jueves, 25 de junio de 2015

LAS VIEJAS RUINAS DEL DOLOR (2015)


El tercer largometraje del director y guionista tailandés Anucha Boonyawatana“The Blue Hour”, es una perfecta combinación de realidad y onirismo gracias a la historia de Tam (Atthaphan Poonsawas), un adolescente homosexual que es maltratado físicamente no sólo en el colegio, sino también por su familia. Gracias a Internet, conoce a Phum (Oabnithi Wiwattanawarang), en quien encuentra un gran apoyo, siendo su amigo, confidente y amante. Ambos jóvenes se citan en las instalaciones de una piscina abandonada para dar rienda suelta a sus pasiones, pero, tras el frenesí, se esconde un infierno donde conviven en constante lucha sus demonios interiores y sus profundos anhelos. El dolor de no ser aceptados en una sociedad todavía intolerante con respecto a la sexualidad, hace que los protagonistas encuentren su refugio, pero no así el consuelo ante la supuesta inadaptación. 

Junto a ellos, compartimos momentos de verdadera complicidad tras los muros de viejas ruinas, que nos recuerdan el desgaste de la mentalidad arcaica y más convencional. Su autodescubrimiento se detiene tras una extraña visita a un vertedero, donde nos desprendemos del mundo terrenal para realizar una inmersión en la mente de Tam, donde, una vez que el autor nos expone las secuelas físicas consecuencia de ser él mismo, viajamos a las profundidades del sufrimiento y el miedo, de los temores que encierra, pero también de las macabras ambiciones fruto del único deseo de vivir en libertad sin juicios a su alrededor.

Curiosamente, la cinta encierra una trama que nos lleva por derroteros melodramáticos en su primera mitad, pero que, a partir de un giro inesperado, el ambiente se retuerce hasta alcanzar tintes de thriller a través de unos extraños asesinatos e, incluso, rozar el género de terror sobrenatural en su segunda parte, que, por desgracia, posee una narración algo más confusa con acontecimientos que no se explican. Por un lado, ya sabemos que nuestros pensamientos fantasean a su libre albedrío y que, cuando soñamos, muchas veces ocurren sucesos inexplicables, por lo que, en este caso, “The Blue Hour” cumple a la perfección con esa irrealidad, pero Boonyawatana nos introduce en su mundo interior de golpe, sin previo aviso y de forma imprecisa, y no es hasta poco antes del final cuando nos damos cuenta de toda la verdad y del juego en el que el director nos ha sumergido.

Sus errores de guión, que realmente son escasos, quedan minimizados con la excelente labor fotográfica que diferencia ambos momentos, transformando la luminosidad de la imagen en una oscuridad azulada que nos embriaga y nos encierra en la prisión imaginaria de Tam. Un trabajo sumamente cuidado que muestra una Tailandia demacrada como metáfora visual, pura frialdad que nos transmite inquietud con el cambio de atmósfera. No obstante, el cineasta peca de excesivo deleite con planos descriptivos que roban un tiempo innecesario sin aportar nada a la trama.

El joven actor Poonsawas consigue inspirar la fragilidad de su personaje. Sus debilidades tapadas con mentiras, su dolor al rechazo y las inseguridades a la hora de entregarse a la pasión de Phum, papel a manos de Wiwattanawarang, con quien logra una fantástica química en pantalla. El largometraje desgrana poco a poco sus pensamientos de forma elegante y a un ritmo pausado. Resulta interesante cómo se desenvuelve Boonyawatana en “The Blue Hour”, sobre la que vuelca toda su personalidad, con sentimientos encontrados y un turbador viaje a lo más profundo de la mente, donde ni nosotros mismos somos capaces de penetrar. 7,5/10

Lo mejor: toda una grata sorpresa descubrir el talento fotográfico que se esconde tras esta cinta.

Lo peor: el extraño giro que nos transporta al onirismo de golpe y que, por desgracia, puede crear confusión en el espectador.



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