Parece
que nunca son suficientes los documentales que muestran el calvario vivido
durante la Segunda Guerra Mundial, los testimonios de aquéllos que lograron
salir del verdadero inferno, las imágenes que describen una mínima parte de lo
que aconteció durante aquellos años. Los directores y guionistas alemanes
Christian Krönes, Olaf S. Müller, Roland Schrotthofer y Florian Weigensamer no
son los primeros ni serán los últimos que intentan crear un humilde retrato de
lo que se padeció durante del conflicto, pero sí tratan de aportar un trabajo
que se distinga de los restantes a través de “A German Life”, un documental que
fue presentado en el Festival de Múnich y que formó parte de la selección
oficial de los European Film Awards de 2016 para profundizar en el nazismo
desde su oscuro interior.
Estamos ante una
recopilación de 30 horas de conversación con Brunhilde Pomsel, secretaria,
taquígrafa y mecanógrafa del inconfundible ministro de Propaganda nazi Joseph
Goebbels; que quedan resumidas en apenas 107 minutos de metraje. El deseo de
tener un trabajo estable fue lo que realmente determinó el resto de su
existencia. Con 31 años y gracias a soportar la extensa cola para ser miembro
del partido nazi, logró entrar en la emisora estatal como secretaria, pero
una recomendación como recompensa por ser la que más rápido manejaba la máquina,
cambió su vida y la encumbró a un puesto mejor remunerado y más estable. Ahora,
con 105 años de edad y con ceguera desde hace poco tiempo, sus vivencias quedan
retratadas bajo una simple idea: su total desinterés por la política, aun
habiendo dedicado algunos años de su juventud a permanecer cerca de uno de los
mayores criminales de la historia. En un extenso monólogo, surgen recuerdos de
su mejor amiga, la risueña pelirroja Eva Löwenthal, que precisamente era judía;
de su antiguo jefe y de la elegancia y porte que poseía; de sus educados hijos,
que solían visitar a su padre en el trabajo; de la antigua sala con mobiliario
barroco de un despacho que compartía con otras cinco compañeras y que
pertenecía a un pequeño palacio cercano a la Puerta de Brandenburgo.
Nadie
ha logrado obtener tan profundas declaraciones de Pomsel en lo que bien podría
ser una de sus últimas entrevistas. Sin embargo, no rompe su silencio para
limpiar su conciencia, a pesar de formar parte del engranaje nazi y manejar
ciertos datos importantes para el ministerio; sino para expresar sus vivencias,
sus pensamientos y recalcar que, por aquel entonces, era un simple trabajo. Eso
sí, es necesario reconocer errores porque, aunque su único cometido fuera escribir,
en ella sigue existiendo el recuerdo del gran orgullo que sintió al ver
cómo Goebbels confiaba en ella para ciertos asuntos de importancia hasta el
punto de preferir no indagar en informaciones confidenciales que tenía al
alcance de su mano por no fallar a su jefe. De esta forma tan sencilla, la obra invita a la reflexión
desde el primer instante, obligación a realizar una crítica a la situación que
nos rodea, a nuestra propia moral, nuestra condición humana y, sobre todo,
nuestro incierto futuro.
De
forma intercalada, surgen fragmentos de películas, muchas de ellas de corte
propagandista realizadas por el ministerio de Goebbels. Las espeluznantes
imágenes se contraponen con la contemplación del rostro de Pomsel, alumbrado
por un fuertemente contrastado blanco y negro de lo más lúgubre, que saca a la luz cada una de las
grietas de su arrugada piel en una excelente fotografía, labor del director
alemán Frank Van Vught. Es consciente de que hoy en día es difícil creer este
tipo de declaraciones y es verdad que a veces suena como simple
justificación el hecho de que ella misma actuaba como lo hacían otros tantos
alemanes, pero, lejos de ser una excusa como otra cualquiera, lo cierto es que
ella no fue la única en participar de alguna manera en el horror desde el
desconocimiento, ya que, como indica, hasta pasado el conflicto no supo las
grandes atrocidades que se habían llevado a cabo, al igual que también les
sucedió a algunos de sus compañeros cuando se desprendieron del “hechizo” nazi
que les dominaba, de la extraña burbuja en la que vivieron durante años y que
se rompió estrepitosamente y sin previo aviso. Sin ir más lejos, el funcionamiento de las
mentiras del nazismo se refleja en el simple hecho de cómo Magda, la esposa de
Goebbels, decidió regalarle un traje de seda azul para mitigar la impactante noticia de que la guerra había acabado con el piso en el que había vivido junto a sus
padres, lo que llevó a Pomsel a considerar la amabilidad de su jefe frente a la
conmoción sufrida.
El final de la
protección del ministerio cayó sobre ella como un jarrón de agua fría. Tras ser
sentenciada cinco años de prisión en campos de trabajo rusos situados en los alrededores
de Berlín, su regreso a la verdadera realidad dejó paso al asombro, la
ignorancia y, con el transcurso de seis décadas, la pérdida, el duelo, la
culpabilidad, la sinrazón, la justificación, poniendo en perspectiva
confesiones que desvela “A German Life”. En el recuerdo queda una infancia que
determinó el resto de su vida, siendo sometida a la férrea disciplina prusiana
inculcada por su padre, un sentido del deber que, posteriormente, definió su
implicación en el trabajo. Las anécdotas se suceden como pequeñas gotas que
dinamizan tan pausado desarrollo y, aunque parecen ser insignificantes, en
verdad logran determinar la personalidad de Pomsel. Después de trabajar de forma estable
en la emisora estatal hasta su jubilación y seguir su vida con total normalidad, en su mente sólo
existe una única esperanza que, cuanto menos, resulta escalofriante: la
esperanza de vivir poco, a ser posible unos meses, unida al fuerte deseo de
que en el futuro no vuelva a tener lugar uno de los capítulos más tristes de nuestra
historia.
Lo
mejor: escuchar de primera mano las vivencias de quien ingresó en el corazón del
nazismo.
Lo
peor: el pasado siempre es más cruel de lo que pensamos.
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