jueves, 6 de agosto de 2020

EL CAMINO DE LA SUPERACIÓN (2020)


En la historia han quedado inscritas relaciones de amistad un tanto extrañas, a veces, incluso, inverosímiles, como es, en este caso, la de una pintora y un ladrón de cuadros. Resulta imposible pensar en la posibilidad de que surja una conexión cuando el segundo afecta económica y emocionalmente a la primera. En nuestra mente, esto es inviable y, de no ser así, lo más seguro es que fracase tarde o temprano. Pero la amistad, ante todo, no es racional, sino que se deja llevar por impulsos o por el instinto que, en esta ocasión, demuestra la pintora hiperrealista checa Barbora Kysilkova. Su curiosa experiencia queda retratada en el documental “La Pintora y el Ladrón”, el segundo trabajo del director, guionista y productor noruego Benjamin Ree tras el éxito cosechado con “Magnus” (2016), su reconocida ópera prima que le catapultó directamente al circuito de festivales internacionales de cine. 

Sin embargo, su logro más destacado llegó con su triunfo en Sundance con el premio especial del jurado gracias a Kysilkova y su querido y enigmático amigo. Pero, ¿cómo surge esta relación? La premisa no puede ser más atractiva, por lo que desde los primeros minutos del metraje esperamos con ansias que se produzca el encuentro entre los dos. Barbora posee un don maravilloso, pero es difícil llegar a final de mes manteniendo un atelier para alojar sus creaciones y disfrutar de un espacio para ella sola. Tampoco es sencillo encontrar una sala para exhibir sus últimas obras, pero, por suerte, consigue alojar algunas de ellas en una galería de arte en Oslo. Al día siguiente, aparece en las noticias el extraño robo de dos de sus cuadros, siendo uno de ellos de un valor muy significativo para Barbora. Gracias a las grabaciones de las cámaras de seguridad, no tardan en coger a uno de los dos ladrones, Karl-Bertil Nordland, con quien tendrá que verse en el juicio. Justo antes de que empiece la audiencia, la artista siente la necesidad de acercarse a él para conocerle y, sobre todo, para conocer el por qué había robado precisamente esos dos cuadros.

Bertil no solo debe regresar a la cárcel para cumplir su condena, sino que, además, empezará a posar para Barbora. Las tardes entre bocetos y cubos de pintura se convierten en importantes diálogos en los que el ladrón se da a conocer. El fin es realizar un retrato de la persona que codició y posteriormente perdió su cuadro más relevante, siendo el primero de una colección que reflejará la evolución tanto de su amistad como de ellos mismos. Su conexión queda reflejada en sus pinturas en lo que supone una historia de humanidad, superación y apoyo. Para ello, la narración se desarrolla con gran sencillez, siguiendo una progresión histórica lineal con más de un salto en el tiempo para focalizarse en los instantes de mayor relevancia. 

Los inicios nunca son sencillos y, aunque Barbora se presta cercana, Bertil tiende a ser esquivo con su intimidad. Sumido en la terrible espiral de las drogas y la delincuencia, para él no es fácil tener una rutina junto a su pareja. Su dependencia durante años no le permite ver con claridad la necesidad de reconducir su vida. Ahora cuenta con la amistad de Barbora, una persona más que está junto a él en este proceso, pero ella tampoco puede prestarle la atención debida. Los maltratos y la precariedad han minado su seguridad, aunque a su lado también esté su nueva pareja. Ambos tienen asuntos que resolver independientemente de su nueva amistad, pero, pese a las ausencias, su relación perdura en el tiempo.

No solo la historia es cautivadora, sino que Ree permite que se desarrolle por sí misma sin necesidad de que su irrupción sea demasiado evidente. La cámara tan solo es un simple testigo que nos permite disfrutar de cada momento, escuchar sus conversaciones, sentir sus caídas, pero también sus triunfos y, en definitiva, ver cómo sus existencias toman un camino concreto. Y mientras tanto, observamos atentamente las pinceladas de Barbora, el rostro de Bertil transformado en obras que muestran sus tatuajes y cicatrices, extrayendo su verdadero ser hasta emocionarle y romperle por dentro. Al final, el don de la artista obliga al ladrón a emprender un viaje de introspección que necesitaba vitalmente.

Junto al director de fotografía Kristoffer Kumar, la frialdad de la imagen contrasta de forma brillante con la calidez de esta relación. Un trabajo impoluto que resalta las creaciones de Barbora con absoluta naturalidad y que acompaña a unas vidas ensombrecidas por diferentes circunstancias, pero unidas por la inseguridad y las debilidades. “La Pintora y el Ladrón” es una joya altamente disfrutable, una pieza única capaz de arrastrarnos por las desdichas y encumbrarnos por las pequeñas victorias. El documental habla por sí mismo, ni siquiera es necesario contar más detalles al respecto, porque, a veces, no es necesario recurrir a la ficción para disfrutar de una historia curiosa como pocas.

Lo mejor: las vidas de Barbora y Bertil, dos personas especiales con ansias por sobrevivir y superarse a sí mismos.

Lo peor: algunas escenas parecen servir únicamente de relleno, puesto que no aportan nada a la narración.


No hay comentarios:

Publicar un comentario