Desde los años 60 y por más de dos décadas, Sudáfrica
mantuvo una encarnizada lucha en contra de la insurgencia del sur de África, en
lo que terminó por denominarse la Guerra de la frontera de Sudáfrica. El
conflicto con Namibia, Zambia y Angola se avivó especialmente en su recta final, durante los primeros años de la década de los 80. Para entonces, los jóvenes a partir de 16 años se
incorporaban a la actividad militar, cuya formación se extendía por dos años, y
a la que se sumaban otros diez o doce mientras permanecían en la reserva.
Testigo de ello fue el escritor André-Carl Van der Merwe, que, para entonces,
era tan solo un muchacho sudafricano que, en 1981, tuvo que pasar por la misma
experiencia, la cual terminó convirtiéndose en su primer libro, una
autobiografía basada en sus propios diarios. Su propio apodo, “Moffie”, además, se transformó en una película, que supone el cuarto largometraje del director y
guionista sudafricano Oliver Hermanus.
El cineasta cuenta con experiencia en el género del drama.
Es más, sus anteriores obras le han encumbrado no solo dentro de la industria
cinematográfica, sino también en el circuito de festivales internacionales de
cine. No es baladí que Hermanus haya recibido un gran reconocimiento por
“Shirley Adams” (2009) en Amiens o “Beauty (Skoonheid)” (2011) en Cannes y
Durban. Por supuesto, este cuarto trabajo tampoco se quedó atrás, aglutinando
premios en Dublín o Tesalónica, además de abrirle las puertas del Festival de Venecia. Su historia comienza en la última noche de Nicholas van der Swart (Kai Luke Brummer) junto a su familia. El joven se despide para tomar el tren
al día siguiente. Allí conoce a Michael Sachs (Matthew Vey), otro adolescente
que se prepara para recibir la instrucción. Una vez llegan a la base militar,
el instructor les inicia en los primeros pasos de dos años de insufrible
entrenamiento. La debilidad, la desobediencia o la homosexualidad son
castigadas con brutalidad. Nicholas lo comprueba desde los primeros días y más
cuando él es homosexual.
La película de Hermanus contiene el testimonio de una
experiencia terrible para cualquier adolescente. Para Nicholas es importante
pasar desapercibido, puesto que considera que es la manera más inteligente de
sobrevivir en un lugar hostil. Sin embargo, su autodefensa no impide que
algunos de sus compañeros vivan un auténtico infierno o que, incluso, lleguen a
desaparecer misteriosamente de la noche a la mañana. Por ello, el joven hace
frente, de la mejor manera posible, a los matones, a los abusos de su instructor,
al odio generalizado, pero también tiene que superar pruebas que, a día de hoy,
son inconcebibles para un chico de 16 años, como es matar. A tan temprana edad,
aprenderá a reflexionar y valorar su vida anterior. Para entonces, Nicholas ya no
será la misma persona que bajó del tren durante su primer día y formó en fila
para subir a un camión militar sin saber a dónde iba exactamente y qué le
esperaba. Ahora cuenta además con ciertos traumas que nunca olvidará.
Hermanus nos introduce en una narración sin debilidades ni
cabos sueltos, que se extiende en casi 105 minutos de duración. Precisamente
por ello y por el valor que contiene su historia, la cinta es lo
suficientemente recomendable para su visionado y, por supuesto, para su
posterior reflexión. Hablamos de represión, violencia, brutalidad, experimentos
sanitarios inservibles y obsoletos, abusos, explotación o drogas para pasar
cualquier mal trago, pero también de apoyo, amistad y compañerismo, aunque
estas últimas cuestiones sean una triste minoría. Son tiempos en los que algunos debían
reprimir su verdadero ser sobre un escenario de muerte y destrucción. Esa atmósfera bélica de la
que nunca nos olvidamos corre a cargo del director de fotografía Jamie Ramsay,
con quien Hermanus suele contar habitualmente para sus obras. En esta ocasión,
el paisaje sudafricano se acentúa especialmente para resaltar el enfrentamiento
que existe no solo en el interior del pabellón de los jóvenes novatos, sino también
en su exterior y que, además, permite destacar la tensión existente desde los primeros
minutos de la trama.
El actor Kai Luke Brummer carga con el peso dramático de
toda la obra. “Moffie” supone un absoluto acierto en su carrera, especialmente
si tenemos en cuenta el escaso recorrido que poseía con anterioridad al estreno
de esta cinta. Sin embargo, su interpretación resulta más que reseñable por su
contención, una especie de muro frente al exterior para evitar mostrar
cualquier sentimiento que su alrededor interprete como una debilidad e implique
algún castigo brutal. Sin duda, el cineasta atinó plenamente al depositar su
confianza en él, convirtiendo a “Moffie” en una cita indispensable y más que atractiva. Un largometraje que nos presenta un contexto
desconocido y, a la vez, la historia de otro joven más que ha tenido que
convivir con la represión social, obligándole a reprimir su esencia más pura.
Lo mejor: la interpretación del joven Kai Luke Brummer y la
evolución de un adolescente en su proceso de pérdida de inocencia.
Lo peor: observar la traumática experiencia que tuvieron que
padecer muchos adolescentes sudafricanos.
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