A
veces, los actores intentan probar cosas nuevas, dar un poco de chispa a sus
carreras. Es por eso que algunos deciden ponerse detrás de las cámaras
para crear sus propias obras. Algunos de ellos consiguen el éxito en taquilla,
bien por ser una estrella que atrae a sus legiones de incondicionales seguidores o
porque verdaderamente realizan un trabajo de categoría. Pero también están
quienes se precipitan e intentan dirigir cuando aún les queda un gran recorrido
por aprender o adoptan como suyas las técnicas de aquellos cineastas con los
que han colaborado y les han podido influir más. Y no es que sea negativo este
aspecto, muchos autores beben del cine que ellos mismos han consumido, de sus
favoritos. Nos referimos a casos más extremos, como “Lost River”, la ópera prima del
canadiense Ryan Gosling.
La
historia se centra en Billy (Christina Hendriks), una madre que intenta evitar
que su casa sea embargada. Para ello, acude al banco, en donde el empleado Dave (Ben
Mendelsohn) le ofrece una alternativa: trabajar en un local fuera de lo común.
Mientras que ella se deja llevar por su desesperación, su hijo mayor, Bones (Iain
De Caestecker), que está enamorado de su vecina, Rat (Saoirse Ronan) y es perseguido
por el matón del pueblo, Bully (Matt Smith), descubre una leyenda bajo el río
que justifica el estado en el que se encuentra una apocalíptica Detroit
El
cartel y elenco actoral hacían llamativa la película, pero
tras las opiniones tan dispares que suscitó en la última edición del Festival
de Cannes, parece que auguraba lo peor para sus comienzos como director. Si a
ello le sumamos el hecho de que posee ciertos toques de cine experimental, se
genera una bomba extrema para un público que piensa que tiene mejores ofertas
que visionar. No obstante, y a pesar de ello, nunca está de más arriesgarse. Si
juntásemos la psicología de los personajes de David Lynch, la fotografía de
Gaspar Noé y las depuradas técnicas de Terrence Malick y Nicolas Winding Refn,
obtendríamos el mismo resultado que nos presenta Gosling. No encontramos la
propia personalidad del actor por ningún lado, sino una mezcla extraña que van
más allá de una simple inspiración y que dificulta ver al autor como tal.
Las
imágenes despliegan un provocador colorido para representar el bizarro mundo
que se ha creado. Bien es cierto que el aspecto visual es uno de los encantos
de la cinta, con un embelesador juego de violetas, verdes, azules y rojos en
una fotografía elaborada por el belga Benoît Debie, que también forma parte del
equipo de Noé. Como era evidente, sigue la estela de algunas de las obras del
francés, como “Irreversible” (2002) o “Enter The Void” (2009). Las
actuaciones de Hendriks y De Caestecker pasan totalmente desapercibidas pese a
ser los protagonistas. Un trabajo muy desaprovechado con unos personajes que
ahogan el interés por falta de desarrollo. Eva Mendes y Ronan nos dejan con ganas de más. Ésta última, con su llamativa y embriagadora belleza repleta de misterio,
parece que esconde una historia espeluznante, pero, en cambio, nos quedamos con
pocos datos sobre ella. En el caso contrario, Mendelsohn parece ser el único en
despuntar gracias a su fantástico carisma, a pesar de realizar un baile que
roza lo ridículo y que no viene muy a cuento.
Ese
sueño americano, que tratan tantas películas, se repite en “Lost River”, pero
como un simple intento de Gosling por empezar una nueva carrera. No es un
despropósito ni una decepción el trabajo que presenta, al contrario, hay que
premiar las ganas de arriesgar, de ir más allá del simple cine comercial.
Esperemos que poco a poco vaya sacando a la luz su propia personalidad sin
tener que recurrir por completo a otros cineastas de renombre porque, aunque
parezca contradictorio, promete.
Lo
mejor: si te gustan sus fuentes de inspiración, te interesará. La fantástica
fotografía de Debie y la inspiradora banda sonora.
Lo
peor: tan sólo es un intento de Gosling que tal vez en un futuro pueda llegar a
ser algo más.
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