No deja de ser ciertamente atractivo cuando el cine trabaja
la evolución de las identidades de sus personajes, debido, sobre todo, por la
gran cercanía que supone tener frente a frente historias en las que
inevitablemente nos sentimos identificados. En ese camino hacia el
autodescubrimiento siempre existen similitudes, pero su encanto reside en la forma
en la que los personajes se enfrentan a cada bache en su camino. A este tipo de
narrativas se suma “A Paris Education” (“Mes Provinciales”), el largometraje del director y
guionista francés Jean-Paul Civeyrac, que formó parte de la sección Panorama de
la 68ª edición del Festival de Berlín y recibió varias nominaciones en otros
certámenes internacionales.
Étienne (Andranic Manet) es un joven provinciano que se
traslada a París para estudiar cine en la universidad. Atrás deja a su novia,
Lucie (Diane Rouxel), y a sus padres (Christine Brücher y Grigori Manoukov)
para encarar una nueva etapa en su vida después de haber estudiado la carrera
de filosofía. En la capital conoce a Barbara (Valentine Catzéflis), su vivaz
compañera de piso; y a sus nuevas amistades, Jean-Noël (Gonzague Van Bervesseles) y Mathias (Corentin
Fila). No tarda en acostumbrarse a la rutina
universitaria, en experimentar nuevas exigencias de la mente crítica de
Mathias, una nueva dependencia al positivismo de Jean-Noël o una nueva
atracción sexual en la figura de Barbara. Es el comienzo de un primer año de estudios que se
transforma lentamente en un viaje exploratorio en el que su identidad juvenil se
deconstruye hasta acabar irremediablemente en la nada. Sólo así Étienne puede dar paso a un nuevo ser más real, exigente, sufrido y
reflexivo. Una nueva persona que jamás podrá regresar a ser el chico prinviciano que a principios del curso llegaba a la gran ciudad con paso firme y repleto de ilusiones.
Con una narración desarrollada a fuego lento, las conversaciones
pseudointelectuales bañan por completo una historia que por momentos parece
congelada. Una extraña involución marcada por la parálisis emocional de su
protagonista, siempre con las manos en sus bolsillos paseando por las calles de
la capital francesa sin rumbo fijo, pero con una mente inquieta que le invita a
cuestionar a los demás y, por qué no, a él mismo. Precisamente estamos ante una deriva completa, en la
que Étienne no sólo se ve sumergido en no lugares, sino que, además, él
mismo es testigo de cómo aquella actitud de seguridad que le motivó a marcharse
de su hogar ahora termina por no existir. Una especie de punto y
aparte en su vida de la que se nutre ampliamente la obra de Civeyrac, siempre
enfocada a los pequeños detalles, a los silencios compasivos, las
emociones contenidas y las palabras resbaladizas.
Más allá de la relación que Étienne mantiene con las
féminas, esos vaivenes aparentemente insignificantes que terminarán por
magullarle con la presencia de una nueva compañera de piso, Annabelle (Sophie
Verbeeck), también se encuentra su amistad con el profesor Paul Rossi (Nicolas
Bouchaud), en el que apenas se detiene la narración y se limita a darnos unas
escasas pinceladas en su problemática relación con su hijo o en su cercanía con
sus alumnos. Tampoco se termina de profundizar en su amistad con Jean-Noël, del
que tan sólo paladeamos un triste positivismo y una extraña dependencia de la
que, incluso, los celos saborean. Aparte de todos ellos, encontramos a Mathias,
establecido como un personaje en contraste con el protagonista. Él es mucho más
crítico, más perfeccionista, más deseable, más interesante. La trama a veces se
olvida de su existencia, pero al final acabamos entendiendo el por qué. Mathias
necesita estar cada vez más sólo y esto acabará repercutiendo a Étienne de por
vida.
El frescor que emana la cinta viene en parte por la
inexperiencia de su juvenil elenco. Manet llega desde el mundo del
cortometraje, mientras que Fila apenas cuenta con cuatro largometrajes a sus
espaldas y unos pocos episodios en la serie francesa “La vie devant elles” (Dan
Franck, Stéphane Osmont, 2015-). Más reconocible es el rostro de Rouxel, ligada
al cine independiente desde sus inicios y recién salida de “The Wild Boys” (Bertrand Mandico, 2017). Lo mismo sucede con Verbeeck, Catzéflis y Thiam, la
que fuera Lena Séguret en “Les Revenants” (Fabrice Gobert y Frédéric Mermoud, 2012-2015). Todas ellas con una fulgurante
carrera en la cinematografía francesa. Por último, quien apenas logra tomar
presencia en una narración más interesada en los jóvenes veinteañeros es
Bouchaud, francamente desaprovechado entre escasos minutos de protagonismo para
quien posteriormente acabaría trabajando nada menos que para Olivier Assayas en
“Dobles Vidas” (2018).
El director de fotografía francés Pierre-Hubert Martin se
encarga de aportar a la imagen monocromática un toque de intimidad por primera
vez en una obra de ficción, ya que su carrera siempre ha estado unida al mundo
del cortometraje y muy excepcionalmente al del documental. Sorprende la
originalidad de algunos encuadres y el perfeccionismo de la iluminación entre
un halo más cercano al clasicismo. “A Paris Education” respira, ante todo,
naturalidad, una especie de despertar directo a la desorientación en los
primeros pasos de la vida adulta. Un trabajo de Jean-Paul Civeyrac y su equipo
más que notable que, pese a revolcarse en ciertas cuestiones de representación
un tanto manidas en el cine, sabe sacar partido a una historia como otra cualquiera, en
la que es fácil sumergirse junto a su protagonista como si de un simple paseo
por las calles parisinas se tratase.
Lo mejor: el trabajo técnico es impecable, destacando
algunos encuadres que se desmarcan de cualquier convencionalismo.
Lo peor: se desaprovechan algunos personajes que podrían
aportar más profundidad a la trama, convirtiéndose en prácticamente
innecesarios por sus escasas intervenciones.
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