viernes, 24 de junio de 2016

EL ARTE DEL TERROR VISUAL (2016)



Pese a que el aclamado director malayo James Wan ha hecho una pequeña incursión en el mundo de la acción con la sobrexplotada “Fast & Furious 7” (2015) y que parece haber sentido cierta atracción por la ciencia ficción con el proyecto de “Aquaman” (2018), es indudable que el cineasta posee un talento innato para el género de terror, que, aparte de otorgarle muy satisfactorios resultados, ha logrado que su público le califique como todo un maestro en las artes del horror. Desde su salto a la fama con un cortometraje que al poco tiempo le llevaría a crear la primera parte de la famosa saga “Saw” (2004), se han sumado grandes éxitos en taquilla como “Insidious” (2010), junto a su secuela, y, en esta ocasión, el trabajo realizado en “Expediente Warren: La Conjura” (2013) y su continuación en “Expediente Warren: El Caso Enfield”, uno de los títulos más esperados de 2016.

Con una historia basada en uno de los casos más espeluznantes del mundo paranormal y ayudado en todo momento por los guionistas David Johnson y los hermanos Carey y Chad Hayes, nos dirigimos a la localidad inglesa de Enfield durante la década de los años 70. En un clásico chalet adosado vive Peggy Hodgson (Frances O’Connor), una madre soltera con cuatro hijos, entre los que destaca Janet (Madison Wolfe), la pequeña que, a partir de una travesura, provoca que se sucedan extraños fenómenos cada vez más agresivos que no parecen tener solución. Mientras que el barrio se ve afectado por los terribles acontecimientos, el veterano matrimonio de demonólogos Lorraine (Vera Farmiga) y Ed Warren (Patrick Wilson) se encuentran en Estados Unidos intentando superar una crisis en sus carreras. A través de los medios de comunicación, se ven en la obligación de intentar demostrar que su trabajo no es ninguna clase de negocio fraudulento. En pleno caos, ambos decidirán ir al encuentro de la familia Hodgson para investigar los hechos y poder ayudarles.

A partir de un prólogo en el que se nos recuerda lo sucedido en “Expediente Warren: La Conjura”, se explica lo que ha sucedido con la pareja y cómo son increpados por los más incrédulos en el tema. Las dudas hacen que los dos se vean sumergidos en una crisis existencial con diferentes consecuencias, ya que, mientras que Ed se siente fortalecido a pesar de sus miedos, Lorraine necesita parar y descansar un tiempo en su apacible hogar. Sin embargo, ella misma tiene presente que la paz no existe en un oficio que requiere de todas sus fuerzas, sobre todo, cuando se sienten amenazados constantemente. La llegada de un suceso tan especial como el de Enfield hace que su agotamiento quede aparcado para, por fin, demostrar que existe un más allá al que muy pocos pueden acceder. Los dos actores se refugian en una secuela que aporta una mayor profundidad psicológica a sus personajes, proporcionando una gran cercanía con el espectador, que logra inmiscuirse en sus mentes a través de una subtrama mucho más dramática. A ellos se suma la muy destacable interpretación de la joven Wolfe que, pese a su temprana edad, se expone a una labor complicada entre su terrorífico rol ante la posesión y la inocencia y fragilidad de una niña que sufre irremediablemente.

Wan recurre a un estilo clásico para su producción, asegurándose la confianza de sus seguidores, quienes se ven expuestos a una tensión creciente a lo largo de los 133 minutos de metraje. Igualmente, los indispensables sustos y sus consiguientes golpes de sonidos se ubican de forma estratégica, siendo de agradecer que el autor no haya abusado de éstos, como suele ocurrir habitualmente en el género. Sin duda, el ritmo fluye aparentemente a fuego lento, pero, en realidad, todo transcurre con un vertiginoso dinamismo, presentando cada detalle con cautela, a media exposición, y desvelando los secretos con una pasmosa tranquilidad. Los instantes de elegante comicidad sofocan la situación, proporcionando minutos de descanso a un oscuro ambiente que no permite tener ni un solo respiro.

El director californiano Don Burgess se encarga de recrear tan tétrica atmósfera. Una apuesta segura para todo un veterano hollywoodiense que nos ha hecho disfrutar en multitud de ocasiones junto a Robert Zemeckis en “Forrest Gump” (1994), “Náufrago” (2000) o “Lo que la Verdad Esconde” (2002), entre otras del famoso cineasta; o en títulos tan populares como “Spiderman” (Sam Raimi, 2002) o “Código Fuente” (Duncan Jones, 2011). Junto al compositor estadounidense Joseph Bishara, indispensable en el equipo de Wan y creador de la inquietante banda sonora, la historia cobra un mayor realismo con un atractivo terror visual que perfecciona la secuela. Como parte de ello, el silencio cobra una especial importancia, ocultando siempre un temible significado, acrecentando nuestra atención y, sobre todo, creando una gran expectativa por parte del espectador. Con él parecen despertar las peores pesadillas, sustentadas en todo momento por una profesionalidad técnica impecable que deja en evidencia el inigualable talento que posee el autor.

La cinta no olvida incluir datos escalofriantes en su desenlace, adjuntando el material de archivo obtenido del caso real. Durante los títulos de crédito, queda clara la fantástica labor que el equipo ha realizado en cuanto a documentación, pero también ayuda bastante a sentir una gran inquietud con el final del metraje. No puede ser más evidente que “Expediente Warren: El Caso Enfield” supera con creces a su primera parte. James Wan vuelve a jugar con sus seguidores para colocarles en una situación de un auténtico pavor contradictoriamente disfrutable. Sin duda alguna, pocos son los que logran demostrar el dominio de un género tan peliagudo y, mucho menos, llevar con tanto valor el sobrenombre de maestro del terror. Es ampliamente conocido por todos los cinéfilos que las segundas partes no suelen ser buenas, pero, en esta ocasión, debemos sumar una excepción a la regla.

Lo mejor: el trabajo de documentación, la magnífica labor técnica y el disfrute de adentrarse en una historia que atrapa de principio a fin.

Lo peor: Wan posee un absoluto control a la hora de sugerir sin evidenciar, acrecentando una agobiante tensión demasiado agotadora y extensa en el tiempo.


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