La popular figura del samurái siempre ha estado relacionada
con historias en las que el honor es el eje principal y lo que subsiste por
encima de cualquier aspecto de su vida. No obstante, es realmente curioso ver
la gran variedad de guerreros que existían durante la época feudal de Japón. A
través del cine, hemos podido disfrutar de su vertiente más dramática para,
posteriormente, ser el protagonista de miles de cintas de acción con personajes
que mostraban un matiz mucho menos humano y más cruel. La violencia insertada
en este tipo de películas acabó por estilizar a los personajes,
llegando, incluso, hasta la exageración. Resulta inevitable pensar en el mítico
director nipón Akira Kurosawa como uno de los grandes cineastas que, a lo largo de su extensa
trayectoria, retrataron
con mayor cercanía a estos luchadores. La inquietud que despierta se extiende hasta nuestros días sin
pronóstico de agotarse, pero también surgen otro tipo de obras que se centran
en otros aspectos menos conocidos, como es el caso de “A Tale of Samurai
Cooking: A True Love Story” (“Bushi No Kondate”), el largometraje del
realizador Yuzo Asahara que, a pesar de haber pasado desapercibido tras su
paso por festivales internacionales como el de Berlín, Hawai y su estreno
mundial en el de San Sebastián, desata cuanto menos la curiosidad de quien se
encuentra con él.
Junto al guionista Michio Kashiwada, el autor crea una
narración que nos traslada al Japón feudal del siglo XVIII. Haru (Aya Ueto) es
una joven sirvienta con un don especial para la cocina, que, tras un matrimonio
fallido que tan sólo duro apenas un año, recibe la visita de un chef
samurái que proviene de una importante saga familiar en la región de Kaga. Sin dudarlo ni un momento, el hombre le propone matrimonio en nombre de su hijo, Yasunobu Funaki (Kengo Kôra), de quien espera que reflexione y ocupe el lugar
de su hermano mayor al hacerse cargo del legado en lugar de continuar su carrera
luchando como samurái. Considerada como secuela de la historia
creada por Michifumi Isoda y el propio Michio Kashiwada para el director Yoshimitsu
Morita, “El Ábaco y la Espada” (“Bushi No Kakeibo”, 2010), en el que un
guerrero reflexiona sobre la razón trascendental de su existencia, la cinta de
Ashara se refugia en un romance aparentemente imposible y en el sacrificio que
acarrea su éxito para desvelar la rigidez de antiguas costumbres sociales que,
incluso, en más de un caso, se han mantenido en la actualidad.