Madonna
fue una más a engrosar la infinita lista de artistas que se percataron de las
posibilidades que el séptimo arte les ofrecía para impulsar su carrera. En
plenos años 80, la cantante hacía sus pinitos en las comedias románticas
juveniles, cintas que se convirtieron en taquillazos del momento gracias a sus
propios seguidores. Su primera oportunidad, ofrecida por el cine independiente,
pasó totalmente desapercibida hasta que con “Buscando a Susan
Desesperadamente”, de la directora estadounidense Susan Seidelman, se hizo un hueco en lo que a día
de hoy se ha convertido en una auténtica afición que la ha llevado, incluso, a
dirigir dos largometrajes, “Obscenidades y Sabiduría” (2008) y “W.E.”
(2011), y un cortometraje documental, “Secret Project Revolution” (2013).
Inesperadamente,
la producción de Seidelman consiguió colarse en algunos festivales de renombre y
recibir buenas opiniones entre la crítica, con una jovencísima Rosanna Arquette
en el papel de Roberta
Glass, un ama de casa dedicada al cuidado de su exitoso marido, que
suele emplear su tiempo libre en leer los anuncios clasificados de los
periódicos. Una mañana, descubre, a través de ellos, que un desconocido intenta
localizar a una tal Susan (Madonna) y la cita en un punto de
encuentro, por lo que Roberta siente la curiosidad por saber quién es
ella y decide acudir al lugar que pone la publicación, dejando atrás a un egoísta
y codicioso esposo y embarcándose en toda una aventura de enredos gracias a Susan,
que actúa con total libertad y siempre bajo sus deseos.
Independientemente
de los toques de comedia y el romanticismo, la cineasta incluye una crítica
social sobre la condición tradicional femenina, que, a nuestros ojos, queda muy
edulcorada en parte por las pinceladas de un sencillo y oportuno humor. Esa
visión de la mujer encerrada en casa al servicio de su cónyuge y sin
posibilidades de sentirse mínimamente realizada se ve reflejada en Glass y
conforma un gran contraste con la personalidad y situación de la alocada Susan, imparable,
divertida, independiente y, a fin de cuentas, sin tapujos ni miedos. El filme
no deja de ser una especie de curso de aprendizaje acelerado para la frustrada
protagonista, que se rinde ante la idílica modernidad y rebeldía poco propia de
su clase social.
Precisamente,
este tipo de papeles condicionaron en demasía la trayectoria de Arquette al
igual que la de su famosa compañera, Madonna, que continuó su estela con personajes femeninos
muy contemporáneos en “¿Quién Es Esa Chica?” (James Foley,
1987) y obteniendo pésimas críticas con respecto a sus dotes interpretativas
hasta la llegada de “Evita” (Alan Parker, 1996). Ambas actrices llevan a sus
espaldas el peso de toda la trama, amenizada por el galán de turno que, en este
caso, viene de la mano de Aidan Quinn, uno de los ídolos más populares entre
los adolescentes de la época y que encarna a un joven fuera de los tópicos hasta
entonces vistos. En consonancia con Susan, Dez no es exactamente el hombre perfecto, sino más
bien alguien autosuficiente y que disfruta del momento sin expectativas de
futuro.
Su
previsible guion al menos no logra aburrir al espectador al saber explotar a la
perfección la clásica comedia de enredo, con esa confusión entre Roberta
como si fuera Susan
y la verdadera. Sí es cierto que su comienzo ralentiza el dinamismo del
metraje, con una presentación de los personajes y las situaciones bastante
lenta y sin necesidad. Sin embargo, la atracción de la cinta reside en el
ambiente neoyorquino tan kitsch, con
vestuario estrambótico y andrógino, baños de color en los maquillajes, peinados
y complementos en exceso y la música, con canciones pop de la época, entre las
que destaca, como es obvio, el célebre tema de Madonna, “Into The Groove”, del
que tantas veces hemos podido disfrutar.
Lo
mejor: la banda sonora ochentera, su extravagante y logrado ambiente tan cursi
y pretencioso.
Lo
peor: no deja de ser una comedia romántica como tantas otras, pero no
implica que por ello no podamos conseguir entretenernos.
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