“Dos Hombres y un Armario” (“Dwaj ludzie z szafa”) es el cortometraje más célebre
del cineasta francés Roman Polanski, siendo uno de los más exhibidos y el
trabajo por el que recibió sus primeros premios en festivales como Cine EXPO-58
de Bruselas o el Festival de Cine de San Francisco, entre otros. Con 25 años y
estudiante de la Escuela de Cine de Lodz (Polonia), el autor utilizaba sus
trabajos como obras de aprendizaje, de ahí el tono experimental que adquirían. Tenía
total libertad para crear, dando rienda suelta a su creatividad e imaginación.
A
través de 15 minutos de duración, vemos a dos personajes, interpretados por
Jakub Goldberg y Henryk Kluba, salir de entre las aguas del mar cargados con un
armario y adentrarse en la ciudad, donde son rechazados constantemente por los
habitantes, que les humillarán y agredirán como muestra de su naturaleza
violenta. La sencilla narración en forma de fábula nos transmite
incomprensión bajo un tono sutilmente humorístico y cruel. Una visión bastante
ácida de nuestra sociedad que no entiende, repudia, se burla e, incluso, agrede
a lo que es extraño, diferente, aquello que se sale de la norma. Este pesimismo
existencial será uno de los temas que más utilice el director a lo largo de su carrera.
Es
su cortometraje más narrativo, con una premisa bastante absurda que se adentra
en el complejo surrealismo, pero, a su vez, se desprenden influencias del
slapstick, en cuanto a las interpretaciones; y ese aire propio del nuevo cine
europeo que dio sus primeros pasos en Francia y se expandió vertiginosamente.
Ese espíritu moderno se desvela a través de nuevas estructuras narrativas como la que posee
“Dos Hombres y un Armario”.
El joven Polanski aparece en este trabajo con una actuación violenta, agresiva y que nos hace pensar inmediatamente en su posterior “Chinatown” (1974), al verle asestar un puñetazo a uno de los protagonistas. Filmado en blanco y negro, deja al descubierto unas imágenes de fuerte impacto visual con una atmósfera tenebrosa de gran fuerza poética y una iluminación cuidada al milímetro.
El joven Polanski aparece en este trabajo con una actuación violenta, agresiva y que nos hace pensar inmediatamente en su posterior “Chinatown” (1974), al verle asestar un puñetazo a uno de los protagonistas. Filmado en blanco y negro, deja al descubierto unas imágenes de fuerte impacto visual con una atmósfera tenebrosa de gran fuerza poética y una iluminación cuidada al milímetro.
Además,
la cinta suma importancia por ser la primera colaboración del autor con el
compositor Krzysztof Komeda, que, por aquel entonces, era uno de los músicos de
jazz más destacados de Polonia y que acabaría formando parte de su fiel equipo.
Su aportación otorga un fantástico ritmo y poder al cortometraje, pero es que
no podemos decir nada malo de quien, años más tarde, realizaría la magnífica
banda sonora de “La Semilla del Diablo” (1968).
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