El
hombre siempre ha deseado tener la posibilidad de controlar el tiempo y, con
ello, el alcance de la inmortalidad independientemente de sus consecuencias.
Precisamente de éstas se habla en “El Secreto de Adaline”, la producción del director y guionista estadounidense Lee Toland Krieger que retrata la
vida de Adaline
Bowman (Blake Lively), una joven de 29 años, nacida a principios del
siglo XX, que ve cómo su rostro nunca envejece a raíz de un accidente
ocasionado durante unos extraños sucesos meteorológicos. Durante 8 décadas, ha
escondido su secreto y se ha visto obligada a un largo transcurso de soledad
únicamente acompañada por su hija Flemming (Ellen Burstyn), a la que sólo ve de vez en cuando
para no levantar sospechas. Igualmente, su extraño don también la ha forzado a
abandonar a cada una de sus parejas para que no se percataran de su inmutable
apariencia. De repente, la aparición de su compañero de trabajo, Ellis Jones
(Michiel Huisman), la expone a una relación distinta a las
anteriores y por la que se plantearía, incluso, no volver a huir nunca más.
Un
romance con tintes fantásticos en torno a un personaje desdichado, incapaz de
encontrar su sitio debido a las circunstancias sobrenaturales que, a pesar de
posibilitar mantener la belleza de la juventud y ese eterno sueño del ser
humano, le impiden permanecer al lado de sus seres queridos y normalizar su
situación. Este punto melodramático que, en ocasiones, roza la pedantería, se
construye a partir de una trama que profundiza bien poco en sí misma, pasando
de puntillas por un potencial que podría haber despertado un gran interés. Correcta,
elegante y suave en su esencia, mantiene a duras penas una historia
espiritualmente ingeniosa, pero pobremente emocional. La falta de atrevimiento
repercute en demasía en una producción sin alma y fácilmente olvidable.
Buen
trabajo el realizado por Lively, que destaca en su carrera gracias a un
papel sobre el que reside todo el peso de la cinta. Tras su paso, sobre todo,
por la exitosa serie “Gossip Girl” (2007), su desliz en
el largometraje “The Town (Ciudad de Ladrones)” (2010), bajo la dirección de Ben Affleck;
la llamativa Carol
Ferris en “Linterna Verde” (Martin Campbell,
2011) o su colaboración con Oliver Stone en “Salvajes” (2012), la
actriz se encuentra inmersa en la nueva película de Woody Allen, que cuenta con la
participación de Jesse Eisenberg, Bruce Willis o Kristen Stewart, entre otros.
Por
su parte, su compañero de reparto, Michiel Huisman, encarna al típico caballero por
el que Adaline
podría perder la cabeza después de tantos años. Su sencilla interpretación
fluye a la par que la de Lively, pero con la aparición de Harrison Ford
como William
Jones, el padre de Ellis, el joven actor queda totalmente eclipsado
hasta dejar de interesarnos e, incluso, olvidarnos de él. La narración adquiere
un nuevo cariz con la introducción de este personaje que, además es el nexo de
unión con el pasado de la protagonista. Un revés que nos hace despertar del trayecto
tan edulcorado que llevábamos desde el primer minuto de metraje. Junto a él y
como secundarios, Ellen Burstyn y Kathy Baker dan ese matiz necesario
a un largometraje falto de desarrollo en sus puntos más importantes y que
simplemente decide desfilar de puntillas para crear un producto insulso, aunque
visualmente elegante.
El
aura romántica impregna cada detalle, desde una puesta en escena preciosista y
embaucadora hasta la intimista banda sonora que envuelve de magia y ensoñación
un melancólico guion plasmado de forma pausada y que ayuda a la distracción del
espectador. La atractiva propuesta de Toland Krieger parte de una premisa más que
deseada y perseguida por el ser humano a lo largo de su historia, pero no logra
cautivar en ningún instante y mucho menos interesar, a excepción de la
intervención de Ford
que, por desgracia, no termina de llegar a culminar en lo que podría haber sido
un excepcional drama envuelto en un halo de belleza surrealista.
Lo
mejor: los secundarios aportan cierta frescura a una trama que acaba siendo
mediocremente melodramática.
Lo
peor: la falta de profundización tanto en su narración como en sus
personajes.
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