Corea
del Norte, ese gran desconocido, nos crea verdadera curiosidad y es que su
hermetismo no hace más que alimentar nuestras ansias de saber qué es lo ocurre
allí y cómo se ha dado una situación de tal calibre. Pocos saben que el pilar
fundamental por el que se rige es la familia, pero no como nosotros la
concebimos, sino como algo magnificado. Para ellos, sus hermanos son todos
aquellos nacidos en la patria, mientras que su padre es la única figura del
líder político, al que consideran también un dios. Muchos se derrumbaron tras
la muerte de Kim
Il-Sung, sus hijos no eran capaces de creer que su eternidad se
rompiera en mil pedazos, quedando consternados y sumidos en un dolor que va más
allá del paso de los años. Lo mismo ocurrió con su sucesor, Kim Jong-Il,
y muchos pudimos ver con nuestros ojos, gracias a los medios de comunicación e
Internet, la capacidad de manipulación a la que es expuesta la población. No es
difícil adivinar que el patrón se repetirá con su nieto, Kim Jong-Un,
prevaleciendo así la cadena de dictadores que dicen sustentarse en un comunismo
que en verdad, a día de hoy, es totalmente ficticio.
La
directora surcoreana Yoo Soon-Mi visitó tres veces el país para crear “Songs
From The North”, su exitosa ópera prima que logró el premio al mejor
debut en el Festival de Locarno (2014). Un documental que comienza con la entrañable canción folklórica “Arirang”
emitida a través de una pantalla norcoreana como muestra de la cercanía entre
ambas Coreas, que comparten un pasado común, pero un presente y futuro
incierto, puesto que el acuerdo de paz no llegó a firmarse tras la guerra y tan
solo se respeta a nivel verbal.
La
autora compone este trabajo a raíz de un collage
de corte experimental, con grabaciones clandestinas de sus visitas, en las que
vemos el paisaje desolado del norte y ciertas interacciones con niños y, en
definitiva, gente sencilla que no dista de sus hermanos sureños. Igualmente, se
incluyen extractos de películas propagandísticas, archivos de imágenes de
espectáculos y una entrevista realizada a su propio padre, Yoo Young-Choon. Unas declaraciones
que desgrana a lo largo del metraje para relatarnos sus vivencias durante el
conflicto civil y cómo algunos de sus amigos decidieron marcharse para seguir
sus ideales y formar parte de un régimen comunista que posteriormente les
juzgaría como espías.
Corea
del Norte no tiene historia, puesto que la que propaga diariamente a través de
gigantescos megáfonos se basa en fábulas sustentadas en su líder idolatrado, el
odio hacia Estados Unidos y su objetivo más obsesivo, la reunificación de ambas
partes. Un constante machaque psicológico que consigue interiorizar cada
palabra en los ciudadanos y, más fácilmente, en las nuevas generaciones, que
expresan, en todo momento, su amor incondicional hacia los mandatarios. Un
ejemplo de ello es el fragmento de un niño bañado en lágrimas que cuenta su
trágica experiencia a tan corta edad. Mientras que su padre traicionaba a la
patria y su madre fallecía en sus brazos, Kim Jong-Un le perdonaba y le trataba como a un
hijo más. Tan sólo con unos minutos de tal relato, conseguimos emocionarnos a pesar
de saber que tal dramática aventura nunca ha sucedido y de que tan sólo es otro
enaltecimiento más organizado por el gobierno comunista, lo que nos hace entender
perfectamente que si con nosotros han bastado unos minutos para sentir lástima,
¿qué se podría conseguir con testimonios parecidos durante años y años de
adoctrinamiento?
Yoo Soon-Mi
prefiere invitarnos a reflexionar en vez de emitir juicios de valor, por lo que
“Songs
From The North” simplemente muestra la realidad de lo que ella vivió
durante sus viajes. Logra transmitirnos las ganas de comprender lo que sucede
ante nuestros ojos, ese amor fanático que el pueblo norcoreano entrega a su
líder de turno, aunque siempre con la imagen de su “presidente eterno” e insustituible
en mente, Kim
Il-Sung. Ninguno es culpable de la educación recibida, de esa
poderosa idea de familia que poseen, pero que nos hace volver la mirada
irónicamente a todos esos padres, hijos y hermanos que quedaron divididos por
una frontera y que llevan décadas sin tener noticias de unos y otros. 8/10
Lo
mejor: las imágenes sin filtros de la tierra norcoreana, la sencillez de un
pueblo marginado y la fantástica labor de documentación.
Lo
peor: apenas 72 minutos de metraje que se hacen verdaderamente cortos y que
nos dejan con ganas de saber más.
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