco. Ese retrato eclosiona en “Beyond Clueless”, un documental que se nutre de más de 200 extractos
de cintas de los 90 y principios del 2000 para construir la imagen del joven de
instituto que tanto proliferaba en aquella época.
El debut del director y guionista Charlie
Lyne, columnista de The Guardian, es
un exhaustivo trabajo sobre la visión que se deba del sexo, las drogas, los
estudios o la violencia, independientemente de la calidad del largometraje. En
definitiva, simplemente se trataba de un reflejo más de lo que los medios de
comunicación entendían por “juventud”, de ese público que, de una manera u
otra, se sentía identificado con las historias superfluas que se narraban.
La mítica actriz Fairuza Balk, una de las reinas del cine teen, narra cada una de las reflexiones
escritas por el cineasta, generando una especie de regresión a nuestro pasado.
Eso sí, no existen titubeos para contar más de un final, así que es aconsejable
haber visionado la mayoría de ellas. Bien es cierto que su voz es totalmente
idónea para tal cometido y, como es obvio, uno de los largometrajes expuestos a
análisis no podía ser otro que “Jóvenes
y Brujas” (Andrew Fleming, 1996), en el que Balk interpretaba a la antagonista, Nancy, y del que extrae esa búsqueda de aceptación que,
inevitablemente, se extiende más allá de esa etapa vital.
Se repasan esas clásicas escenas protagonizadas por las cuatro jóvenes aprendices que se refugian en el poder sobrenatural para enfrentarse a lo que les rodea, impedir el abuso de otros o sentirse queridas. Un patrón que continuamente se explotaba también en otras como “Alguien Como Tú” (Robert Iscove, 1999), en la que el cambio físico de una persona le facilitaba las relaciones con los demás, o en “10 Razones Para Odiarte” (Gil Junger, 1999), en la que se cumple a la perfección toda clase de estereotipos o de, incluso, esas tribus urbanas que en todo instituto había, los más deportistas y su capitán de equipo que, además, era la estrella del centro de estudios frente a las animadoras, chicas obsesionadas con su look, con imponer respeto y generar fama a su paso. Los nerds con sus gafas y enfrascados en clubs de ajedrez, matemáticas o física, los que abusaban de la marihuana y acudían a las clases con sus ropas hippies, los más oscuros del colegio, que miraban de reojo con sus rosarios al cuello, los skaters con sus monopatines a cuestas, los del grupo de teatro o de radio y un sinfín más de pequeñas bandas que se aglutinaban a las puertas de las clases, mientras charlaban y ordenaban su taquilla. Puntos clave de toda película de adolescentes que se precie, pero más allá de lo simple, tras lo que aparentemente era puro divertimento, se escondían valores conservadores como en “El Diablo Metió La Mano” (Rodman Flender, 1999), en la que Devon Sawa, en el papel de Anton, decidía amputarse una mano que tenía vida propia cuando en realidad escondía una forma de reprimir sus deseos más íntimos.
Se repasan esas clásicas escenas protagonizadas por las cuatro jóvenes aprendices que se refugian en el poder sobrenatural para enfrentarse a lo que les rodea, impedir el abuso de otros o sentirse queridas. Un patrón que continuamente se explotaba también en otras como “Alguien Como Tú” (Robert Iscove, 1999), en la que el cambio físico de una persona le facilitaba las relaciones con los demás, o en “10 Razones Para Odiarte” (Gil Junger, 1999), en la que se cumple a la perfección toda clase de estereotipos o de, incluso, esas tribus urbanas que en todo instituto había, los más deportistas y su capitán de equipo que, además, era la estrella del centro de estudios frente a las animadoras, chicas obsesionadas con su look, con imponer respeto y generar fama a su paso. Los nerds con sus gafas y enfrascados en clubs de ajedrez, matemáticas o física, los que abusaban de la marihuana y acudían a las clases con sus ropas hippies, los más oscuros del colegio, que miraban de reojo con sus rosarios al cuello, los skaters con sus monopatines a cuestas, los del grupo de teatro o de radio y un sinfín más de pequeñas bandas que se aglutinaban a las puertas de las clases, mientras charlaban y ordenaban su taquilla. Puntos clave de toda película de adolescentes que se precie, pero más allá de lo simple, tras lo que aparentemente era puro divertimento, se escondían valores conservadores como en “El Diablo Metió La Mano” (Rodman Flender, 1999), en la que Devon Sawa, en el papel de Anton, decidía amputarse una mano que tenía vida propia cuando en realidad escondía una forma de reprimir sus deseos más íntimos.
El cine teen también exploró diversos
subgéneros, como el terror de “Sé
Lo Que Hicisteis El Último Verano” (Jim
Gillespie, 1997), “The Faculty” (Robert Rodriguez, 1998) o “Leyenda Urbana” (Jamie Blanks, 1998); el thriller de “Comportamiento
Perturbado” (David Nutter, 1999) o el drama de “Crueles Intenciones” (Roger Kumble, 1999), pero siempre se acudía con más
facilidad a la comedia para poder meterse en la mente de quienes se encontraban
inmersos en la espiral de la pubertad. “Pleasantville”
(Gary Ross,
1998), “Ya No Puedo Esperar”, “Josie and the Pussycats” (ambas de Deborah Kaplan
y Harry Elfont,
1998 y 2001), “La Chica de al Lado” (John Schultz, 1999), “El Caramelo Asesino” (Darren Stein,
1999), “American Pie” (Paul Weitz, 1999), “Chicos y Chicas” (Robert Iscove, 2000), “El Chico de la Burbuja” (Blair Hayes, 2001), “¡Dale Caña, Que Es Francesa!” (Melanie Mayron, 2002), “Chicas Malas” (Mark Waters, 2004), “Eurotrip” (Jeff Schaffer,
2004) y un
eterno etcétera tienen cabida en este intenso documental que recibe el nombre
de “Clueless (Fuera de Onda)” (Amy Heckerling, 1995), aunque apenas aparezca a lo largo
del metraje.
Ante todo, “Beyond Clueless” nos devuelve gratos
recuerdos de nuestra vida. Su profundo análisis en forma de collage resulta pesado en algunas
ocasiones, pero, por encima de todo, profundiza de forma subjetiva en lo que en
su día tratamos como simple ocio. Nuestro interés se embarca en una montaña
rusa que va y viene, pero nunca está de más pasear por sus cinco capítulos que
desgranan todo lo que pasa por sus manos. El bullying, el baile de graduación, la popularidad, las graduaciones,
las clases, las tribus urbanas, traiciones, amistades y primeros amores, la virginidad y
sexualidad, todo un reflejo de una época intensa de la que nadie se libra. 6,5/10
Lo mejor: Charlie Lyne consigue hacer disfrutar únicamente a
quienes se han criado durante las dos décadas con una regresión intensa al
pasado.
Lo peor: si no conoces las
películas, se convierte en un documental verdaderamente tedioso y, además,
cuenta con grandes spoilers de muchas
de ellas.
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