miércoles, 29 de abril de 2015

LA GENEROSIDAD PERDIDA (2011)


La película de la veterana directora hongkonesa Ann Hui se desvela simplemente a través del título y el cartel. Es más que evidente que “Una Vida Sencilla” esconde una historia emocional, previsible y, probablemente, algo lacrimógena. En parte no nos equivocamos, puesto que estamos ante las últimas semanas de Ah Tao (Deannie Yip), una sirvienta que ha trabajado toda su vida para una familia adinerada, de la que forma parte Roger (Andy Lau), productor de cine soltero que vive en compañía de la mujer. No obstante, ella se va apagando poco a poco y decide ingresar en una residencia, mientras que Roger intenta sacar todo el tiempo posible para estar con ella.

Ya sabemos cómo acaban este tipo de cintas, pero su naturalidad y la humildad con la que su autora nos la presenta, hacen que sea irremediablemente atractiva y conmovedora sin caer en lo más fácil del drama. Con sumo cuidado, ya que se basa en la vida de Roger Lee, productor y co-guionista del largometraje, despierta un lado humano que en esta sociedad está prácticamente muerto. El apoyo a los mayores es un aspecto esencial en la cultura asiática, mientras que en occidente son hacinados en geriátricos, en los que la mitad son abandonados por sus familiares. Una triste realidad que la cineasta recoge con dulzura y mimo a través de entrañables personajes.

La magnífica Deannie Yip se desenvuelve con maestría en un papel que requiere más de su expresión facial que de sus artes interpretativas. Totalmente entrañable, nos recuerda a nuestros propios abuelos con su bonita sonrisa y una mirada de agradecimiento. Ah Tao ha hecho que ganara diversos premios, entre los que se encuentra el de Mejor Actriz en el Festival de Venecia de 2011. Por su parte, un más que correcto Andy Lau se mantiene a la sombra de su compañera, con la que es difícil despuntar cuando toda la narración gira en torno a ella. 

Conocemos cómo trabaja Ann Hui, la sencillez con la que trata cualquier tema. No es amiga de grandes alardes ni ostentaciones, sino que su motor son los sentimientos de sus protagonistas. Los primeros planos nos acercan a cada uno de ellos, nos adentran en sus pensamientos y nos arrancan una mayor emotividad. La cinta se mastica muy poco a poco y esa lentitud puede afectar a las impresiones de un público que aún no se acostumbra al cine asiático. Sin embargo, precisamente este ritmo facilita que nos deleitemos en cada escena y prestemos una mayor atención al lenguaje no verbal, que adquiere una gran importancia.

Prácticamente en clave documental, lo que podría haber sido una narración dramática en exceso se convierte en una elegante visión de la realidad, con ciertos toques de comicidad que suavizan cualquier mal trago y que arrancan una pequeña sonrisa mientras nos emocionamos con la ternura que despliegan sus personajes. Por supuesto, la autora tenía que dejar una moraleja con ese ánimo de aprendizaje que siempre suele tener. La generosidad siempre es premiada, las buenas acciones son recompensadas tarde o temprano. Su denuncia con respecto al trato que los ancianos reciben de esta sociedad es más que alarmante. Personas que han cuidado y sacado adelante a sus familias, que han trabajado durante décadas y que deberían ser tratados con todo el respeto posible, pero que, en cambio, preferimos ignorar y despreciar porque ya no sirven para nada. Más de uno debería ver “Una Vida Sencilla” para ablandar su corazón y comprender la hipócrita realidad en la que vivimos.

Lo mejor: un drama entrañable y necesario. La actuación de Yip es más que sublime, despertando bonitas sensaciones que deberían ser recordadas cada uno de nuestros días.

Lo peor: al ser emocionalmente previsible, es normal que se pierda parte de su público.



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