La
película de la veterana directora hongkonesa Ann Hui se desvela simplemente a
través del título y el cartel. Es más que evidente que “Una Vida Sencilla”
esconde una historia emocional, previsible y, probablemente, algo lacrimógena.
En parte no nos equivocamos, puesto que estamos ante las últimas semanas de Ah
Tao (Deannie Yip), una sirvienta que ha trabajado toda su vida para una familia
adinerada, de la que forma parte Roger (Andy Lau), productor de cine soltero
que vive en compañía de la mujer. No obstante, ella se va apagando poco a poco
y decide ingresar en una residencia, mientras que Roger intenta sacar todo el
tiempo posible para estar con ella.
Ya
sabemos cómo acaban este tipo de cintas, pero su naturalidad y la humildad con
la que su autora nos la presenta, hacen que sea irremediablemente atractiva y conmovedora
sin caer en lo más fácil del drama. Con sumo cuidado, ya que se basa en la vida
de Roger Lee, productor y co-guionista del largometraje, despierta un lado humano
que en esta sociedad está prácticamente muerto. El apoyo a los mayores es un
aspecto esencial en la cultura asiática, mientras que en occidente son
hacinados en geriátricos, en los que la mitad son abandonados por sus
familiares. Una triste realidad que la cineasta recoge con dulzura y mimo a través de
entrañables personajes.
La
magnífica Deannie Yip se desenvuelve con maestría en un papel que requiere más
de su expresión facial que de sus artes interpretativas. Totalmente entrañable,
nos recuerda a nuestros propios abuelos con su bonita sonrisa y una mirada de
agradecimiento. Ah Tao ha hecho que ganara diversos premios, entre los que se
encuentra el de Mejor Actriz en el Festival de Venecia de 2011. Por su parte,
un más que correcto Andy Lau se mantiene a la sombra de su compañera, con la
que es difícil despuntar cuando toda la narración gira en torno a ella.
Conocemos
cómo trabaja Ann Hui, la sencillez con la que trata cualquier tema. No es amiga
de grandes alardes ni ostentaciones, sino que su motor son los sentimientos de
sus protagonistas. Los primeros planos nos acercan a cada uno de ellos, nos
adentran en sus pensamientos y nos arrancan una mayor emotividad. La cinta se
mastica muy poco a poco y esa lentitud puede afectar a las impresiones de un
público que aún no se acostumbra al cine asiático. Sin embargo, precisamente
este ritmo facilita que nos deleitemos en cada escena y prestemos una mayor
atención al lenguaje no verbal, que adquiere una gran importancia.
Prácticamente
en clave documental, lo que podría haber sido una narración dramática en exceso se convierte en
una elegante visión de la realidad, con ciertos toques de comicidad que
suavizan cualquier mal trago y que arrancan una pequeña sonrisa mientras nos
emocionamos con la ternura que despliegan sus personajes. Por supuesto, la autora tenía que dejar una moraleja con ese ánimo de aprendizaje que siempre
suele tener. La generosidad siempre es premiada, las buenas acciones son
recompensadas tarde o temprano. Su denuncia con respecto al trato que los
ancianos reciben de esta sociedad es más que alarmante. Personas que han
cuidado y sacado adelante a sus familias, que han trabajado durante décadas y
que deberían ser tratados con todo el respeto posible, pero que, en cambio,
preferimos ignorar y despreciar porque ya no sirven para nada. Más de uno
debería ver “Una Vida Sencilla” para ablandar su corazón y comprender la
hipócrita realidad en la que vivimos.
Lo
mejor: un drama entrañable y necesario. La actuación de Yip es más que sublime,
despertando bonitas sensaciones que deberían ser recordadas cada uno de
nuestros días.
Lo
peor: al ser emocionalmente previsible, es normal que se pierda parte de su
público.
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