Hay
quienes se detienen ante el miedo a lo desconocido y otros que no tienen nada
que perder y se lanzan de lleno al vacío con aquella afirmación de que “a peor
ya no se puede ir”. Y con este pequeño hilo argumental, desembocamos en “Samba”, trabajo con el que los directores y guionistas franceses Olivier Nakache y
Eric Toledano vuelven a colaborar juntos.
En
España no tienen el reconocimiento que se merecen, pero si recordamos su
anterior producción, “Intocable” (2011), muchos conocerán la fantástica historia del
millonario Philippe que, al encontrarse postrado en una silla de ruedas, decide
contratar a Driss como su cuidador, desarrollando con cariño una relación de
amistad que llevó de paseo a sus autores por varios festivales de cine.
Pues
bien, la inmigración sigue estando presente en “Samba”, título en honor al protagonista, encarnado por Omar Sy, un senegalés que vive en
Francia desde hace 10 años, pero que continúa buscando un trabajo estable
que le ayude conseguir, por fin, los papeles de residencia. Por su parte, Alice
(Charlotte Gainsbourg) es una ejecutiva que, tras un brote de cólera en la oficina, se ve sancionada y relegada a trabajadora social durante unos meses
hasta que consiga tranquilizarse psicológicamente. Pese a que su compañera Manu (Izïa Higelin) le
aconseja intentar saber lo mínimo de las personas que acuden al centro,
Alice no puede evitar fijarse en Samba y sentir la necesidad de ayudarle, pero, a su vez, desea volver a su puesto de trabajo, es decir, a la rutina.
Pese
a que las interpretaciones son intensas por momentos, bien es cierto que Sy vuelve a encasillarse en el papel de inmigrante necesitado y no parece arriesgar
en su carrera, mientras que Alice no termina de conectar con su compañero de
reparto en cuanto a tensión sexual se refiere. Una verdadera lástima, puesto que,
a mitad de la cinta, sus autores optan por relegar a un segundo plano el
drama social edulcorado, con toques de humor; y dar un mayor enfoque a un
romanticismo que no consigue llegar a ese clímax pasional que la historia
necesita.
No
sobran las buenas intenciones de esta producción, pero el hecho de utilizar la
misma cuestión que en su anterior trabajo, hace que inevitablemente recordemos
y nos demos cuenta de que “Samba” se queda a medio camino. No obstante, no está de más recordar ciertas cuestiones sociales que a veces quedan en el olvido, sobre todo, por parte de los medios de comunicación.
Reseñable
también es el entrañable Wilson (Tahar
Rahim), que surge como agua de mayo a mitad de película para aportar un
toque cómico cuando la trama empieza ya a decaer. Este avispado y simpático argelino
se hace pasar por brasileño para poder tener más oportunidades laborales, por lo que entre dulces sonrisas, nos muestran una situación de pérdida de identidad a la que se deben enfrentar constantemente con tal de permanecer en ese país que supuestamente debía ofrecerles una vida digna y que su mundo pasado nunca les otorgó.
Lo
mejor: Omar Sy mantiene su encantador carisma en un personaje que representa un nuevo capítulo de esperanza entre tanta desgracia.
Lo
peor: la falta de magnetismo en su vertiente más idealista y la sensación de
que sus autores no han querido innovar, sino que pretendían repetir la misma
fórmula de su anterior filme para poder cosechar el mismo éxito. Un error.
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