La
escuela de cine iraní continúa dando mucho de qué hablar en especial en estas dos últimas décadas y es
que sus trabajos resultan no sólo impecables, sino capaces de competir en
cualquier festival. Los más cinéfilos no pueden evitar sentir cierta atracción
por una industria de lo más impactante y de la que vamos disfrutando en
pequeña dosis, puesto que son pocos los títulos que, como siempre, llegan a
nuestra cartelera.
La
directora y guionista Ana Lily Amirpour ya es una más de la lista de autores
que han sabido conquistar al público con la influencia de sus orígenes, aunque bien es
cierto que nació en Reino Unido y su carrera se ha desarrollado en Estados Unidos.
Independientemente de ello, la cineasta se lanzaba con su ópera prima, “A Girl Walks Home Alone at
Night”, una historia vampírica situada en Bad City, en algún paraje remoto de Oriente
Medio. Sus calles desoladas dejan en evidencia un mundo conflictivo en el que
intenta sobrevivir Arash (Arash Marandi), un joven que procura ganar
dinero para costear las deudas de un padre adicto al alcohol, las drogas y las
mujeres y para mantener su único capricho, su coche. Por las noches, entre la
oscuridad, vaga un ser que busca su siguiente presa. Arrastrando su chador, una
mujer (Sheila
Vand) observa a los proxenetas, las prostitutas y los
narcotraficantes para escoger su alimento sin reparos.
Esta
estela romántica y moralista del vampiro la hemos visto recientemente en “Only Lovers Left Alive” (2013), cuando Jim Jarmusch recuperaba la visión del clásico monstruo
humanizado, con la suficiente lucidez como para discernir entre el bien y el
mal. En este caso, la autora repite fórmula con aires de Nouvelle Vague para construir un drama con tintes de híbrido y es
que no olvida otorgar cierto halo siniestro a la tradicional figura del
vampiro, mientras extrae sentimientos internos como la bondad y el amor. Y es
que este ser es capaz de avisar antes de morder o de asustar a un niño para que
se porte correctamente.
Los
eternos silencios son interrumpidos por diálogos reflexivos que, a pesar de su
correcta utilización, consiguen desestabilizar el ritmo de la narración en
algunas ocasiones para desembocar en un final agridulce y bien realizado, pero
que no satisface. Los sutiles toques de humor negro se entremezclan con el
onirismo ofrecido tras la estupenda labor fotográfica de Lyle Vincent. La elegancia del
blanco y negro saturado, muy propio del expresionismo más tradicional, potencia
la tétrica atmósfera e hipnotiza con tal desfile de sombras y siluetas. Un
trabajo espléndido y perfectamente cuidado que mantiene esa ilusión macabra
encerrada en cada imagen a la par que permite recrearse en cada detalle con tal
profundidad de campo. Su estética cercana al videoclip queda diseñada de forma sobresaliente
hasta alcanzar un preciosismo impoluto y es que el ejercicio realizado por Amirpour
es técnicamente irreprochable.
Tras
ese halo irreal se esconde una verdad más terrenal marcada por los personajes,
con la claustrofobia de no poder cambiar el futuro por arrastrar el pasado.
Personas que han dejado de querer, que no son capaces de realizar sus sueños,
manchadas por el vicio que arrastra la inmundicia, que conocen los límites de
su rutina y se conforman con ellos. Bajo un oscuro chador, surge Vand como
una mujer delicada pero de gran fuerza e independencia, representando una
estupenda imagen crítica de la figura femenina en Oriente Medio. Junto a Marandi
forman una pareja de gran magnetismo al representar dos polos opuestos que
acaban acercándose irremediablemente. También destaca la intervención de Marshall Manesh
como Hossein,
siendo la única cara conocida tras su paso por la exitosa serie “Cómo
Conocí a Vuestra Madre” en el divertido papel del chófer Ranjit.
El misterio se cierne sobre “A
Girl Walks Home Alone at Night”, una producción más que evidencia
las grandes influencias que ha generado el cine iraní en esos nuevos directores que no presenciaron el esplendor de su época dorada y su consiguiente conquista del mercado internacional. Amirpour deja atrás el mundo del
cortometraje para sumergirse de lleno en el metraje extenso de forma brillante
y es que es indudable el talento técnico que muestra junto a Lyle Vincent.
7,5/10
Lo
mejor: el fino cuidado vertido en cada minuto de la cinta hace que sea una
experiencia enriquecedora y de gran poder contemplativo.
Lo
peor: los altibajos en su narración hace que el interés disminuya en
determinados momentos.
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