Nos
trasladamos a nuestra más tierna infancia para recordar uno de los mejores
clásicos de Disney, “La Bruja Novata”, del director y guionista inglés Robert Stevenson.
Con el paso del tiempo, ciertas cintas de la factoría han acabado relegadas a
un segundo plano, con lo que las nuevas generaciones apenas tienen conocimiento
de historias tan interesantes y divertidas como la protagonizada por la mítica
actriz Angela
Lansbury. Basada en la novela de la escritora británica Mary Norton,
cuenta las vivencias de una bruja aficionada, Eglantine Price, que debe de hacerse
cargo de Paul
(Roy Snart), Carrie (Cindy O’Callaghan) y Charlie (Ian Weighill), tres niños
refugiados en la pequeña comarca a causa de los recientes bombardeos en la
ciudad de Londres durante la Segunda Guerra Mundial. Gracias al profesor Emelius Browne
(David Tomlinson), que le envía algunos trucos por correspondencia
como parte de su aprendizaje, Eglantine prepara un plan para impedir la invasión
nazi en tierras británicas, pero las clases se cancelan antes de poder acceder
al último hechizo y el más importante, “la locomoción sustitutiva”. Es por ello
que, junto a los pequeños, decide viajar en una cama voladora para conocer al
profesor y tener, por fin, entre sus manos, las palabras mágicas que le
facilitarán poder enfrentarse a los enemigos.
Volver
a visionar una película que formó parte de nuestra infancia y que nos conquistó
desde el primer momento, a veces, resulta más que peligroso, puesto que puede
perderse ese encanto que guardábamos junto al resto de buenos recuerdos. Por
suerte, “La Bruja Novata” es de las pocas que no pierde ni un ápice con
el paso del tiempo, aunque se disfrute desde un punto de vista más adulto. Sin
embargo, para Stevenson
y su equipo únicamente supondría una especie de preámbulo para crear su gran
obra dentro de la compañía y que seguiría la misma línea, “Mary Poppins” (1964),
que también contaría con la presencia de David Tomlinson como el Señor Banks, el padre banquero que
necesitaba aprender una valiosa lección sobre la vida y su familia. Por su
parte, Lansbury
acabó regresando al medio que la vio crecer como una estrella, la televisión. En
esta ocasión, y aunque ambos cumplen con su papel a la perfección, no llegan a
despertar esa química esperada entre una pareja principal, pese a ese sutil
guiño al romance que podría haberse dado, pero que no termina de desarrollarse.
Los
estupendos coqueteos de una bruja patosa con la magia comienzan con un sencillo
dominio de la escoba que, por desgracia, acaba de una forma bastante hilarante.
Viajar en una cama a cualquier parte con tan sólo girar el boliche de una de
sus patas fomentaba, aún más, nuestra maravillosa imaginando e inocencia,
pensando que, al anochecer, la nuestra también nos llevaría a un sinfín de
lugares inesperados.
Su
mágica combinación entre personajes reales y animación, premiada con un Oscar a
los Mejores Efectos Especiales en 1971, no hacen más que sumar atractivo para
todo tipo de público. Esa búsqueda incesante del hechizo más importante les
lleva a aterrizar en la isla de Naboombu,
con un lago en donde los peces celebran un concurso de bailes de salón,
mientras que en la superficie, un caprichoso león al que no le gusta perder,
gobierna a sus anchas con un carácter un tanto especial. Dosis de distracción y
diversión que sólo sirven para edulcorar el telón de fondo de esta historia, la
miseria que iba dejando a su paso la guerra contra la Alemania nazi.
Obviamente
y viniendo de la clásica factoría Disney, su guion está rematado con gran
precisión, creando un producto agradable, pese al aspecto amargo del belicismo,
y encantador, nunca mejor dicho. A ello hay que sumarle su magnífica banda
sonora, compuesta por los famosos hermanos Richard M. y Robert B. Sherman y orquestada por el músico Irwin Kostal,
que recrean llamativos números musicales realmente entretenidos gracias al uso
de unos pegadizos estribillos que consiguen resonar en nuestras cabezas,
incluso, décadas después. Así es cómo más de uno se ha visto tarareando
mentalmente el tema “Portobello Road”, mientras visita el tradicional mercadillo de
antigüedades en pleno Notting Hill de Londres y es que a la vista está que “La
Bruja Novata” sigue acompañándonos pese al paso de los años,
devolviéndonos un trocito de toda aquella inocencia perdida.
Lo
mejor: prácticamente todo, desde la fusión entre animación y personajes
reales hasta la memorable banda sonora de la que hace gala.
Lo
peor: la falta de química entre Lansbury y Tomlinson. Algunos pensarán que el tipo de
animación es demasiado clásica, pero lo importante es que no pierde todo su esplendor
original.
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