El tercer largometraje del
director y guionista tailandés Anucha Boonyawatana, “The Blue Hour”, es una perfecta combinación de realidad y onirismo gracias a la historia de Tam (Atthaphan Poonsawas), un adolescente
homosexual que es maltratado físicamente no sólo en el colegio, sino también
por su familia. Gracias a Internet, conoce a Phum (Oabnithi Wiwattanawarang), en
quien encuentra un gran apoyo, siendo su amigo, confidente y amante. Ambos
jóvenes se citan en las instalaciones de una piscina abandonada para dar rienda
suelta a sus pasiones, pero, tras el frenesí, se esconde un infierno donde
conviven en constante lucha sus demonios interiores y sus profundos anhelos. El
dolor de no ser aceptados en una sociedad todavía intolerante con respecto a la
sexualidad, hace que los protagonistas encuentren su refugio, pero no así el
consuelo ante la supuesta inadaptación.
Junto
a ellos, compartimos momentos de verdadera complicidad tras los muros de viejas
ruinas, que nos recuerdan el desgaste de la mentalidad arcaica y más
convencional. Su autodescubrimiento se detiene tras una extraña visita a un
vertedero, donde nos desprendemos del mundo terrenal para realizar una
inmersión en la mente de Tam, donde, una vez que el autor nos expone las
secuelas físicas consecuencia de ser él mismo, viajamos a las profundidades del
sufrimiento y el miedo, de los temores que encierra, pero también de las
macabras ambiciones fruto del único deseo de vivir en libertad sin juicios a su
alrededor.
Curiosamente,
la cinta encierra una trama que nos lleva por derroteros melodramáticos en su
primera mitad, pero que, a partir de un giro inesperado, el ambiente se
retuerce hasta alcanzar tintes de thriller
a través de unos extraños asesinatos e, incluso, rozar el género de terror
sobrenatural en su segunda parte, que, por desgracia, posee una narración algo
más confusa con acontecimientos que no se explican. Por un lado, ya sabemos que
nuestros pensamientos fantasean a su libre albedrío y que, cuando soñamos,
muchas veces ocurren sucesos inexplicables, por lo que, en este caso, “The
Blue Hour” cumple a la perfección con esa irrealidad, pero Boonyawatana
nos introduce en su mundo interior de golpe, sin previo aviso y de forma
imprecisa, y no es hasta poco antes del final cuando nos damos cuenta de toda
la verdad y del juego en el que el director nos ha sumergido.
Sus
errores de guión, que realmente son escasos, quedan minimizados con la
excelente labor fotográfica que diferencia ambos momentos, transformando la
luminosidad de la imagen en una oscuridad azulada que nos embriaga y nos
encierra en la prisión imaginaria de Tam. Un trabajo sumamente cuidado que muestra una
Tailandia demacrada como metáfora visual, pura frialdad que nos transmite
inquietud con el cambio de atmósfera. No obstante, el cineasta peca de excesivo
deleite con planos descriptivos que roban un tiempo innecesario sin aportar
nada a la trama.
El
joven actor Poonsawas
consigue inspirar la fragilidad de su personaje. Sus debilidades tapadas
con mentiras, su dolor al rechazo y las inseguridades a la hora de entregarse a
la pasión de Phum,
papel a manos de Wiwattanawarang, con quien logra una fantástica química en
pantalla. El largometraje desgrana poco a poco sus pensamientos de forma
elegante y a un ritmo pausado. Resulta interesante cómo se desenvuelve Boonyawatana
en “The
Blue Hour”, sobre la que vuelca toda su personalidad, con sentimientos
encontrados y un turbador viaje a lo más profundo de la mente, donde ni
nosotros mismos somos capaces de penetrar. 7,5/10
Lo
mejor: toda una grata sorpresa descubrir el talento fotográfico que se
esconde tras esta cinta.
Lo
peor: el extraño giro que nos transporta al onirismo de golpe y que, por
desgracia, puede crear confusión en el espectador.
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