No hay nada mejor que disfrutar de una película de terror
que no cuente con grandes pretensiones, pero que, en cambio, esté bien
realizada. Sin embargo, existe una fina línea entre el éxito y el fracaso en
este género, posiblemente el más castigado de todos, pero, a su vez, con los
seguidores más fieles. Éste bien podría ser el caso de “Summer Camp”, la ópera
prima del director, productor y guionista italiano Alberto Marini, que cuenta
con el apoyo del popular cineasta leridano Jaume Balagueró, un indispensable en
el terror español. Si a ello se suman las estupendas criticas
cosechadas en festivales como el de Sitges o el Nocturna de Madrid, en el que
consiguió alzarse con el premio Blogos de Oro a la mejor película, tenemos un producto del que es imposible sentirse indiferente.
Cuatro jóvenes voluntarios acuden al norte de España para
organizar un campamento de verano un día antes de que lleguen los niños para
divertirse y aprender inglés. Tan idílicos planes se truncarán en una noche
interminable por culpa de un extraño virus que se está expandiendo en los
alrededores y que hace que las personas se vuelvan extrañamente agresivas. Esta
premisa no dista de otras muchas del estilo y, en cambio, sorprende en sus
escasos 85 minutos de metraje con grandes dosis de diversión. Contra todo
pronóstico, y por lo que se revela en su poco atractivo tráiler, la cinta logra
dar la vuelta a los clichés más populares, de tal forma que, si en su
inofensivo inicio únicamente se presentan a los personajes principales y el
contexto en el que se encuentran, su desarrollo se vuelve una auténtica locura
en la que los roles se modifican constantemente, provocando que la vertiginosa
narración no decaiga en ningún instante.
Las cosas no son lo que
parecen si nos regimos por los tópicos del género de terror, puesto que todo lo
que aparenta ser seguro, Marini lo aprovecha para dar un toque maestro y sorprender
al espectador con su originalidad y sus grandes dosis de humor ácido. Es complicado no llegar a posicionarse con los personajes
que van surgiendo, tanto si únicamente se siente preocupación por su
supervivencia como si el mayor deseo es que mueran, algo que ocurre en un caso
en concreto desde el primer minuto. La falta
de pretensiones se aprecia desde el mismo momento en que la trama comienza a
despegar, ya que es imposible tomarse en serio nada de lo que ocurre en
pantalla. A su vez, destaca el fantástico uso de la tensión que el autor
realiza a través de giros inesperados que destriparán por completo cualquier
idea que el público tenga en mente.
“Summer Camp” sólo es disfrutable si uno está preparado para
que ocurra cualquier cosa, por lo que es indispensable dejarse llevar y
disfrutar del estupendo humor que completa de forma inteligente cada una de las
escenas y conduce a un macabro clímax que, sin duda, deja tan buen sabor de
boca como ganas de repetir la experiencia. Parte de su éxito también reside en
un elenco internacional que soporta el peso de papeles realmente ambiguos. La
correcta labor que llevan a cabo Andrés Velencoso, Diego Boneta, Maiara Walsh y
Jocelin Donahue únicamente es eclipsada por un secundario estelar, Xavier
Capdet, que protagoniza los instantes de mayor hilaridad evidenciando los
problemas que algunas generaciones tienen con el dominio del inglés, aun poniendo todo su empeño.
En este caso, el espectador es un testigo privilegiado que
cuenta con la curiosa paradoja de saber más que los personajes y que, en
cambio, es incapaz de prever el destino de éstos. Ante tantos tópicos
derrotados, no es posible pronosticar los obstáculos que se presentan, el
salvajismo y la locura de una noche apocalíptica que curiosamente no cae en las
redes del slasher o el impresionante final, algo que no suele ocurrir siempre
en el género. El director argentino Pablo Rosso es el nombre que se esconde
tras la magnífica calidad fotográfica con la que cuenta la cinta. El clima de suspense se apoya en una banda
sonora, a cargo del compositor valenciano Arnau Bataller, que por momentos
genera una angustia creciente y una sensación de peligro constante muy cuidadas.
“Summer Camp” logra lo que muchas otras no son capaces de
conseguir, que el público quiera más. Un largometraje que transcurre de forma
trepidante y aporta una gran frescura a un género que parece renovarse poco a
poco y salir de aquellas cenizas que le mantenían siempre en una segunda
categoría detrás de los más dominantes. Tensión, originalidad,
ambigüedades, litros de un repugnante líquido verde y, sobre todo, mucha
diversión. Marini realiza un más que digno debut tras las cámaras del que sólo
sabrán aprovecharse aquéllos que no se hayan generado grandes expectativas y
esperen simplemente un producto de entretenimiento de calidad.
Lo mejor: la incesante comicidad en la transformación de los tópicos del género de terror.
Lo peor: la esperanza de encontrar la película del año.
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