Todavía
siguen quedando restos de aquella España profunda de mitad de siglo, de una
población que había sobrevivido a una guerra civil, que creía en el
cristianismo por encima de todo y que aquéllo que ocurría en el día a día era
manejado por un Dios que hacía las cosas con una justificación, ya sea como
castigo o como premio; al igual que cada acto era defendido en su nombre. El
pecado era un lastre perpetuo y los anticuados valores que pasaban
de padres a hijos, escondían una arcaica educación, en la que los hombres eran
los cabezas de familia y debían trabajar para llevar su jornal a casa, mientras
que las mujeres quedaban a su servicio y al cuidado de la familia.
Bien
pues, en esa oscura sociedad se sitúa “Musarañas”, la ópera prima de los
directores Juanfer Andrés y Esteban Roel. En pleno Madrid de los 50, Montse
(Macarena Gómez) y su hermana menor (Nadia de Santiago) viven solas en un siniestro
piso. Su madre murió durante el parto de esta última, dejando a un padre (Luis
Tosar) totalmente fuera de sí. Con el tiempo y tras el fallecimiento de éste,
Montse, que es costurera, queda sumida en un luto eterno con secuelas
psicológicas, como la agorafobia, por lo que tiene un comportamiento desequilibrado
regido por una férrea creencia religiosa. Ha ejercido de madre, padre y hermana
para la pequeña, que ya cumple la mayoría de edad. Ahora, debe aprender a verla
como una mujer y enfrentarse a la soledad de una casa que esconde demasiados
secretos. De repente, su vecino Carlos (Hugo Silva) sufre un traspié en las
escaleras y, malherido, pide auxilio a Montse, que le atiende hasta sus últimas
consecuencias, desatando los fantasmas del pasado.
La
producción lleva el respaldo de Alex de la Iglesia como productor, con dos
directores noveles que proceden del mundo de los cortometrajes. Su intensidad surge de Macarena Gómez gracias a su magnífica a la par que psicótica
interpretación. Uno de sus mejores trabajos hasta la fecha con el que se ha
ganado tanto al público como a la crítica y que ensombrece a cada uno de sus
compañeros. En segundo plano destacan un crucial Tosar, que pasa bastante
desapercibido con tan escasas intervenciones; y el martirizado Silva, que, por
fin, sale de sus papeles más convencionales y muestra una mayor madurez. Sin
embargo, Nadia de Santiago otorga cierta teatralidad con un personaje que, a
pesar de mostrar cierta cordura y sensibilidad, le falta gancho y posee un diálogo que pierde verosimilitud en algunos puntos del final; mientras que
la escueta aparición de una innecesaria Carolina Bang apela al exceso,
demostrando que simplemente está en el filme para aumentar las dosis de
violencia y no como elemento clave de la historia.
La
narración tarda en arrancar, aunque no es un aspecto negativo en este caso. Al
contrario, su paciente desarrollo nos conduce por una danza macabra con algún que otro elegante toque de gore y que baila a través de un extraño humor
negro combinado con el thriller psicológico. Los constantes giros mantienen la
tensión de un guión que no tiene pretensiones y que sabe cómo mantener la
atención del público, aumentando su ritmo a medida que evoluciona la cinta. Puro
entretenimiento nacional envuelto en una atmósfera verdaderamente asfixiante,
claustrofóbica, y es que toda la acción ocurre en un mismo lugar: el piso.
Nunca saldremos más allá de las paredes del hogar (a excepción de escasos
planos en el rellano), de los muros impuestos por una creencia religiosa llevada
al extremo, por las barreras psicológicas de una juventud malsana.
“Musarañas”
esconde un gran mérito, unos directores que debutan con fuerza, que, aunque no
consiguen un trabajo redondo, al menos saben cómo hacer las cosas bien, y, lo más
importante, que prometen dar mucho de qué hablar, por lo que nos mantenemos a
la espera de su siguiente obra, al menos, para pasar un buen rato.
Lo
mejor: la actuación inesperada de Macarena Gómez. La sencilla historia que se
nos presenta y que promete una macabra diversión.
Lo
peor: la teatralidad en algunas interpretaciones debido a puntuales fallos en el desarrollo de los personajes. Ciertos puntos de
inverosimilitud en una trama no muy novedosa.
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