Luis
Buñuel no necesita ninguna presentación. Uno de los cineastas españoles más
importantes del país que se encontró de bruces con el franquismo, viéndose
obligado a despedirse del lugar que le vio nacer. Sin embargo, frente a este
obstáculo, sus constantes idas y venidas lograron enriquecer a una de las
mentes más creativas del cine más clásico. Madrid, París, Hollywood o México le
otorgaron una visión artística privilegiada a la que pocos podía optar, dejando
un rastro de metrajes de obligado estudio y visionado para todo amante del
séptimo arte. Fuertemente influenciado por la corriente surrealista durante sus inicios, no
tardaría en dar el paso para crear su primer cortometraje y, muy probablemente,
una de las óperas primas más reputadas de la historia del cine, “Un Perro Andaluz”
(1929), que contaba con la colaboración del afamado pintor español Salvador Dalí. Dos
grandes artistas que experimentaban con la magia del cine y que no tardarían en
revelar su segunda obra, “La Edad de Oro”, también de corte surrealista.
Una
historia atípica, arriesgada y prodigiosa desarrollada en apenas 62 minutos de
metraje, que comienzan con un fragmento documental sobre los alacranes, dando
paso a una narración satírica que esconde varias críticas sociales. Unos bandidos encerrados en el interior de una cabaña salen al exterior y descubren
una especie de procesión junto a un acantilado. La fundación de la Imperial
Roma se ve interrumpida por una pareja que da rienda suelta a su pasión sobre
la arena. Los dos son separados por los creyentes, siendo el hombre (Gaston
Modot) detenido por dos policías que tratan de trasladarle a la comisaría entre forcejeos. A su
llegada a la ciudad, escapa para ir de nuevo al encuentro de su amada (Lya
Lys), que se ve obligada a asistir a una fiesta de clase alta, mientras permanece preocupada por el paradero
de su novio.
Esa
ruptura de límites, ese pudor de la sociedad, es el principal elemento
revolucionario, pero no el único. El cuestionamiento de la moralidad queda
sobradamente implícito en una trama sencilla, que, en realidad, fue trabajada
de forma inesperada. El espectador de la época se debía enfrentar a fragmentos
de gran contenido violento, a tabúes sexuales demasiado evidentes, a una
crítica directa al mundo eclesiástico, a la triste decadencia de las clases más
altas, fuertemente ridiculizadas en su recta final; o a uno de los males que a día de hoy
sigue presente entre nosotros, la falta de comunicación. Casi visionaria, la
película resultaba ser un metraje excesivamente arduo para el público de los
años 30, que aún no había sido educado cinematográficamente para encarar una
narración de tal intensidad.
El
actor francés Gaston Modot, muy involucrado en los círculos más bohemios y del
cine intelectual de París, vio cómo su popularidad se disparaba con esta cinta, facilitándole las posteriores colaboraciones con otros importantes
cineastas como René Clair o Jean Renoir en una extensa carrera interpretativa.
Una excelente intervención que viene acompañada por Lya Lys, la actriz
estadounidense de origen alemán, que logró entrar en Hollywood durante unos
años hasta que se vio forzada a regresar a Europa, en donde obtendría el rol de
mujer pasional en el drama de Buñuel. Precisamente, esta obra es clave en su
escasa trayectoria, puesto que acabó siendo su trabajo más significativo de
entre todos los que realizó en vida, teniendo en cuenta que en la mayoría de
ellos sólo participaba con papeles secundarios por los que ni siquiera era
mencionada.
Tras
su rodaje y posterior exhibición, existen multitud de anécdotas, pero, quizá,
lo más destacable, tristemente, es que, pese a utilizar ciertas novedades como
la voz en off, lo cierto es que “La Edad de Oro” causó una gran controversia
desde su primer visionado hasta ser prohibida pocos días después. Era de
esperar esta respuesta, teniendo en cuenta que quien acudía a verla, cuanto
menos salía por la puerta desconcertado y, en la mayoría de las ocasiones,
escandalizado. Pero también era un despertar, una llamada de atención para esa
sociedad. Ciertas escenas han quedado en el recuerdo y muchas de ellas
permanecen siempre en la retina una vez que se disfruta de la obra de Buñuel, especialmente la presencia de los símbolos del realismo, combinados con el surrealismo más absoluto,
únicamente enmarcado por el trasfondo que posee.
“La
Edad de Oro” es prácticamente una obra de culto de obligado visionado para
estudiantes de arte y todo cinéfilo que se precie. De ella se desprenden
cuestiones que aún siguen de actualidad aun habiendo transcurrido bastantes
décadas y es, precisamente por ello, que sigue estando presente año tras año.
Una cinta reivindicativa como pocas de la que hoy en día se puede desgranar
hasta el más mínimo plano, siendo un ejemplo fascinante de la labor
cinematográfica de quienes marcarían la historia del cine y el arte de manera
espectacular. Nunca hay que olvidar la importante labor de quienes experimentaron
con las artes, puesto que son los verdaderos culpables de que sigamos
disfrutando del cine a día de hoy.
Lo
mejor: la gran maestría con la que se funde el género documental y la ficción,
al igual que los toques de surrealismo y la vertiente realista que se esconde tras ellos.
Lo
peor: ha sido una obra olvidada por momentos, no llegando a ser considerada aún
como una cinta de culto.
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