A finales de los 60, la adopción adquirió un matiz
transnacional. Parejas estadounidenses y europeas, especialmente de los países
nórdicos, acudían a países asiáticos, como Vietnam o Corea del Sur, para poder
adoptar a bebés y, así, formar una familia. No tardaron en unirse otros países
de la región, como Tailandia, Filipinas, India, Sri Lanka, Indonesia o
Bangladesh. Sin embargo, pese a que estos niños se criaron en la cultura
nacional desde muy pequeños, no todos eran capaces de adaptarse por completo.
El choque entre la raza y la etnia propiciaba el rechazo social desde su
infancia, lo que generaba un cúmulo de traumas que, hasta bien entrados en la
edad adulta y siempre con asistencia psicológica, no comenzaban a controlar.
Quienes deseaban encontrar a su familia biológica, viajaban nuevamente a sus
países de origen, sometiéndose a un contraste emocional brutal por lo que
muchos terminaban por perder su identidad. Muchos de ellos acababan sintiéndose perdidos en un mundo que
les ha rechazado y que les ha generado un sentimiento de no pertenencia a
ningún lugar.
Una historia más y no en el peor sentido posible. Así es “El Retorno”, el documental de la
directora surcoreana Malene Choi, que se ha alzado con varios premios en festivales como el de Jeonju, Rotterdam o
Valladolid. Como si hablara en primera persona, puesto que ella misma fue una
niña adoptada por una pareja danesa, el metraje retrata el viaje de Karoline
(Karoline Sofie Lee) a Corea del Sur para buscar a su familia biológica. A su
llegada al hostal, descubre otras historias similares a la suya, entablando
amistad con otras personas adoptadas como Thomas (Thomas Hwan), que cada vez se
encuentra más cerca de reencontrarse con su madre. Un viaje único para
localizar sus raíces que revela miedos, traumas, necesidades y grandes contrastes.
Choi, que tras tres piezas cortas da el salto al gran
metraje, fusiona ficción y documental en un relato fácilmente identificable
para todos aquellos que han pasado por el mismo proceso o se encuentran en
plena búsqueda. El valor humano de su obra se convierte, por tanto, en el mayor
atractivo de sus 85 minutos de duración, en los que asistimos como testigos a
frustraciones, malestar y, a veces, a finales dulces o, al menos, agridulces.
Los días transcurren en la vida de Karoline, desubicada, sin saber por dónde
empezar. El constante rechazo por parte de ciertas instituciones surcoreanas no hace más
que complicar la situación. Sin explicación alguna, se niegan a proporcionarla
información con sucesivas evasivas. Y mientras tanto, nos sumergimos en relatos
paralelos de aquellos que ya han podido conocer a su familia o que, al
menos, ese desenlace se va a producir de forma inminente.
Pero en este viaje no todo es negativo. Karoline también
localiza la verdadera amistad, la que por fin comprende con cercanía sus
sentimientos. Entre conversaciones surgen los consejos, cómo presionar para
recibir los datos necesarios para continuar la investigación, cómo son las
relaciones entre familiares tras verse por primera vez, cómo ha sido la
infancia, el rechazo en el colegio, las exigencias de unos padres que no son
capaces de asimilar que su hijo adoptivo es de otra raza. Cuestiones sobre la
mesa que, pese al dolor que subyace cada relato, vienen a revelar la soledad a
la que se expone cada uno de ellos. Una de las grandes verdades presentadas en
“El Retorno”, en donde ya de por sí es un trabajo arduo distinguir la realidad de la
ficción.
Catherine Pattinama Coleman se suma a este proyecto con una
labor fotográfica sobresaliente. El magnetismo que se respira en la imagen es
mucho más amable que las espeluznantes palabras que se recogen en el metraje.
Sin duda, la obra de Choi posee instantáneas para el recuerdo, espléndidos
retratos del contexto que nos transmiten la paz que cada uno de ellos busca.
Una magia electrizante difícil de olvidar y que detienen el ritmo de la
narración para facilitarnos un mínimo respiro, un minuto de reflexión,
silencio, dudas, esperanza. Sin embargo, se nos olvida que estamos ante un
metraje limitado por el tiempo, lo que permite que la cineasta nos deje con la
miel en la boca, con las ganas de conocer más historias, tratar a esas personas
sin sentido de pertenencia que buscan su oportunidad.
“El Retorno” es precisamente eso. Un instante crucial, un
punto y aparte en sus vidas que, a veces, se extiende innecesariamente durante
años. ¿Por qué se bloquea la búsqueda de sus orígenes?, ¿por qué no se facilita
la labor a quienes fueron niños transnacionales? Todos ellos se encuentran en
mitad de la ambivalencia, entre dos culturas muy diferentes con la sensación de
que ambas son cercanas y a la vez desconocidas. Pero hay una necesidad de comprender, de saber quiénes
fueron sus padres y por qué les abandonaron con el fin de acabar con una
sensación tan común como es el rechazo.
Lo mejor: la cercanía de cada una de sus historias. Las
expectaciones que poco a poco se construyen.
Lo peor: el desgaste inhumano que requieren este tipo de
procesos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario