El director y guionista David Cronenberg es uno de los
símbolos de la postmodernidad cinematográfica gracias a su perturbador imaginario, que
conforma una provocadora filmografía de lo más extensa y variopinta. Entre el
corto, el largometraje y la televisión, las obras del cineasta se rigen por una
base experimental para escenificar influencias un tanto apocalípticas. Siempre
entre las aguas del drama, el terror y el thriller, en sus películas pueden
surgir zombies, pandemias, coches, experimentos, poderes sobrenaturales,
insectos o una fuerte carga de violencia, pero siempre de forma inesperada,
girando en torno a las obsesiones, los miedos, la fantasía colectiva y el
terreno psicológico para forzar las historias hasta el límite de la
verosimilitud.
Una de sus cintas más importantes, que se alzó, entre grandes controversias, con el Premio
del Jurado en el Festival de Cannes de 1996 y se convirtió en toda una película
de culto y de los filmes más representativos del cine de
los 90, es “Crash”, cuya historia realmente fue extraída de un relato homónimo
de 1973 del influyente escritor inglés J.G. Ballard. No era la primera vez que
el director recurría a una novela para dar rienda suelta a sus proyectos, es más,
se trata de un aspecto bastante común en su carrera, puesto que sólo hay que
recordar largometrajes como “La Zona Muerta” (1983), adaptada del libro de Stephen
King; “Inseparable” (1988), de Bari Wood y Jack Geasland; “El Almuerzo Desnudo”
(1991), de William Burroughs; “Spider” (2002), de Patrick McGrath, que también
se encargaría él mismo del guion; “Una Historia de Violencia” (2005), de John
Wagner y Vince Locke; “Un Método Peligroso” (2011), de Christopher Hampton; o
“Cosmópolis” (2012), de Don DeLillo.
James Ballard (James Spader) y su esposa Catherine (Deborah
Kara Unger) son un matrimonio bastante atípico. Comparten entre ellos sus
aventuras extramaritales con desconocidos, lo que provoca que se sientan aún más
estimulados en su vida sexual. Un día, James sufre un accidente de coche y,
aunque el conductor del otro vehículo fallece, tanto la mujer de éste, Helen
Remington (Holly Hunter) como el protagonista se encuentran con vida, aunque gravemente
heridos. Una vez que sale del hospital, decide revisar los daños de su
automóvil, coincidiendo con Helen, a la que invita a subir para acompañarla a
casa. En el camino, se salvan nuevamente de otra colisión, pero lejos de
sentirse psicológicamente paralizados, ambos se ven excitados por lo ocurrido y
deciden mantener sexo en el mismo parking. Así es como inician una relación
pasional en torno al riesgo, en la que Helen le presenta a Vaughan (Elias Koteas), un hombre cuyo cuerpo
está repleto de cicatrices y que vive por representar famosos accidentes de
forma ilegal a su admirado público, supervivientes de otros choques que se unen
a modo de club de culto a la sinforofilia. James y Catherine entran en un peligroso juego en sus ansias por buscar placer.
La trama original de Ballard, que inspiró multitud de
críticas por miedo a posibles actos de imitación en la realidad, está marcada por
la experiencia traumática de la violencia, un aspecto que se suele repetir en
varias de sus obras, como “El Imperio del Sol” (1984), que, tres años después,
fue llevada al cine por el famoso director Steven Spielberg; o “High-Rise” (1975), que también vería la luz en 2015 a manos del cineasta Ben Wheatley. Ese hecho que marca un antes y un después en las vidas de los personajes es lo que aporta sentido a todos los aspectos de “Crash”, de tal forma que el
coche surge como objeto fetiche, pero de la manera menos convencional, puesto
que es llevado al extremo, al campo de lo estético, adornando la fascinación
por la velocidad, por las colisiones, por la experiencia más extrema posible.
Erotismo y morbo sadomasoquista construyen una relación
obsesiva que Cronenberg trata de explorar. A partir del accidente, James y
Helen despiertan sobre cristales rotos, magulladuras, heridas y sangre, que
confluyen en prótesis y extraños aparatos ortopédicos y, en definitiva, en un
nexo entre carne y violencia y, a su vez, sexo y violencia. Precisamente, lo
interesante de estas asociaciones que representa el cineasta es la inmersión en
un terreno entre las pulsiones de la vida y de la muerte, en donde los personas
se dejan llevar, ya que han sobrepasado los límites. El juego con las
oposiciones es lo que lleva al extremo en un relato basado en la exacerbación,
la transformación de lo real. En “Crash” se aprecia esa realidad
fantasmática mejor que en una narración realista, remitiendo a la turbulencia de la
fantasía, a nuestra parte maldita, oscura, y, a partir de ahí, indagar en estos
límites fundamentales para la construcción de la identidad.
Sin duda, el plato fuerte de la obra es su elenco, que
encarna a cuatro personajes inolvidables, autodestructivos, lascivos. El
autor nos desvela seres sin pasado ni futuro, sin apenas referencias en las
que profundizar, tan sólo motivaciones, sentimientos, experiencias de quienes
viven únicamente en el presente. Spader encabeza el reparto con un papel que no
comienza con buen paso, pero que, con el desarrollo de la narración, se eleva
sin miramientos con escenas de suma violencia y erotismo junto a sus dos
compañeras, Unger, en un primer momento, colmada de una lujuria casi gélida; y
una mimética Hunter, de gran impulsividad, inconformismo e insatisfacción. La
máxima perversión viene a manos de Koteas, cuyos instintos infunden temor por
el destino de los protagonistas.
Ya desde el inicio se hacen palpables los inquietantes
sonidos metálicos de la banda sonara del canadiense Howard Shore, compositor de una infinidad de
inolvidables piezas en producciones indispensables como “Big” (Penny Marshall, 1988), “El Silencio de
los Corderos” (1991) y “Philadelphia” (1993) de Jonathan Demme, “Seven” (David Fincher, 1995), las trilogías de “El
Señor de los Anillos” (2001-2003) y “El Hobbit” (2012-2014) de Peter Jackson, “Gangs of New York” (Martin Scorsese, 2002) o “Spotlight” (Tom McCarthy, 2015), por
citar algunas de ellas de lo que resulta ser una carrera fascinante. Cronenberg
siempre ha contado con la labor de Shore y la fotografía del director polaco
Peter Suschitzky, de cuyo trabajo hemos disfrutado, sin ir más lejos, en las
míticas “The Rocky Horror Picture Show” (Jim Sharman, 1975) o “Mars Attacks!” (Tim Burton, 1996), y que, en este caso,
se encarga de bañar con suma frialdad a una tétrica atmósfera que queda
suspendida en un trance tras el accidente. Los escenarios de corte futurista y
la luz azul grisácea envuelven las almas de “Crash”, un cine increíblemente
realista construido por una historia casi espectral entre el deseo perverso y
los avances tecnológicos.
Lo mejor: el extremo de una trama que difícilmente puede
pasar desapercibida aun con el transcurso de los años.
Lo peor: que puede llegar a desbordar la sensibilidad.
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