A
estas alturas, es raro que alguien no conozca mínimamente la historia de “Cenicienta”.
El clásico de Disney cobra vida (como muchos otros) de la mano del respetado
director irlandés Kenneth Branagh, un amante del cine y el teatro a partes
iguales y es que sólo hay que ver su filmografía para darnos cuenta de que al
autor le apasionan los grandes literatos. Como cabía esperar, el famoso cuento
viene cargado por un exceso de dramatismo que pone histérico al más calmado.
Con
alguna que otra variación con respecto a la trama de dibujos animados,
encontramos ciertos detalles que nos evocan a otras películas de la compañía,
como “La Bella Durmiente”. Unos pequeños guiños que refrescan la archiconocida
vida de la protagonista y que, al menos, consiguen mantener el hilo de una
narración que aprueba por los pelos. La princesa, que había sido olvidada por
las nuevas generaciones con corona, tiene una imagen más fresca y renovada
gracias a la interpretación de una cándida Lily James, Ella, que cumple con el
arquetipo de belleza y con el papel de mujer con excesiva fragilidad
psicológica que se rige por valores idealistas de bondad y valor, aunque la
última cualidad no salga a relucir hasta los últimos minutos. Igualmente, su
facilidad para perdonar (en cuestión de segundos), nos hace mostrar una extraña
mueca que no dejaríamos pasar en otros trabajos, pero que, en esta ocasión,
teniendo en cuenta que se trata de una producción de corte infantil, no nos
queda más remedio que aceptar.
Inigualable
es, sin duda, la actuación de una Cate Blanchett malvada como pocas y que
resulta ser todo un acierto en cuanto al casting escogido. Por otro lado, una
edulcorada Helena Bonham Carter como Hada Madrina choca en demasía con las anteriores facetas
adoptadas a lo largo de su carrera. Más bien, nos recordaría a sus comienzos
con aquellos papeles de época de una jovencísima e inocente actriz. Por su
parte, poco queda por decir de un correcto Richard Madden encarnando al típico
príncipe ideal que busca el amor verdadero y no un matrimonio concertado (el
eterno dilema de siempre).
No
obstante, si por algo tiene un gran mérito el largometraje, es por su excelente
vestuario a manos de la diseñadora británica Sandy Powell, que ya es
indispensable en el equipo de Martin Scorsese. La espectacularidad de los trajes
con brocados, sedas y colores chillones; y el derroche de los decorados tan
barrocos deslumbran en todo momento. Una sobresaliente labor fotográfica por
parte del cineasta chipriota Haris Zambarloukos que consigue dar en el blanco
al crear ese halo mágico de todo mundo imaginario.
Como
producción para el público infantil, “Cenicienta” es una película sensacional
para que los más pequeños puedan disfrutar y sorprenderse con cada detalle, pero,
quitando este aspecto, nos quedamos simplemente con poco mas de hora y media de
entretenimiento dulcificado con los típicos personajes fantásticos y la clásica historia de cuento que, a excepción de ciertos aspectos técnicos, no innova en
absoluto.
Lo
mejor: su fantástico vestuario de época y la fotografía recargada de la que hace
gala. La interpretación de Blanchett es superior a la del resto de sus
compañeros.
Lo
peor: es el cuento de siempre.
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