Con
el transcurso de los años, la mente tiende a desprenderse de ciertos detalles
que tarde o temprano acabamos por echar de menos. Sin embargo, siempre
permanece en nuestra retina imágenes que nos llegaron a impactar de tal forma
que jamás se podrán olvidar. Para muchos de nosotros, el desastre de Chernobyl
es imborrable independientemente de la edad que tengamos. Un hecho que marcaría
un antes y un después desde 1986, especialmente, por las tremendas
consecuencias que acarreó y cuya población sigue arrastrando con el tiempo. Más
de 30 años después de aquella histórica catástrofe en la central nuclear de
Vladimír llich Lenin, la ciudad de Pripyat, en Ucrania, sigue siendo un paraje
fantasmal del que escaparon sus ciudadanos dejando atrás todas sus
pertenencias. Considerado como uno de los sucesos más graves de finales del
siglo XX, todavía continúan llevándose a cabo medidas de aislamiento de una
zona en la que la radiación campa a sus anchas.
El
director, productor y guionista Pol Cruchten, natural de Luxemburgo, retrata a
las víctimas de tan terrible desgracia en el documental “Voces de Chernobyl”,
una producción de apenas 90 minutos basada en el libro homónimo de la Nobel de
Literatura del año 2015, Svetlana Alexievich. Familias devastadas que vieron
rotas sus vidas quedan plasmadas en boca de actores como Dinara Drukarova, a la
que se suman los testimonios de científicos, educadores y periodistas, que
colaboran en la narración de una especie de viaje a los infiernos en el que
silencio está presente en cada rincón y la muerte prematura se adueña de quienes
fueron testigos de tal calamidad. Una crítica mordaz que evidencia más si cabe
la gran negligencia del gobierno soviético y la despreocupación que ha mostrado siempre ante los que sufren las consecuencias más espeluznantes.
La
cinta visualiza ahogadas palabras en una reconstrucción audiovisual
ficcionada que, en su momento, recogió Alexievich de forma escrita. Las
escalofriantes miradas a cámara de los que interpretan a quienes ya no tienen
nada que perder nos acompañan por un paseo entre ruinas, escombros, edificios desérticos,
paredes desconchadas, camas desnudas y, en definitiva, por un cementerio
industrial totalmente postapocalíptico, lleno de recuerdos y objetos que
dejaron atrás sus dueños, aquéllos que tuvieron que abandonar todo para
“salvar” sus vidas. El horror se esparce en cada fotograma, cada espléndida
panorámica, y, aunque Cruchten trata de volcar cierta esperanza utilizando colores
brillantes y llamativos, no consigue eclipsar ninguno de los testimonios, sino que transforma la tragedia en una magnífica visión poética.
La narración
profundiza hasta el más mínimo detalle, a pesar de dejar sobre la mesa cuestiones relacionadas con la manera de actuar que tuvieron los responsables en aquel momento. Sin llegar
a juzgar de primera mano, tan sólo permitiendo que el espectador sea capaz de,
a partir de la información expuesta, elaborar su propio juicio, lo cierto es
que “Voces de Chernobyl” no puede permitirse terminar sin antes conocer la
opinión de los expertos, que nos invitan a conocer de cerca las circunstancias que
rodearon al accidente. Sin embargo, el autor no termina de arriesgarse ante la
posibilidad de reunir un material que facilite una crítica aún más mordaz y
consistente, sino que prefiere detenerse en la dramática situación de los
ciudadanos de Pripyat y alrededores.
Sin
duda, resulta más que destacable la gran labor fotográfica del veterano director polaco
Jerzy Palacz, que, acompañado del compositor André Mergenthaler, rezuma creatividad y potencial como pocas veces hemos visto
en un metraje de estas características. No es sencillo extraer tal belleza de
un escenario tan desolador. Sin embargo, las sobrecogedoras imágenes transmiten
lo que un perfecto homenaje a las víctimas debería ser: una pizca de luz en el
recuerdo, un respiro entre el sufrimiento de hombres, mujeres y niños, que,
incluso, potencia aún más nuestra atención ante la esperada denuncia política que se nos presenta. Almas
perdidas retratadas con delicadeza, parientes que vieron padecer a sus seres
más queridos y que han ahogado sus gritos de desesperación por culpa de un
desastre que jamás les permitirá vivir en paz.
Seleccionada
para los Oscar como mejor película extranjera y galardonada en festivales
internacionales como el de Acapulco, París y Minneapolis, lo cierto es que la obra de Cruchten se
convierte en un documental totalmente indispensable para recordar los efectos
de uno de las catástrofes más importantes de nuestra historia. Negligencias, una
evacuación lenta y tardía, un ecosistema destruido, una contaminación que se
expandió de forma irregular por varios países de Europa, controversia política
y científica, familias devastadas que sufrieron y seguirán sufriendo terribles
secuelas, como la muerte prematura y cruel de sus más allegados, son el resultado de la mano
del ser humano, aquél que juega a ser un dios sin importar las consecuencias.
En recuerdo de todo ello, surgen las “Voces de Chernobyl”.
Lo
mejor: la riqueza de testimonios que aporta Cruchten. La impactante labor
fotográfica.
Lo
peor: la sensación de que el autor tenía entre manos un fantástico metraje con
el que no termina de arriesgar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario