Algunas
generaciones hemos crecido con el cine familiar de los 80, con adolescentes que
protagonizaban historias inimaginables, que acunaban nuestra propia creatividad
y nos hacían creer que existía un mundo de fantasía a la vuelta de la esquina.
Por nuestra mente pasan una infinidad de títulos con los que hemos crecido y
que nos han llegado a influir hasta el día de hoy, un aspecto que también es
fácil de observar en el propio cine con autores que vuelven a sacar a la luz el
“niño interior” para mostrarnos ese imaginario tan aventurero que a veces queda
en lo más profundo del olvido en nuestra etapa más adulta. Este es el caso del
director y guionista francés Michel Gondry y de su obra “Microbe et Gasoil”, un
título que describe a la perfección a los dos jóvenes personajes que encabezan
toda una osada experiencia de vida.
Daniel
(Ange Dargent) es un adolescente criado en el seno de una familia progresista.
Su madre, Marie-Thérèse (Audrey Tautou) intenta comprender y apoyar a sus tres
hijos por encima de cualquier castigo inservible. Sin embargo, desconoce que
Daniel es apodado “el microbio” en el colegio debido a su corta estatura y que,
a pesar de que le gusta una de sus compañeras de clase, Laura (Diane Besnier),
poco puede hacer sin dar un estirón y dejar, por fin, de ser comparado con una
chica. Théo (Théophile Baquet) llega nuevo al instituto entre gracias y
desparpajo. Su vida es muy diferente con una madre casi siempre enferma y un
padre que colecciona todo lo que ve. Su afición por la mecánica, de ahí su mote
“el gasolina”, le lleva a ofrecer a Daniel una amistad muy diferente y un
horizonte de posibilidades que nunca hubiera imaginado. Así es como, tras
acabar el curso, deciden fabricar una casa sobre ruedas y ponerse en marcha por
las carreteras de Francia ellos dos solos.
Todo
un viaje iniciático que los dos personajes utilizan en su camino identitario
no sólo para conocer realmente cuáles son sus debilidades y fortalezas, sino también con el fin de escapar de sus
respectivas realidades y empezar desde cero sobre una destartalada
casa construida con tablones de madera, una puerta de lavadora como ventana y
dos geranios adosados para dar mayor calidez a su nuevo hogar. Aires ochenteros
se respiran en una narración que nos transporta a las viejas películas
familiares en la que los adolescentes comenzaban a vivir y a “independizarse” a
partir de una aventura sin parangón que a todos nos fascinaba. Gondry recupera
en parte esa esencia, esa imaginación desbordada con la que cualquier joven
creía comerse el mundo para, tras múltiples obstáculos, volver a la realidad y
superarla.
El
dinámico ritmo amenizado por los diálogos entre ambos protagonistas y la
perpleja actitud de ciertos personajes que aparecen en su camino proporcionan
poco más de 100 minutos de metraje totalmente disfrutables sin necesidad de
grandes expectativas ni despliegue técnico. Una road-movie que comparte ciertos
instantes de dramatismo muy mitigados, pero que dejan un poso de inquietud
especialmente sobre la vida de Théo, mucho más cruda que en el caso de Daniel.
Los problemas clásicos de la adolescencia toman mayor importancia en comparación con los de
los adultos que, a pesar de permanecer en la oscuridad durante toda la película
y formar un telón de fondo inamovible, nunca terminan de salir a la luz,
invitándonos a introducirnos en todo momento en la mente de los jóvenes protagonistas.
Gondry
cuenta con el director de fotografía Laurent Brunet para enmarcar una puesta en
escena llamativa bajo una atmósfera de corte neoexistencialista. Más conocido
por sus trabajos con directores de la talla del franco-israelí Raphaël Nadjari
o del afamado autor Christophe Honoré, realiza una labor espléndida con un
imaginario que rezuma creatividad y jovialidad en su imagen. A su vez, el
compositor Jean-Claude Vannier acompaña esta aventura con gran delicadeza,
acunando el cariño que muestra Gondry por sus personajes. Los jóvenes actores
Dargent y Baquet asumen con total naturalidad el peso de toda la acción,
amenizando cada instante por muy dramático o crudo que sea gracias a una frescura y
un desparpajo encantadores. Por su parte, el cineasta vuelve a contar con la
colaboración de la inolvidable actriz Audrey Tautou desde “La Espuma de los
Días” (2013). Sin embargo, esta vez se ve inmersa en el simpático papel de
madre “moderna” que trata de dialogar con sus hijos para llegar a comprender una
edad tan difícil como es la adolescencia.
“Microbe
et Gasoil” no sorprende, no es original y no es tampoco la mayor joya creada
por Gondry. Parece casi imposible superar la estela de “¡Olvídate de mí!”
(2004), toda una película de culto que logró posicionarle como un autor
indispensable. Atrás queda el surrealismo de “La Ciencia del Sueño” (2006), las
risas de “Rebobine, Por Favor” (2008) o los coqueteos con el género documental
como “The Thorn in the Heart” (2009) o el más maduro “Is the Man Who Is Tall Happy?” (2013). En esta ocasión, el cineasta deja los problemas adultos como telón de
fondo para sumergirse de lleno en un terreno más liviano, esperanzador y
aventurero, que se sobrepone a la crudeza de la realidad.
Lo
mejor: las carismáticas interpretaciones de los dos protagonistas, Dargent y
Baquet.
Lo
peor: pasa a engrosar la filmografía de Gondry sin ser una obra mayor.
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