miércoles, 5 de agosto de 2015

LAZOS DE SANGRE ROTOS (2013)



Hace ya mucho tiempo que el afamado director japonés Hirokazu Kore-eda se ganó un meritorio hueco entre los cineastas asiáticos contemporáneos más importantes gracias no sólo a los éxitos que ha cosechado a lo largo de su carrera, sino también a la sensibilidad con la que trata ciertos temas que resultan peliagudos. En esta ocasión, su trabajo sigue profundizando en la cuestión de la familia, pero partiendo una premisa que nos hace reflexionar, incluso, antes de visualizar “De Tal Padre, Tal Hijo”. Dos niños fueron intercambiados al nacer por error del hospital y, tras 6 años de desconocimiento por parte de los padres, el centro les reúne para explicarles el fatídico incidente, proponiéndoles la posibilidad de cambiar el futuro de los críos o mantener la situación tal y como está.

El autor trata de ponernos en la piel de todos los personajes, de tal forma que, en todo momento, nos sentimos partícipes de su existencia, obligándonos a plantearnos qué haríamos nosotros ante tan delicada circunstancia. ¿Sería más correcto quedarnos con el pequeño que hemos estado criando como hijo durante todos estos años o es más legítimo recibir al nuevo miembro por ser sangre de tu sangre? El tema que, por desgracia, tiene un alcance universal y que en los últimos años ha sido bastante sonado en España, resulta más complejo bajo la mirada del tradicionalismo y las costumbres asiáticas. Los lazos de sangre condicionan su forma de vivir e, incluso, la sociedad nipona es capaz de determinar el tipo de personalidad que se tiene gracias al grupo sanguíneo al que pertenecemos. Por supuesto, Kore-eda se sirve de ello para realizar una suave crítica al condicionamiento que se establece a partir de unos valores que se han quedado obsoletos.

Con los premio del público y del jurado en el Festival de San Sebastián y de Cannes respectivamente y la oferta del veterano director Steven Spielberg, que no ha podido esperar para realizar un remake de la cinta, la historia se siente verdaderamente cercana gracias a la minuciosa labor realizada con cada uno de los personajes, de entre los que destaca el actor Masaharu Fukuyama en el papel de Ryota, un arquitecto de éxito que ve rota su felicidad y a quien principalmente acompañamos en sus reflexiones y sentimientos. Su empleo le lleva a distanciarse en parte de su familia, mostrando frialdad con su hijo, que vive bajo una serie de estrictas normas, cumpliendo con total resignación su rol dentro de una casa con alto poder adquisitivo. En contraposición, el otro padre afectado por el caso, Yudai (Lily Franky), es más permisivo, prestando una mayor atención y cariño sobre sus pequeños retoños, mientras que gana su sueldo con un mediocre trabajo familiar. Tras conocerse, ambos experimentarán profundos cambios que el cineasta ha sabido plasmar a la perfección, haciendo un especial hincapié entre la gran duda que absorbe a Ryota, su lucha entre la razón y sus emociones, entre lo políticamente correcto y que le ha venido socialmente impuesto o lo que realmente desea. Por su parte, vemos pocas pinceladas en la psicología de las madres, Midori (Machiko Ono) y Yukari (Yôko Maki), las cuales intentan exteriorizar su frustración y dolor en cada momento, pero el autor prefiere centrase en la figura paterna y sus reacciones.

Su excelente desarrollo cae en el melodrama de lágrima fácil en su final, aspecto que Kore-eda podría haber resuelto fácilmente si hubiera dejado la historia abierta, sin reincidir en demasía en ciertos temas, manteniendo la sutilidad y emotividad que llevaba utilizando desde el principio. Su sencillez en la narración también se ve reflejada a través de la fotografía a cargo de Mikiya Takimoto, que deja todo el protagonismo a los hechos bajo el acompañamiento del clásico compositor Beethoven. Una más que idónea elección para remarcar la simpleza de un drama que no deja de ser una joya atemporal y de obligado visionado.

Lo mejor: la intensidad de una historia contada con total sutileza y tacto. La brillante interpretación de Masaharu Fukuyama.

Lo peor: el final melodramático con el que pierde la calidad que la cinta había conseguido en su desarrollo.



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