Tras visualizar el famoso documental “My Love, Don’t Cross That River”,
del director y guionista Jin Mo-Young, resulta más que comprensible que
haya causado tanta sensación entre el público y la crítica internacional durante los años 2014 y 2015, en los que
fue premiado en el Festival de Cine de Los Ángeles y se convirtió en todo un éxito en la taquilla nacional pese a ser una cinta
independiente y de bajo presupuesto. El debut del surcoreano no pudo ser más
soberbio y es que el boca a boca encumbró este espléndido trabajo que debería
incluir en su inicio un mensaje de advertencia: todo lo que vamos a ver es la
pura realidad y, en vistas de la intensidad de esta historia, es recomendable
mantener un par de paquetes de kleenex a mano.
La película, que, en primer lugar, se presentó en 2011 a
través de la cadena de televisión KBS en forma de una miniserie de 5 capítulos,
sigue la vida de una pareja de ancianos durante 15 meses. Jo Byeong-Man tiene 98 años,
mientras que su querida esposa, Kang Kye-Yeol, cumple 89 y llevan nada menos que
76 de matrimonio, pero la diferencia entre otros muchos es que ellos se siguen
queriendo como la primera vez que se conocieron. Usan hanbok, el traje tradicional, a juego y tontean como dos
adolescentes. Sus coloridos trajes enfrentan la monotonía del paisaje y
permiten exteriorizar la gran vitalidad de ambos. Cantan, bailan, se regalan
flores o se tiran bolas de nieve, agua o las hojas secas que trae el otoño. Así
es su día a día, en una clásica casa oriental, donde los dos conviven en la más
absoluta soledad, pero el hombre padece una enfermedad que poco a poco va
empeorando y, precisamente, con el esperado y doloroso final de ambos, es por
donde empieza esta historia. En las primeras imágenes del documental
descubrimos un paisaje nevado de gran belleza, pero pronto se apaga el deleite
al descubrir a la pobre Kye-Yeol arrodillada sobre el gélido suelo,
mientras llora la pérdida de su ser más preciado. Minutos después, Mo-Young
no pierde el tiempo y nos traslada a un pasado cercano lleno de felicidad,
convirtiendo lo que prometía ser un drama lacrimógeno y desgarrador en una
entrañable comedia romántica que resulta ser verdad.
El amor que se profesan ambos supera cualquier tipo de
obstáculos, pero, por desgracia, para ellos es inevitable tener presente que
muy pronto uno de los dos tendrá que marcharse. A veces, comentan entre bromas
lo que podría suceder cuando el otro no esté, en cómo sobrevivir cuando uno
deja atrás a su único y verdadero amor. Mientras tanto, continúan su rutina cogidos
de la mano para pasear o, incluso, abrazados para dormir. Él se muestra como un
auténtico caballero, a pesar de que muchas veces no pueda evitar chincharla.
Todavía sigue viendo a aquella bella joven a través de su arrugado rostro, que
acaricia por la noche como si protegiera un gran tesoro. Ella se rinde ante sus
divertidos juegos, adora verle comer todo lo que le prepara y le mira con tal
dulzura que nos llega a dejar atónitos.
A partir de algunas escenas cotidianas y de entrevistas, se va
construyendo el fin de un romance infinito. Kye-Yeol revela que le conoció con
tan sólo 14 años, pero que le robó el corazón al saber esperarla hasta que
estuviera preparada para aceptarle, mientras que él cuidó de ella desde el
primer momento. La imagen de sus 6 hijos perdidos, uno de ellos durante la
guerra de Corea, perdura en sus mentes como el mayor dolor de sus vidas, pero,
a pesar de ello, son felices con lo que tienen, con su descendencia restante,
sus dos perras y su eterna compañía. Mo-Young nos invita a presenciar un poderoso romance basado en
la confianza, el respeto mutuo y la pasión más pura. Un cuento de hadas bañado
en la amargura de la inevitable pérdida, que viene alimentada por una de las
emociones más humanas que puedan existir. Bajo la tranquilidad de un apacible
relato, recibimos pequeñas dosis o avisos de que se aproximan instantes
verdaderamente desgarradores y que, quienes hayan sentido la pérdida de alguien
cercano, sentirán el recuerdo en todo su apogeo hasta el límite de la extenuación.
Tras la importancia de esta relación, se esconde otro tipo de
intereses, como la posibilidad de poder disfrutar de la rutina y el estilo de
vida más tradicional, observando atentamente el interior de la vieja casa, sus
costumbres y, principalmente, esa sabiduría tan preciada que nuestros ancianos
nos dejan como legado y que, como es obvio, forma parte del diálogo entre Kye-Yeol
y Byeong-Man.
La llegada de la primera nevada nos ofrece la belleza del
invierno sobre las montañas de Hoengseong, en la provincia de Gangwon, al norte
del país. Un espacio que es invadido por un apacible silencio, únicamente
interrumpido por delicadas melodías a piano estratégicamente situadas, que logran
aportar mayor sensibilidad al metraje, pero que no toman protagonismo en ningún
instante.
Y una vez que transcurren esos 15 meses en tan sólo 86 minutos
de metraje, cuando el mayor dolor ha dejado una gran cicatriz, nos damos cuenta
de que “My Love, Don’t Cross That River” es un documental francamente
especial y de obligado visionado. Su sencillez cala profundamente
convirtiéndola en una película difícil de olvidar en el tiempo gracias a la excepcional
historia de nuestros queridos Kye-Yeol y Byeong-Man.
Lo mejor: los posos que deja como rastro este fabuloso
trabajo.
Lo peor: la falta de kleenex durante el visionado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario