La
imagen de las nuevas generaciones mantiene la misma esencia independientemente
del autor que lleve a cabo tal retrato. Sin embargo, los grandes cambios se
producen entre décadas. Está claro que los jóvenes del 2000 no son iguales a
los de estos tiempos, envueltos cada vez más en una burbuja tecnológica que
parece secuestrarles, aislarles de lo que sucede a su alrededor. Pero, ¿qué
ocurre cuando salen de ella? La directora, productora, guionista y actriz
israelí Hadas Ben Aroya destierra de su ópera prima “People That Are Not Me”
todo artilugio alienante para encarar con madurez los problemas que se siguen
arrastrando a ciertas edades y otros muchos que se acentúan por el contexto que
les ha tocado vivir. Un proyecto que, según ella misma, está basado en las
propias experiencias de quienes le rodean.
La
falta de comunicación campa a sus anchas en la vida de Joy (Hadas Ben Aroya) y
uno de sus amigos. Ambos mantienen relaciones sexuales con el único compromiso
de no enamorarse el uno del otro, pero no todo resulta tan simple. Ella trata
de refugiarse en él porque no puede olvidar a su exnovio, a pesar de que le dejó hace tiempo. También siente la necesidad de tener a alguien a su lado, lo que
provoca que no sólo busque consuelo en su amigo, sino con otros chicos que
llegan a su vida. El caos sentimental en el que se encuentra arruina sus
arrebatos pasionales, siempre buscando algo más entre las inseguridades.
Paseos, salidas a la disco y unos límites amorosos que cada vez se vuelven más
abstractos, líquidos. Asimismo, la incapacidad por comprometerse hace que Joy deba
regresar a su pasado para romper con lo que le impide seguir adelante.
De
corte minimalista, la cinta mantiene un ritmo de lo más dinámico en sus escasos
80 minutos de metraje, en los que la vida de Joy cada vez es más oscura y
laberíntica, iluminada únicamente por luces destellantes y la claridad de un sol que deja
en evidencia su inestabilidad emocional. En un mundo en el que las amistades se
construyen a partir de una red y las relaciones amorosas con aplicaciones en
las que se descarta a las personas a través de sus fotos, no resulta tan descabellado
ver cómo toda una generación se ha olvidado de profundizar en el otro, en
estabilizar su vida social o, lo que es peor, trabajar en conocerse ellos
mismos por encima de todo. Joy ya no se acuerda de respirar, sentir, ser libre, sino que ahora es dominada por el egoísmo, los impulsos y la soledad, tal y como la sociedad enseñó a esta generación
desde el principio.