El director y guionista italiano Pier Paolo Pasolini
no podía desaprovechar la ocasión para dar salida a su obra en pleno año
revolucionario. En 1968, el séptimo arte se convirtió en la plataforma perfecta
para propagar los ideales de un movimiento que se desarrolló de forma paralela
al cine más comercial. Su cinta “Teorema” se erige sobre la visión
de la familia burguesa, sobre la que vuelca todos sus pensamientos y
reflexiones intelectuales para realizar una crítica mordaz de esta clase social
y de los instintos más básicos que, como seres humanos, poseen, pero que, de
cara al exterior, prefieren ocultar.
Así
es cómo surge la figura del visitante (Terence Stamp), del joven que se cuela en sus
vidas gracias a la invitación de su amigo Pietro (Andrés José Cruz Soublette). Tan sólo es
necesario un verano para que el protagonista consiga encandilar a cada uno de
los miembros. Lucia,
la madre (Silvana
Mangano) cae rendida al instante ante tan atractivo muchacho y
estupendo oyente, mientras que su hija, Odetta (Anne Wiazemsky) se deja embriagar por la
pasión de la juventud. El padre, Paolo (Massimo Girotti), parece resistirse más,
pero termina dejándose llevar ante la magia que su invitado despliega. Con el
fin de la temporada vacacional, el visitante desaparece, generando un fuerte
trauma entre todos los personajes, que sienten la pérdida profundamente y hasta
límites exagerados. Infelices y vacíos, cada uno de ellos sufrirá las
consecuencias de una ausencia que les ha dejado marcados de por vida.
“Teorema”
no ha sabido envejecer como debiera, por eso, es necesario tener presente su
contexto en todo momento, puesto que, ya de por sí, se muestra una narración
muy poco dinámica, desarrollada a fuego tan lento que, a veces, da la sensación
de que no pasa nada. Cada escena encierra una gran carga ideológica suministrada
a partir de metáforas que exigen de un mayor esfuerzo intelectual por parte del
espectador. No es sencillo disfrutar de una obra de este calibre, puesto que Pasolini
no pensó en el futuro de su trabajo, sino que se centró principalmente en la generación
luchadora del momento, en la sensación de sentirse identificados por una causa
y en la de concienciar a quienes aún no se habían dado cuenta de esa necesidad
de cambio, de la inminente ruptura con el conservadurismo.
El
autor expone a la burguesía ante su sexualidad, sus debilidades y su más pura
decadencia, algo que, obviamente, generaría una gran controversia por una
degradación que el séptimo arte no acostumbraba a recoger y que el largometraje
recoge no sin cierta torpeza en su planteamiento. Esa lucha de clases entre
trabajadores y burguesía queda reflejada en un primer plano, con unos
protagonistas casi decadentemente caricaturizados, frente a la asistenta, Emilia (Laura Betti), que
representa al obrero y que al final es la que mejor sale parada. Un mensaje que
especialmente queda expuesto a partir de su montaje, que cobra una gran
importancia al aportar parte de esa ideología que el cineasta pretende mostrar
y que, sin embargo, despierta un gran número de interpretaciones. Tal vez el
personaje principal sea la viva imagen de la fe, de los ideales o del mismo tradicionalismo
burgués al que se aferran y que les es arrebatado, sumiéndolos en un auténtico
agujero negro vital en el que se sienten perdidos, sin razón de vivir.
El
amor que les entrega el visitante parece aprovechado, vacuo, sin sustancia,
pero, pese a su fugacidad, consigue extraer todas las fragilidades, las
miserias más ruines de quienes, según Pasolini, son los principales enemigos de la
renovación social. Una realidad aparentemente atemporal y fría que contrarresta
la pasión por la que se deja llevar la familia. El reputado actor Terence Stamp
es la pieza clave, el engranaje que hace funcionar “Teorema”. Parece
disfrutar en un papel que otorga vida para luego quitarla, una especie de ángel
de la muerte que les escucha detenidamente, les estudia y les aporta más de lo
que ellos nunca podrían haber imaginado tan sólo con su presencia. Una apuesta
segura para el cineasta que, a parte de contar con toda una estrella, también completa
su elenco con una de las caras más famosas de la nouvelle vague y, en sí, del cine de autor europeo de la época.
Hablamos de la joven Anne Wiazemsky que, en esta ocasión, luce enfermiza,
retraída, una adolescente ensombrecida que termina por ser eclipsada hasta el
extremo. Tampoco podía faltar Laura Betti, una de las musas del realizador y que, como siempre, hace frente con gran maestría un personaje que, al principio, no tiene gran importancia, pero que va adquiriendo mayor peso conforme avance el metraje, posicionándose como elemento esencial en los minutos finales. El resto del reparto, igualmente, realizan un trabajo más que
correcto, destacando a Silvana Mangano que desempeña una labor
interpretativa fantástica, desde sus seductores gestos y mirada hasta su
pérdida de luz al quedar sumida en la más pura tristeza por la ausencia del
visitante.
“Teorema”
es toda una explosión ideológica de apacible imagen y perfección técnica. Un
largometraje perseguido por el contexto histórico, aspecto fundamental para
poder entender el mensaje que exhibe Pasolini y que hacen de este filme (y de otros
muchos creados bajo el halo revolucionario del 68) una producción indispensable
para todo cinéfilo por su gran valor generacional y su aportación al cine
italiano.
Lo
mejor: la fabulosa actuación de Terence Stamp que, con tan poco diálogo, sabe
expresar más que ninguno. El peso histórico de la cinta.
Lo
peor: su sosegado ritmo puede acabar con la paciencia de quien no está
acostumbrado a ver este tipo de películas.
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