Desde
que el director norteamericano Larry Clark dio el salto a la fama en el mundo del
cine más independiente con su segunda cinta “Kids” (1995), no hemos
visto más que desfilar las principales obsesiones del artista a través de
diferentes personajes que pecaban de jóvenes marginales sumergidos en el
descubrimiento sexual y de las drogas. Poco han variados estos temas en su
filmografía, a excepción de contadas ocasiones, y, una vez más, se repite el esquema con uno de sus últimos largometrajes “The Smell of Us”, una clara
fotocopia de aquella obra maestra reproducida casi 20 años después. Tal vez
pueda sonar a lo de siempre y, en parte, es cierto que no se desvía mucho de ese
arriesgado camino que en su día tomó, pero es sumamente enriquecedor ver el
cambio evidente en la juventud de entonces y en la de ahora. Seguimos
moviéndonos entre familias disfuncionales, sexualidad, la búsqueda de la
libertad, la rebeldía en plena adolescencia, el consumo de drogas, la
prostitución y la marginalidad. Cuestiones que, como vimos en su antecesora,
también se recogen en esta nueva producción y es que el autor sigue siendo un
gran provocador.
París
se antoja como el escenario principal para una pandilla de skaters, que se apoderan de espacios para su ocio, pero tras este
telón aparentemente normal, algunos de ellos permanecen tirados en oscuros y
solitarios rincones, decaídos, aburridos, jugando o entablando amistades con
vagabundos, dando la cara a plena luz del día para entregar sus cuerpos al
primer postor o tonteando con el alcohol y demás sustancias. Pocos muestran
rasgos físicos de madurez, apenas son unos cuantos críos paseando por las
calles, pero, más allá de esa imagen, se esconden problemas realmente serios,
ansias de crecer demasiado rápido, de coquetear con el mundo adulto cuando aún
ni siquiera deberían estar a las puertas. Entre ellos destaca Math (Lukas
Ionesco), con una belleza clásica, angelical, cándida y virginal que
le hace parecer vulnerable, pero a la vez posee un toque de oscuridad, de dolor
y rencor por lo que le rodea. Junto a su amigo J.P. (Hugo Behar-Thinières), utilizan
las redes para venderse a, sobre todo, ancianos pedófilos a cambio de unos
jugosos billetes.
A
través de “Kids” vimos a la generación de los 90 luchar por escapar de
sus padres, por encontrar una independencia prematura y justificar así su
indisciplina, pero esa batalla contra el adulto se va de las manos al aceptar
que éste es el que gana en sus vidas. Dos décadas después los mismos problemas
e inquietudes siguen esperando a quien comienza a crecer. Sin embargo, el poder
cambia de manos cuando vemos una mayor autonomía en los protagonistas, cuyos
padres apenas interceden en su día a día o, incluso, no se comportan como la
figura natural que deberían adoptar. Y es que Internet les ha dado autonomía
suficiente para hacer y deshacer a su antojo, para dejar atrás una fase vital
por la que todos hemos pasado, obviando la adolescencia como si fuese una
leyenda urbana del siglo anterior. Explotan su seducción como quieren y su ocio
como mejor les satisface, olvidan a su familia para no despertar odios
interiores, traumas personales y agujeros psicológicos profundos.
Ionesco sorprende
muy gratamente con su interpretación de Math, un muchacho deseado por los hombres, por
sus amigos y hasta por su madre. Su camino se abre sin esfuerzo y con desidia
al poseer lo que los demás codician, dejándose llevar con indiferencia, sin
aspiraciones. No importa que un viejo repelente le lama los pies en una de las
escenas más eternas y repugnantes de la película, puesto que el dinero le
facilita comprarse ropa o ir a la discoteca de turno. Clark es directo, guarda los tapujos
y no duda en mostrar la realidad tal y como es, con sexo explícito, con un
homoerotismo perverso que roba y viola la juventud a los personajes, incomoda
con la gratuidad de los actos, juega con la extravagancia, no respeta el vacío
existencial de estos jóvenes ni su autodestrucción y nunca los detiene, es más,
el espectador es obligado a mirar desde la distancia, a manchar sus manos con
la suciedad de la imagen, explotada en diversos formatos para experimentar
sobre la piel de la pubertad.
Michael Pitt
se suma al elenco sólo para formar parte de su ecléctica banda sonora. Con
guitarra en mano, rasga las cuerdas y su voz para regocijarse en la decadencia
de los protagonistas. Se une a ellos en las decrépitas calles parisinas como
contrapunto a la música electrónica de los antros. Adolescentes dejándose la
piel al son del dubstep a todo
volumen para dar paso al propio Bob Dylan con su “Ring Them Bells”
mientras Math
es acariciado y besado por un repelente desconocido en plena pista de baile. “The
Smell of Us” no profundiza más allá de lo que Clark nos muestra a simple vista. Podría
decirse que estamos ante una especie de secuela de “Kids” en cuanto a sus
personajes, pero en realidad no es más que una evolución de la generación que
desea que el tiempo pase lo más rápido posible. Mismos problemas, pero
diferentes circunstancias. 6,5/10
Lo
mejor: el autor no repara a la hora de hacernos sentir repugnancia en
comportamientos y actos, con los que hasta él se deleita al prolongarlos.
Lo
peor: resulta inevitable relacionar su filmografía con esta obra, con la
que el director sigue arriesgando en su justa medida, pero sin sobrepasar límites
ni ofrecer algo diferente, sino sólo una prolongación.
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