El veterano director Wim Wenders es uno de los cineastas más
importantes del nuevo cine alemán e indispensable desde la que fue su obra
maestra, “París, Texas” (1984). Una película considerada de culto a la
que le sucederían otros grandes éxitos como “El Cielo Sobre Berlín”
(1987) o “¡Tan Lejos, Tan Cerca!” (1993), cintas con las que consiguió
un pase a los festivales más importantes a nivel internacional, como el de
Cannes. En los últimos años, el autor se había dejado embriagar por el mundo
del documental, un género que domina a la perfección como demuestran todas las
nominaciones conseguidas para, entre otros, los Oscars e, incluso, nuestros
Goya. Tanto “Pina” (2011) como “La Sal de la Tierra” ha conseguido
recorrer medio mundo, pero Wenders se ha visto atraído, una vez, más por la
ficción. Su trabajo, “Todo Saldrá Bien” cuenta con un elenco de lujo y una historia que
gira en torno al duelo por la pérdida de un ser querido.
James Franco encarna a Tomas, un escritor que se encuentra en plena
crisis creativa y se aísla para poder encontrar algo de inspiración, mientras
que su matrimonio se tambalea. El invernal paisaje de Canadá, cubierto por una
espesa capa de nieve, marcará un antes y un después en su vida por culpa de un
fatídico accidente. Las secuelas también afectarán a su esposa Sara (Rachel
McAdams), que ve cómo su marido se distancia cada vez más, con una incomprensible
frialdad con la que empieza a comportarse; y Kate (Charlotte Gainsbourg),
afectada directamente por las terribles circunstancias con las que parece
luchar de forma pasiva.
Prácticamente dos horas de metraje en las que la irracional tibieza
de Tomas
se despliega por toda la trama de tal manera que hasta nosotros mismos no
encontramos vestigios de conexión ni con el desarrollo de la narración ni con
los personajes. El doloroso suceso, que ocurre en los primeros minutos de la
cinta, es el giro existencial que propicia los 10 siguientes años en sus vidas.
Un tiempo transcurrido que no vemos pasar en sus rostros, pero que
psicológicamente sí es apreciable. Mientras que Tomas consigue impulsar su carrera
hacia el éxito, Sara
no siente ninguna evolución en su matrimonio, ya que su pareja no pretende
tener hijos con ella. Por su parte, Kate se estanca en el duelo de forma impasible y
sin pretensiones de avanzar.
Wenders ha conseguido rodearse de un estupendo elenco del que
no ha sabido extraer todo su potencial. Franco logra registrar la frialdad y el
distanciamiento de su personaje a la perfección. Con un mayor protagonismo, es
obvio que ensombrecería a sus compañeros de trabajo, como ocurre en los casos
de McAdams
y Gainsbourg,
dos actrices con papeles realmente interesantes a las que apenas se dedica
tiempo y atención a lo largo de la película. En contraposición, a mitad de
metraje entra en acción el joven actor Robert Naylor para otorgar cierta cercanía y
sentimentalismo a la historia, siendo uno de los puntos más acertados del
guion, al igual que Patrick Bauchau como el padre de Tomas,
que al menos, con su aportación, arranca cierta humanidad a la actuación de Franco.
A su vez, el autor sigue fascinado por el 3-D, un formato por
el que apuesta en “Todo Saldrá Bien” y que simplemente resulta innecesario
para un drama como éste, a excepción de su vertiente más contemplativa, con la
que conseguimos maravillarnos del magnífico paisaje canadiense que se nos
muestra. Un absoluto error que viene acompañado de la banda sonora del
oscarizado compositor francés Alexandre Desplat, con temas que no terminan de
transmitir la esencia de la trama y que obviamente acabarán siendo un trabajo
que pasará desapercibido en su exitosa trayectoria.
El resultado final de “Todo Saldrá Bien” es extraño e inesperado para un director
de este calibre. Un proyecto decepcionante por ser quien es y que, por
desgracia, no cumple con el título que le ha dado a ésta, su última cinta. Su
primera media hora consigue atraparnos, pero los minutos restantes abogan más
por la indiferencia de un público que esperaba más tras los célebres
documentales que le facilitaron un pasaje directo a Hollywood.
Lo mejor: el estupendo escenario natural en el que se
desarrolla la narración. Las buenas intenciones del cineasta alemán al apoyarse
en guionistas con poca experiencia en cine como, en este caso, el noruego Bjørn Olaf
Johannessen.
Lo peor: el innecesario formato en 3-D. La excesiva
frialdad del filme y sus personajes, que presentan una realidad bastante
inverosímil.
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