El
primer largometraje de ficción del director alemán Jan Ole Gerster no pudo
tener mejor suerte en su desfile por el circuito de festivales internacionales
más importantes, saliendo victorioso en Munich, Zurich, São Pablo, Hawai, Sydney o Sofia. A su paso, recogió un sinfín de estatuillas en los
Chlotrudis Awards, German Film Awards o, incluso, los European Film Awards con
una ópera prima muy propia del movimiento mumblecore por su bajo presupuesto y
su corte realista. Precisamente, “Oh Boy” forma parte de esos nuevos aires del
cine alemán gracias a una joven generación de cineastas que aporta una
perspectiva narrativa algo diferente de lo que esta cinematografía nos tiene acostumbrados.
Sus
escasos 83 minutos de metraje retratan 24 horas de un día cualquiera en la vida
de Niko (Tom Schilling), un acomodado veinteañero que ni estudia ni trabaja.
Abandonó la universidad, pero no es capaz de encarar su presente, ni siquiera
para comentárselo a su padre, que aún le costea, incluso, el alquiler de su
piso en pleno Berlín. Sus peculiares amigos, las chicas, los imprevistos, las
nuevas caras, la soledad, los extraños vecinos, las estúpidas entrevistas de
trabajo, la apatía o los paseos sin un mechero en el bolsillo acaban por sumir
a Niko en la oscuridad de la noche. Desubicado, termina vagando por la ciudad,
tratando de posicionarse en la vida, de encontrar un rincón que le ayude a
reconocer su verdadero propósito, su ser.
Presentada
en un sombrío blanco y negro de fuerte contraste, “Oh Boy” es la pura imagen de la resistencia
pasiva de toda una generación desorientada. Con más que evidentes referencias
al modernismo de la Nouvelle Vague francesa a través de ciertos guiños al
mítico director franco-suizo Jean-Luc Godard, la película trata de enmarcar una
evolución personal, una transformación en la que Niko se enfrenta, por fin, a
la madurez y que desemboca en la deriva en plena capital alemana. Estamos ante
un recorrido sin meta en el que el personaje puede apartarse o desviarse en
cualquier momento, tomando atajos que le permiten tener encuentros e, incluso,
aferrarse a la viveza que le aportan algunas sorpresas en momentos muy puntuales. Por
tanto, en la obra de Jan Ole Gerster, la ciudad se erige como un personaje en
sí mismo, desempeñando un papel narrativo que se nutre de encuentros e
incidentes que sirven para definir y contextualizar al protagonista.
Schilling
realiza una labor excelente al encarar a Niko, que, durante los minutos
iniciales de la película, es presentado como alguien “inestable
emocionalmente”. Se trata de un joven que no está donde tiene que estar, ni en términos
sociales, laborales ni existenciales, lo que provoca que se vea inmerso en un
sinsentido, un abandono y dejadez que no le permite ser coherente consigo mismo
y que, por tanto, le llevan a una descolocación existencial. Ni siquiera habita
su propio piso como señal de no integración, en donde aún se ven las cajas de
la mudanza. Y, aunque parezca que estas 24 horas son, cuanto menos, trepidantes,
en realidad estamos ante un relato en el que no ocurre nada fuera de lo común.
El autor otorga su tiempo a cada personaje que surge en la vida de Niko, perfilándolo, aportando su grano de arena y afectando en su comportamiento e
ideas hasta desembocar no sólo en su propio origen, sino también en el pasado
de su país. Años de dolor y de heridas aún abiertas que parecen no cicatrizar
nunca y que vienen invitados por un hombre anónimo que irrumpe en la noche de
Niko de la manera más oportuna para poder sacudirle y marcar un antes y un
después en su vida. El protagonista aprende de esa historia olvidada,
evidenciando a una generación que, en la actualidad, se ha distanciado y que se
siente totalmente desvinculada de sus orígenes. “Oh Boy” es el retrato de generacional
de una cierta juventud abocada a una especie de inactividad laboral, escolar,
existencial, que se traduce en la deriva de un eterno café y de un joven que no
desea ni intenta integrarse.
De
la especial labor fotográfica se encarga el director alemán Philipp Kirsamer,
que, a pesar de haber realizado la mayor parte de sus trabajos para la televisión germana,
a nivel internacional destaca más por su colaboración en populares obras hollywoodienses como “V de
Vendetta” (2005) o “Tristán e Isolda” (2006) como operador de
cámara esporádico. En esta ocasión, la imagen de “Oh Boy” se muestra muy poco cuidada, aunque de una forma
deliberada para ejemplificar esa desgana existencial del personaje.
Asimismo, la ciudad de Berlín revela una gran evolución al compás de la narración,
desembocando en un extraño paraje casi apocalíptico en el que Niko parece verse
encerrado. Al respecto, Kirsamer hace un excelente hincapié en dotar de vida a
la urbe, convirtiéndose en un lugar casi fantasmal, puro reflejo de un tiempo
pasado.
“Oh
Boy” es un metraje cautivador, a pesar de respirar pausadamente, pero los
detalles que construyen tanto la narración como la psicología de sus personajes
se resuelven con gran atractivo y sencillez. Su ilustración de la falta de
compromiso y motivación, de la disolución de los vínculos de la sociedad actual,
reflejo mismo del propio padre de Niko y, por tanto, de su generación, esconde
una mirada única y muy personal de una carga que, aún a día de hoy, se sigue
arrastrando. En cierta manera, se torna atípica, extraña y, a su vez, demasiado
común y habitual, puesto que Jan Ole Gerster no va más allá de nuestro
presente, el de aquellos jóvenes distanciados de sus orígenes, su sociedad,
su actualidad y, en definitiva, de ellos mismos.
Lo
mejor: el fabuloso retrato generacional que soporta un trabajo fotográfico
espléndido.
Lo
peor: la facilidad con la que a veces obviamos el trasfondo de un cine que trata de ir más allá.
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