Quienes han tenido que marcharse de sus lugares de origen
por supervivencia mantienen una imagen de su país bañada de añoranza, con los
consiguientes pensamientos de deseo de regreso prácticamente intactos a lo
largo de todo su retiro, casi extensible por años e, incluso, por toda una
vida. La memoria histórica mundial ha dejado grabadas millones de historias
sobre el exilio, movimientos migratorios forzosos que aún a día de hoy se producen
sin que seamos conscientes de ellos. Un gran número de conflictos bélicos
abiertos han dejado un rastro de heridas que aparentemente no se ven, pero que
dejan huella entre su población. Sobre esta base se desarrolla “Deslembro”, el
primer largometraje de ficción de la directora y guionista brasileña Flávia
Castro. Una coproducción brasileña-francesa-qatarí que ha ganado varios premios
en el Festival de Río de Janeiro, entre otros.
En clave casi autobiográfica, la trama de esta obra nos
sitúa primero en París, en donde la adolescente Joana (Jeanne Boudier) prepara sus
maletas para trasladarse, junto a su familia, a Brasil, el país en el que nació y
del que apenas tiene recuerdos. Su madre, Ana (Sara Antunes), tuvo que
exiliarse por motivos políticos. Tras perder a su marido
Eduardo/Thiago (Jesuíta Barbosa), el padre de Joana, rehizo su vida junto a
Luis (Julián Marras) y su hijo, Paco (Arthur Raynaud). Ambos también se vieron
forzados al exilio desde Argentina. Ahora que Brasil permanece en calma, es el
momento de regresar y empezar la vida que siempre quisieron. A su llegada,
Joana disfruta del primer amor en la figura de Leon (Hugo Abranches), mientras
conoce a su abuela Lucia (Eliane Giardini), la persona que descubrirá a la
joven quién era en verdad su padre.
La cinta de Castro es un perfecto viaje directo a la
reconciliación histórica, un camino sin curvas en el que queda de manifiesto el
choque al que se enfrentan los exiliados cuando emprenden su travesía de
regreso. Los recuerdos se agolpan, pero aún más duro es enfrentarse a los
traumas generados por las medias verdades y los secretos ocultos. La cineasta
revela lentamente qué es lo que le ocurrió al padre de Joana, sembrando,
incluso, la duda sobre los hechos que le han sido desvelados a una adolescente que
comienza a forjar su propia identidad y que posee la inquietud por destapar su pasado. Al respecto, la narración se mantiene
estable, conduciéndonos con soltura entre el presente y el pasado para conocer
de cerca la verdadera historia que une a Joana, Lucia y Ana a través de un
personaje que nunca se nos muestra, unas veces Eduardo, otras Thiago.
En este triángulo destaca la veterana actriz de series de
televisión Eliane Giardini. Son contadas las ocasiones en las que podemos
disfrutar de sus dotes interpretativas fuera de la pequeña pantalla, pero, sin
duda, cuando se produce una oportunidad así, es imposible no permanecer eclipsados por el gran carisma y presencia que posee Giardini en cada una de sus escenas. Una
madre acostumbrada ya a la pérdida de su hijo y a la ausencia de su nieta, que,
de repente, por fin goza de cierta tranquilidad al reencontrarse con la pequeña
Joana después de tantos años de exilio. Esa emotividad distante a la que queda
sometida se complementa con la incomunicación de Ana, la cual no puede
permitirse mirar al pasado para que no resurjan antiguos fantasmas a los que
creía ya enterrados. Un trabajo más que sobresaliente realizado por la actriz
Sara Antunes, a pesar de ser tan sólo su tercer largometraje. En este completo retrato de la
memoria histórica a través de tres generaciones de mujeres, es importante
señalar la labor actoral de Jeanne Boudier en su primer trabajo, mostrándose
más comedida ante el descubrimiento de sus raíces en un in crescendo emocional
que, en pleno clímax, termina por explotar y revelar todo lo que guarda en su
interior sin necesidad de recurrir a las palabras.
La directora de fotografía Heloísa Passos nos ofrece un
retrato visualmente amable, sin grandes alardes, pero siempre con firmeza. Los
recuerdos y la nostalgia parecen embargar la imagen y, en el fondo, la vida de Flávia Castro, que se estrena
con buena nota en el cine de ficción tras sus incursiones en el mundo del
documental, siendo todo un acierto apostar por desvelar parte de su propio
pasado para colmar a “Deslembro” de un matiz íntimo y personal que se aprecia
desde el primer instante. Es, precisamente, su honestidad el principal pilar
sobre el que se asientan los casi 96 minutos de metraje de una obra que es
también el relato de otros muchos exiliados que han tenido que abandonar su
país de origen e, incluso, a sus familiares para poder sobrevivir.
Lo mejor: la honradez con la que la cineasta se desprende de
sus recuerdos para que nosotros podamos ser testigos.
Lo peor: la sabia decisión de no revelar al completo las
verdades, como si de la vida real se tratase.
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