Hay ciertas profesiones que no todo el mundo puede ejercer,
puesto que requieren de una sensibilidad especial. Personas como el celador de
mortuorio, el tanatopractor, el personal de seguridad, jardinería y
mantenimiento de un cementerio o el agente comercial de una funeraria forman
parte de aquellos que más cercan ven la muerte a diario. Permanentemente en las
sombras, son quienes se encargan de nuestros familiares en los peores momentos.
Sin embargo, precisamente porque nos vemos en una situación delicada, no
solemos prestar atención a sus servicios y trato. Es por eso que “Ciudad de los
Muertos”, el documental realizado por el director, productor, guionista y
editor madrileño Miguel Eek, resulta un
claro homenaje no sólo a la muerte, sino también a todos los trabajadores que deben enfrentarse con este tema durante su rutina. Esta convivencia entre vivos y muertos, que se estrena a través del Atlántida Film Fest, es la clave para comprender el funcionamiento de esta sosegada urbe tan diferente.
En el cementerio y tanatorio de Palma trabajan Gabi, el
vigilante; José, el agente comercial; David y Sergio, los tanatopractores;
Jaume y Mohammed, los jardineros; José Luis, encargado del horno del
crematorio; y Manuela, la señora de la limpieza. Todos ellos parecen vivir en
un mundo muy diferente en el que la muerte no es un extraño tabú, sino que, a
través de sus relaciones, asistimos a diferentes visiones de esta cuestión.
Unos miran al futuro con esperanza, otros se enfrentan a tan duro momento con
la comicidad, con el silencio, con el respecto o con la reflexión. Cada punto
de vista es valioso mientras descubrimos sus historias personales, sus
preferencias para cuando llegue la hora o las memorias que se guardan como un
tesoro preciado tras las lágrimas.
No es la primera vez que el cineasta se enfrenta a este
tema. Ya descubrimos en cierta manera su interés bajo el documental “Vida y Muerte de un Arquitecto” (2017), aunque fuese a través de la figura del
arquitecto más importante de la historia de Mallorca, Josep Ferragut. Sin
embargo, en esta ocasión, Miguel Eek se lanza de lleno y sin titubeos para
mirar cara a cara a la muerte y descubrir qué se esconde tras quienes velan por
ella. Son tan sólo 56 minutos de pura reflexión y curiosidad, una extensión de
tiempo que se hace cuanto menos corta y que deja la sensación de desear una
mayor profundidad, pero somos conscientes de que es necesario mostrar un
respeto y una distancia hacia la oscuridad. Precisamente, esto se transmite a
través de la fotografía, apagada, sin vida, en la que únicamente resalta la contradictoria alegría de los
ramos de flores, pero que, sin su presencia, bien pudiera haberse convertido en
un metraje monocromático que, en realidad, muestra la verdadera esencia de
cualquier ciudad de los muertos española.
Con el paso del tiempo, el cementerio se ha transformado en
una gran urbe en la que se guarecen una multitud de cuerpos inertes. Tal y como
los protagonistas expresan con suma claridad, cada uno de nosotros debemos ser
conscientes de dónde acabaremos y que, por tanto, puede que sea el momento, por
fin, de hablar de estas cuestiones con total naturalidad. Gabi cuida de la
seguridad de sus calles. Por la noche, con una linterna en mano, pasea en busca
de algún extraño que no pertenezca a esta ciudad. Por el día, acompaña a los
vivos para que puedan velar a sus familiares con tranquilidad. Por otro lado, desde su despacho, José explica
todos los servicios disponibles, desde la ropa que llevará el difunto hasta la
música que puede acompañarle. David y Sergio se enfrentan, tal vez, al trabajo
más sensible para que el recién llegado luzca lo mejor posible. Sus
conversaciones les trasladan fuera de aquel centro, en el ocio que ofrece
Palma, quizá para que su profesión acabe siendo más amable o, tal vez, porque
el paso de los años les ha hecho mirar con mayor distancia como salvoconducto.
Por su parte, Manuela conoce los precios de los ataúdes al
dedillo. Por eso, ya tiene pensado cuál escoger, mientras su compañera prefiere
no pensar en ello. Pero hay que destacar especialmente las conversaciones que
mantienen Jaume y Mohammed entre los jardines del cementerio. Entre ellos se
produce la confrontación de dos religiones, dos tradiciones que aceptan la
muerte de diferente manera y que se unen por medio del diálogo para comprender realidades que, a veces, no distan demasiado. Sus valiosas reflexiones se diluyen entre las ramas
de los arbustos a los que dan una forma perfecta para mantener el cementerio en
todo su esplendor.
Miguel Eek vuelve a conquistarnos al saltarse las barreras
marcadas por los eternos tabúes. “Ciudad de los Muertos” resulta un documental
de fácil disfrute que se nutre de nuestra curiosidad, de una cuestión lo
suficientemente llamativa como para atraparnos de principio a fin. Un sugerente y ágil homenaje a profesiones en la sombra, a mujeres y hombres con gran sensibilidad.
A través de todos ellos asistimos a una muy diferente y desconocida relación
con la muerte, una rutina atípica que cada uno de estos trabajadores afronta de
la mejor manera posible.
Lo mejor: es apreciable el gran homenaje que realizada
Miguel Eek.
Lo peor: que tan sólo sean 56 minutos.
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