martes, 14 de julio de 2015

HACIA LA SALVACIÓN (2008)



El director surcoreano Kim Tae-Gyun nos sorprende con “Crossing”, para la que se ha servido de desgarradores testimonios del disidente norcoreano Yoo Sang-Joon, que pudo escapar del famoso régimen autoritario del expresidente Kim Jong-II. Así es cómo llegamos a la historia de Yong Soo (Cha In-Pyo) para basarse en los hechos ocurridos en 2003 cuando un grupo de hombres de Corea del Norte que había conseguido llegar hasta China de forma clandestina, tomaron la decisión de correr hacia la embajada de Alemania para recibir ayuda de Europa y de la Unión de NKHR (Corea del Norte Derechos Humanos) y, así, poder vivir bajo protección y de forma digna.

El protagonista vive en un pequeño pueblo sustentado principalmente por la actividad de las minas de carbón, en donde también trabaja para llevar un escaso dinero a su mujer (Seo Young-Hwa) y su hijo Kim Joon (Shin Myeong-Cheol). La situación en casa pende de un hilo por su esposa, que, a parte de estar embarazada, padece de tuberculosis en estado avanzado. Yong Soo necesita ayudarla para que se recupere, pero para conseguir medicinas, tiene que marcharse fuera del país. Su esperanza le hace emprender un viaje de ida y vuelta hacia la frontera China, buscando empleos ilegales y explotadores, con la constante de haber dejado sola a su familia y con un crío de unos 7 años al mando, pero lo que significaba recoger los medicamentos y regresar lo antes posible, se convierte en una marcha sin posibilidad de retorno. La desesperación no sólo le consume, sino que también forma parte de su motor de supervivencia. La cinta muestra sus caídas constantes y la fuerza que proyecta su familia en la lejanía para poder seguir adelante. Los riesgos por los que debe pasar entre fronteras consiguen proyectar una gran inquietud y ese sentimiento tan aterrador que compartimos con Yong Soo, ya que, a estas alturas, no hace falta que nos indiquen las consecuencias por querer escapar de Corea del Norte.

Sin embargo, no es el único en saborear la mano más dura del régimen, ya que su hijo se ve inmerso en un auténtico castigo infrahumano entre cadáveres apilados de la juventud norcoreana, ratas hambrientas, abusos por parte del ejército y toda clase de trágicas vivencias por las que un niño no debería pasar. No es necesario decir que la trama es sumamente lacrimógena y que acudir al visionado de “Crossing” sin varios paquetes de kleenex es un terrible error y es que Kim Tae-Gyun cae en el melodrama en exceso en alguna que otra escena, aunque ya sabemos que, con estas historias, hay una escasa línea entre el drama insípido y el más abusivo e inverosímil. No nos extraña la intensa crudeza que se desprende del largometraje, haciendo aflorar todo tipo de emociones, sobre todo, en sus últimos 30 minutos en los que, con una total empatía hacia los personajes y sumergidos en la narración, nos vemos entre el desasosiego de la situación y la máxima preocupación por el final de esta familia.

Obviamente no estamos ante un documental, por lo que queda bien claro que habrá ciertos elementos ficticios que empujen un guión enfocado a la comercialización, aunque éste no sea el aspecto más importante del trabajo, ya que el autor ha vivido en primera persona hechos muy parecidos al tener origen norcoreano y ésto es lo que nos da confianza para creer en lo que vemos. La crítica a la política del régimen queda implícita, pero igualmente tampoco es la clave que se desprende de la película, sino que más bien se esconde el deseo de humanizar a las víctimas del norte y de aquellos “traidores” que abandonan su propia patria en busca de un porvenir mejor.

“Crossing” cuenta con una banda sonora sobria y tradicional de este género, que acompaña a las clásicas escenas a cámara lenta tan habitualmente dramáticas y ese efecto de lluvia que nunca falta en los momentos más importantes. Los numerosos flashbacks dan a conocer a los personajes y justifican sus conductas, destapando lo más convencional del cine y, pese a ello, demostrando que aún no estamos cansados de la simpleza técnica de este tipo de largometrajes, cuando se dispone de una historia potente y tratada con gran cercanía y delicadeza.

Lo mejor: la intensidad de la trama durante los prácticamente 110 minutos de metraje en los que no se da tregua ni descanso.

Lo peor: el tinte de melodrama puede hacer que más de uno no se anime a visionar la cinta y es que nadie puede reprimir una mínima lágrima por el sufrimiento de los protagonistas.



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