La adolescencia. Maldita adolescencia. Pocos pueden decir
que ha sido la mejor etapa de sus vidas. Los cambios de actitud. Querer ser
mayor, dejar la infancia atrás, pero sin adquirir las responsabilidades de
adulto. Sentir cómo tu cuerpo se transforma en un ser extraño, repleto de
hormonas que dominan tu existencia, con más pelo, más granos. Ver que tus
padres son una auténtica molestia en tu día a día, que si las notas, que si las
amistades, que si no haces los deberes, que si sales demasiado. Eso te lleva a no soportar a
absolutamente nadie, excepto a tus amigos, lo que más valoras. Ellos están por
encima de todo, incluso, de ti mismo. El sentido de pertenencia te dirige,
buscando siempre ser aceptado por otros, tomando excesiva importancia las
opiniones de los demás, que parecen finalmente definirte.
La actriz, directora y guionista suiza Lisa Brühlmann
utiliza esta inseguridad para crear su primer largometraje, “Blue My Mind”, el
retrato de una nueva generación que en lo más profundo no dista de otras
tantas. Con varios premios obtenidos en el Zurich Film Festival y los Premios
de Cine de Suiza, la cinta explora esta etapa en la vida de Mia (Luna Wedler), una
adolescente de 15 años que se traslada con sus padres a las afueras de Zurich.
La distancia con sus progenitores es cada vez más grande y ahora, además, debe
afrontar el primer día en su nuevo instituto. Allí conoce a Gianna (Zoë
Pastelle Holthuizen), una compañera de clase bastante rebelde. Mia necesita ser
menos tímida, por lo que se acerca a ella y a su grupo de amigos para pedirles
un cigarro. Poco a poco acaba integrada en el grupo, convirtiéndose en una
persona que no quiere ser, guardando secretos inconfesables, llevando a cabo
acciones para sentirse integrada, teniendo comportamientos fuera de lo común y todo ello bajo la amenazante sombra de la transformación de su propio cuerpo.
La narración de Brühlmann comienza como cualquier otra
película sobre adolescentes con ciertas reminiscencias inevitables de la mítica “Kids”
(Larry Clark, 1995). Chavales problemáticos, inadaptados, en los límites, deseosos de experimentar, con falta de comunicación, etc. Sin embargo, esas primeras influencias desaparecen a
medida que transcurren los casi 100 minutos de metraje, en los que algunos
toques fantásticos afloran para trasladarnos a la mente de Mia, para ver a
través del prisma de su joven y extraña mirada. El potente desarrollo de la
obra cautiva lentamente, pero a paso firme, construyendo un nuevo imaginario
que resulta de lo más fascinante. La rutina de la protagonista se torna
incómoda, con escenas cada vez más perversas, oscuras, dolorosas, inquietantes. Escenas que muestran un viaje de autodescubrimiento, de una identidad confundida, inducida a
emprender un camino equivocado, indeseado, perturbador, para alcanzar un clímax
único, una metáfora en sí misma del florecimiento, de una adolescente aceptando
su propio destino, su ser.
Tras un giro sorpresivo en el que la protagonista decide devorar con ansias un pequeño pez del acuario de sus padres, se produce una mutación en “Blue My
Mind”. La confusión se adueña de Mia, la cual emprende una auténtica aventura
en forma de pesadilla que le impide ser ella misma delante de sus amigas.
Impulsiva en sus acciones, la joven trata de acercarse cada vez más a Gianna,
sin darse cuenta de que, cuanto más unida se siente a ella, más obstáculos surgen
y secretos guarda. Mientras tanto, su amiga encuentra la afinidad que buscaba,
aunque Brühlmann no termina de definir a Gianna como hubiéramos deseado. En la
distancia surge una joven incomprendida, apartada de su familia, que posee las
mismas inseguridades que Mia y que, en definitiva, cualquier adolescente.
Luna Wedler fue premiada en los Premios de Cine de Suiza por
su magnífica interpretación. Su frágil físico contrasta con su personalidad,
endurecida para su aceptación, simulada ante la extrañeza, confundida por la
experimentación. La autolesión, las agresiones, las drogas, el alcohol y el sexo son llevados a un nivel superior,
errores que se superponen y que tan sólo sirven para olvidar por un instante la
verdadera preocupación de Mia: su transformación. No comprende por qué se producen
tales cambios ni con quién puede compartirlos. No sabe si seguirá siendo
aceptada o si será tratada como un auténtico monstruo. Sin embargo, pese a
todas sus dudas y miedos, el proceso sigue adelante, imparable.
El director de fotografía suizo Gabriel Lobos se encarga de
colocar entre algodones a Mia. La sensación de frialdad que transmite la imagen
evidencia, en realidad, el mimo y cuidado con el que Brühlmann trabaja el
perfil de la protagonista. Los tonos azulados no hacen más que identificar a
Mia, sumergiéndola en su propia identidad, en las profundidades de un gélido
destino que poco a poco se hace más presente. “Blue My Mind” es una obra de lo
más atractiva, un retrato sobre la incomunicación, el miedo al rechazo y los
límites transgredidos. Una cinta que, en sí misma, se antoja cambiante, siendo
a veces elegante en su planteamiento, otras violenta en su conducción, pero, en
definitiva, una fascinante aventura sobre la autoexploración.
Lo mejor: la original mirada de Brühlmann sobre la
adolescencia y los cambios.
Lo peor: pequeños fallos de raccord y personajes secundarios
poco perfilados que podrían haber completado y enriquecido la narración. El tráiler revela más de lo deseado, desvelando lo más atractivo de la cinta.
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