viernes, 8 de mayo de 2015

EL PESO DE LA REALIDAD (1958)

“Dos Hombres y un Armario” (“Dwaj ludzie z szafa”) es el cortometraje más célebre del cineasta francés Roman Polanski, siendo uno de los más exhibidos y el trabajo por el que recibió sus primeros premios en festivales como Cine EXPO-58 de Bruselas o el Festival de Cine de San Francisco, entre otros. Con 25 años y estudiante de la Escuela de Cine de Lodz (Polonia), el autor utilizaba sus trabajos como obras de aprendizaje, de ahí el tono experimental que adquirían. Tenía total libertad para crear, dando rienda suelta a su creatividad e imaginación.

A través de 15 minutos de duración, vemos a dos personajes, interpretados por Jakub Goldberg y Henryk Kluba, salir de entre las aguas del mar cargados con un armario y adentrarse en la ciudad, donde son rechazados constantemente por los habitantes, que les humillarán y agredirán como muestra de su naturaleza violenta. La sencilla narración en forma de fábula nos transmite incomprensión bajo un tono sutilmente humorístico y cruel. Una visión bastante ácida de nuestra sociedad que no entiende, repudia, se burla e, incluso, agrede a lo que es extraño, diferente, aquello que se sale de la norma. Este pesimismo existencial será uno de los temas que más utilice el director a lo largo de su carrera.

Es su cortometraje más narrativo, con una premisa bastante absurda que se adentra en el complejo surrealismo, pero, a su vez, se desprenden influencias del slapstick, en cuanto a las interpretaciones; y ese aire propio del nuevo cine europeo que dio sus primeros pasos en Francia y se expandió vertiginosamente. Ese espíritu moderno se desvela a través de nuevas estructuras narrativas como la que posee “Dos Hombres y un Armario”.

El joven Polanski aparece en este trabajo con una actuación violenta, agresiva y que nos hace pensar inmediatamente en su posterior “Chinatown” (1974), al verle asestar un puñetazo a uno de los protagonistas. Filmado en blanco y negro, deja al descubierto unas imágenes de fuerte impacto visual con una atmósfera tenebrosa de gran fuerza poética y una iluminación cuidada al milímetro.

Además, la cinta suma importancia por ser la primera colaboración del autor con el compositor Krzysztof Komeda, que, por aquel entonces, era uno de los músicos de jazz más destacados de Polonia y que acabaría formando parte de su fiel equipo. Su aportación otorga un fantástico ritmo y poder al cortometraje, pero es que no podemos decir nada malo de quien, años más tarde, realizaría la magnífica banda sonora de “La Semilla del Diablo” (1968).


No hay comentarios:

Publicar un comentario