Corea
del Sur, 18 de mayo de 1980. La ciudad de Gwangju, al suroeste de la península,
se prepara para llevar a cabo un levantamiento contra la dictadura militar de
Chun Doo-Hwan, emergiendo desde el núcleo estudiantil y expandiéndose rápidamente por
todos los rincones de la urbe. Sus voces a favor de la democracia quedaron
apagadas por la represión que se extendió hasta el día 27 de mayo y, posteriormente, por unas
heridas que se infringieron a su población y que siguen siendo recordadas a
fecha de hoy. El pueblo no olvida lo que se conoce como la masacre de
Gwangju, que dejó 165 víctimas de la sanguinaria violencia gubernamental y que
quedan retratadas en la obra del director surcoreano Jang Hoon, “A Taxi
Driver”, el cuarto largometraje del autor tras su ópera prima, “Rough Cut” (2008), que
contaba con Kim Ki-Duk como guionista; el clásico espionaje entre el norte y el sur de “Secret Reunion” (2010) y la popular cinta bélica “The Front Line”
(2011).
El
nuevo cine surcoreano sigue revisando su propio pasado que, aunque en un primer
momento se centró en el conflicto norte/sur, poco a poco se ha ido enfocando en
otras cuestiones como la invasión japonesa de principios del siglo XX o
diferentes hechos acontecidos durante los gobiernos militares que se sucedieron
tras la guerra de Corea. El cineasta recurre a una historia íntima como excusa
para presentar todo un merecido homenaje al Movimiento Democrático de Gwangju.
Kim Man-Seob (Song Kang-Ho) es un taxista de Seúl que intenta vivir
prácticamente al día por la gran cantidad de gastos que posee. Es viudo, por lo que mantiene a su hija lo mejor que puede, pero la mayor parte del día se
encuentra sola, muchas veces al cuidado de su vecina y casera. En el bar, escucha
que un extranjero necesita un taxi para una misión especial a cambio de mucho
dinero. Así es como Man-Seob le roba a su compañero el cliente, Peter (Thomas Kretschmann), un
periodista que desea llegar a Gwangju para grabar los incidentes que se están
produciendo allí y poder mostrar las imágenes al mundo. Sin embargo, Man-Seob
desconoce lo que está ocurriendo y mucho menos que el ejército, que él tanto defiende, ha tomado la
ciudad.
La
narración toma, de forma progresiva, una gran intensidad dramática a medida que transcurren los 137
minutos de metraje, describiendo los hechos que se producen durante el fin de semana
del 18 al 20 de mayo, los dos días en los que Peter y Man-Seob no sólo tratan
de plasmar en imágenes tal denuncia, sino que también intentan acercarse a los
ciudadanos, a las víctimas que cayeron en los constantes enfrentamientos y a
los familiares que continuaron con la lucha. Poco a poco, quedan en segundo plano las ansias
de Peter por buscar una noticia que le otorgue popularidad internacional y dinero o las
dificultades por las que pasa la vida de Man-Seob, el cual, en más de una ocasión,
querrá tirar la toalla y volver a la estabilidad de Seúl. El
impacto y la dureza del relato no se desprende sólo de la crueldad con la que
el ejército intenta “apaciguar” a los revolucionarios, sino de la ceguedad con
la que vivía Man-Seob hasta ese momento, que, aun residiendo en la capital, desconocía las
circunstancias que se estaban produciendo al sur de su propio país.
Es, precisamente,
ese choque con la realidad el que genera el mayor de los efectos, representando
a cada persona que no conocía tal suceso aún en la actualidad. El mérito es del
popular actor Song Kang-Ho, quien colaboró anteriormente con Jang Hoon en
“Secret Reunion”, pero que, además, ha protagonizado algunas de las obras más
emblemáticas de este nuevo cine surcoreano, como “Joint
Security Area JSA” (2000), “Sympathy for Mr. Vengeance” (2002) o “Thirst”
(2009) de Park Chan-Wook; “Memories of Murder: Crónicas de un Asesino en Serie”
(2003), “The Host” (2006) o “Rompenieves” (2013), de Bong Joon-Ho; o el
original western “El Bueno, el Malo y el Raro” (2008) y “El Imperio de las
Sombras” (2016), de Kim Jee-Woon, formando parte indispensable de la filmografía de tres de los directores más importantes de la última década en Corea del Sur.
Tras
este macabro acontecimiento, que intentó ser silenciado a toda costa, se esconde una
historia emotiva que, en parte, ha servido para dirigir la narración. En la vida
real, Peter, o, mejor dicho, el reportero alemán Jürgen Hinzpeter, ha estado
buscando a este taxista que le acompañó durante esos oscuros días. Por tanto,
su colaboración fue indispensable para Jang Hoon, aunque, por desgracia, su
fallecimiento en 2016 impidió que viera el montaje final de la película. Es por
eso que Kretschmann carga una gran responsabilidad a sus espaldas y lo realiza
con delicadeza y elegancia, otorgando un mayor protagonismo a su compañero de
reparto, el siempre magnífico Song Kang-Ho y, en definitiva, el verdadero enigma de este relato que, aunque en el largometraje tenga rostro, en la
vida real sigue permaneciendo en absoluto anonimato, aspecto que únicamente se
revela con algunos valiosos testimonios del periodista durante los créditos.
“A
Taxi Driver” es, sin duda, uno más de esos exitosos blockbusters que Corea del Sur
viene produciendo desde el surgimiento de su nuevo cine, aunque, sin duda, no
resultaba descabellado pensar en una evidente alta recaudación en la taquilla nacional
al contar con una trama tan cercana para el pueblo surcoreano. Ya de por
sí, es obvio que este tipo de narraciones captan fácilmente su atención, como se apreció en otras cintas antecesoras
como “Oda a mi Padre” (2014), de JK Youn, o “The Admiral” (2014), de Kim
Han-Min, dos de las obras más taquilleras de los últimos tiempos. La memoria histórica está más presente que nunca en el país,
propiciando que, a nivel internacional, muchos tengamos la oportunidad y las
ansias de conocer con mayor profundidad el pasado de esta nación.
Lo
mejor: la valiosa interpretación del siempre impactante Song Kang-Ho. El
fantástico homenaje que realiza Jang Hoon sobre un capítulo bochornoso de su historia.
Lo
peor: pese a ser un suceso algo lejano, no sólo por la distancia que nos separa
con Corea del Sur sino por las décadas que han transcurrido, es importante
recordar ciertos valores que parecen caer en el olvido a la menor oportunidad.
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