Pocas películas comienzan con su protagonista muerto en sus
primeros minutos y que, a partir de ahí, surja un viaje astral a través de toda
una megalópolis tan brillante, artificial y oscura. Odiada y menospreciada por
la crítica durante años, “Enter The Void” (y a su realizador y guionista,
el argentino Gaspar Noé) se convirtió en una de esas cintas de cine maldito en
la que todos los improperios se centran en decir que le sobra metraje. El
público y la prensa especializada ya sabía a qué se atenía conociendo la obra
previa del autor. Eso es lo esencial para enfrentarse a un trabajo de este
director, saber que no se corta un pelo a la hora de poner escenas duras en
pantalla o, mejor dicho, abordar éstas de una manera que a otro cineasta ni se
le pasaría por la cabeza. Y es de agradecer que, hoy en día, algunos pocos se
atrevan a arriesgar y a enriquecer el mundo del séptimo arte.
Antes de enfrentarse a este largometraje tan complicado y diferente,
es necesario dejar a un lado nuestra mente para disfrutar del curioso juego
propuesto a través de un ejercicio cinematográfico sin igual que reclama más
que atención por parte del espectador. El autor lanza su propia autoría contra
la pantalla a través de letreros luminosos con los que presenta poco a poco a
su indispensable equipo. Tan rompedor comienzo nos desvela la
historia de Oscar (Nathaniel Brown) y Linda (Paz de la Huerta), dos hermanos
norteamericanos que residen en la inmensa ciudad de Tokio. Él trafica con
drogas, mientras que ella es una stripper en un club nocturno. Pronto sus vidas
darán un giro cuando Oscar se ve envuelto en un altercado y fallece tras ser
disparado por la policía.