El
joven director canadiense Xavier Dolan es de esos pocos artistas que, a tan
temprana edad, ya pueden decir que su carrera va viento en popa y a toda vela,
con una gran legión de seguidores cada vez más acérrimos y con un puesto seguro
en los festivales internacionales más importantes. Es imposible sentirse
indiferente ante cualquiera de sus obras, de ahí que las críticas, muchas de
ellas sin piedad, siempre sean tan dispares cada vez que lanza un nuevo
trabajo. Así es la vida de un verdadero autor, independientemente de si es
narcisista, ególatra u otras sandeces con las que es atacado y con las que se
intenta ensombrecer su profesionalidad.
Ninguno de sus largometrajes pierde su cita para pasear por las carteleras de todo el mundo. Algunos los
califican de originales y frescos, mientras que otros sucumben al aburrimiento
y excesividad, pero, sin duda, cada uno de ellos son magníficos ejemplos de perfección cinematográfica.
Por supuesto, su filmografía sigue construyéndose desde aquella exitosa cinta que presentase en 2009, “Yo Maté a mi Madre” y a la que siguieron nuevos triunfos con “Los Amores Imaginarios” (2010) o “Laurence Anyways” (2012). Incluso, antes de “Tom at the Farm”, hubo tiempo para insertar cierta polémica en su carrera con el videoclip del tema “College Boy” (2013) del grupo francés de pop/rock y new wave Indochine.
Sin embargo, curiosamente, entre todas ellas, “Tom at the Farm”, su cuarta película, es considerada la peor de su
trayectoria. El dramaturgo Michel Marc Bouchard colabora en la elaboración
del guion para adaptar su propia obra teatral, mientras que para Dolan es
la primera vez que coquetea con el género del thriller, pese a que lo combine con ciertos toques de melodrama, y
es que más allá de su idea principal, se esconde un lado realmente oscuro y
siniestro. Tom
(Xavier Dolan) es un joven publicitario bastante moderno que viaja
desde Montreal hasta una granja en las afueras de un modesto y solitario
pueblo. Acude al funeral de su amante, pero la familia de éste desconoce su
relación, tapada a base de mentiras. La destrozada madre, Agathe (Lise Roy), piensa que su
hijo estaba enamorado de una mujer llamada Sarah (Evelyne Brochu), por lo que en ningún
momento nota alguna extrañeza en el comportamiento del supuesto amigo y
compañero de su primogénito. Sin embargo, el hermano de éste, Francis
(Pierre-Yves Cardinal), un rudo treinteañero que se encarga del
negocio familiar, conseguirá desestabilizar al protagonista en un opresivo,
violento y seductor entramado.
El
homoerotismo se funde entre insinuaciones, deseos reprimidos y tentaciones imposibles,
al mismo tiempo que el misterio inunda una desasosegante atmósfera llena de
dolor, maltrato y frustración. La pérdida del ser querido es el punto central
para atraer las falsedades creadas por la presión social, pero es el juego
embaucador el que desata patologías demasiado nocivas. Una trama que aparentemente
parece compleja, pero que el autor desarrolla con gran sencillez, aunque en
ciertos momentos surja cierta inestabilidad. Curiosamente, Dolan no cae en su faceta más
personal, sino que aporta madurez y sobriedad en su producción, aunque su actuación
a veces roce peligrosamente la inverosimilitud. Tom aparece en la granja como una
especie de juguete roto difícil de arreglar. Bajo el cabello rubio oxigenado y
los rasgos aniñados de su rostro se esconde un personaje con multitud de intrigantes
matices y de complicada interpretación. Brusco e irascible extrae su
desesperación y un volátil temperamento en el momento en el que es ahogado por
sus debilidades. La muerte de su pareja le hace preso de un recuerdo que ya
forma parte del pasado y que ve reflejado en Francis, lo que provoca que se
sienta totalmente anulado. El evidente atractivo de Cardinal camufla su vacío interior
y, aún más peligroso, a un agresor físico y psicológico. Sin duda, la estupenda
labor de este actor fulmina a Dolan en pantalla.
El
colorido tan característico del cineasta es sustituido por un ambiente otoñal, oscuro
y claustrofóbico, que apaga el universo a través de una sobresaliente labor
fotográfica a manos del director André Turpin. “Tom at the Farm” resulta ser la
primera colaboración con el joven autor, con quien repetiría experiencia posteriormente
en la excelente “Mommy” (2014). La cámara en mano consigue acercarse cada vez
más al protagonista, que poco a poco se siente irónicamente más perdido. Los
planos estáticos para generar mayor tensión se cierran sobre el decorado,
mientras son combinados con travellings
descriptivos e imágenes en las que se cuida hasta el más mínimo detalle.
El
efecto videoclip de sus trabajos persiste en menor medida en la obra, ya que Dolan
recurre al instrumentalismo compuesto por el afamado libanés Gabriel Yared,
conocido por su amplia carrera cinematográfica en Hollywood. Igualmente, la
inclusión de alguna que otra balada como la intimista “Les Moulins de Mon Coeur”
cantada por Kathleen
Fortin mientras nos acompaña en nuestro recurrido por la carretera
por la que circula Tom al inicio de su viaje; la más que idónea “Going
to a Town”, de Rufus Wainwright; o, incluso, el tema “Diferente”,
con aires de tango creados por Gotan Project. Una banda sonora verdaderamente
efectista que incita a que la narración sea más profunda y contundente y que
resumen a la perfección la esencia que se nos ha querido transmitir.
Lo
mejor: la pasión que lleva a la autodestrucción queda notablemente
reflejada en unos personajes ricos y sumamente interesantes.
Lo
peor: es cierto que “Tom at the Farm” es una de las obras más
flojas de Xavier
Dolan y precisamente es éste el punto débil del largometraje,
cayendo en la inverosimilitud en ciertos momentos por culpa de su excesiva
sobreactuación.
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