Durante 6 años, entre 1964 y 1970, el vampiro Zagłębie campó
a sus anchas por las ciudades polacas de Będzin, Zagłębie Dąbrowskie y Alta
Silesia, en la zona sur del país. Nada menos que catorce mujeres cayeron entre sus garras, aunque
posteriormente también fue acusado de seis intentos más de asesinato. Sin
embargo, no existían pruebas al respecto. Su caso fue uno de los más controvertidos y mediáticos
de la historia de Polonia, especialmente por haber matado a la sobrina de Edward Gierek, por aquel entonces líder
del partido comunista de Alta Silesia. Finalmente, fue sentenciado a muerte en
1975 y se cumplió su ejecución dos años después en la ciudad de Katowice. El
tiempo transcurrió, encumbrando a los héroes que consiguieron detener a tal monstruo, pero aquella loable
hazaña acabó convirtiéndose en un pesado lastre en la memoria histórica de Polonia.
El director y guionista de cine y televisión polaco Maciej
Pieprzyca retrata uno de los capítulos más bochornosos de su país en “I’m a
Killer”, un atractivo thriller que ha obtenido importantes reconocimientos, tanto nacionales, en los certámenes y Premios de Cine de Polonia; como internacionales,
alzándose con el galardón al mejor director en el Festival de Shanghái. El policía
Janusz Jasinski (Miroslaw Haniszewski) pasa de ser un "don nadie" a encargarse
totalmente del caso del vampiro Zagłębie. La presión de lograr cazar al asesino
se hace cada vez más pesada, transformando irremediablemente a un hombre
convencional en pura desesperación. Una marioneta demasiado consciente de la
situación que torna en héroe cuando no es más que un diablo, ahogándose en el infierno de un presente que pronto se convertira en la bochornosa vergüenza de su pasado.
La pausada narración que construye el cineasta a lo largo de
las casi dos horas de metraje genera poco a poco un gran suspense en torno a la
vida no sólo de Jasinski, sino también del propio vampiro. Precisamente, a mitad de la
cinta, se nos asesta un gran golpe al descubrir la identidad del supuesto
asesino. ¿Fue demasiado fácil?, ¿es verdaderamente él? Dudas que se mantienen
hasta el mismísimo clímax de la obra, en donde todo proyecto, todo plan urdido,
explota sobre los rostros de los personajes, desvelando una trama mucho más
profunda de lo que hubiéramos pensado cuando comenzábamos su visualización.
Pero, sin duda, lo más destacable de todo es la guerra psicológica entre el
propio policía y el asesino en serie.
Encerrados en la sala de interrogatorios, la comunicación entre
ambos va más allá de lo que esos muros les permite. A veces es por la
conciencia que se despierta en Jasinski, otras simplemente revelan lo más
putrefacto del ser humano. Wieslaw Kalicki (Arkadiusz Jakubik) es un
conflictivo padre de familia que mantiene una espantosa relación con su mujer.
Todas las pruebas parecen apuntar a él, a un hombre enigmático que no suele
mediar palabra, pero que, por el contrario y de forma inesperada, confía en Jasinski. No es la
primera vez que asistimos a una extraña amistad entre víctima y verdugo, pero,
en esta ocasión, nada es lo que parece. Todo se pone en tela de juicio hasta el
último minuto, momento en el que el silencio se antoja ensordecedor y doloroso.
Tanto Haniszewski como Jakubik son los encargados de llevar
a cuestas el suspense y el drama de “I’m a Killer”. Por un lado, Haniszewski
interpreta a un hombre frágil, débil, que cree que ha tenido un golpe de suerte, pero que, a su vez, sabe perfectamente que no debe caer en la golosa trampa de tal ascenso.
Un policía raso que de la noche a la mañana es el inspector encargado del caso
más popular y controvertido del momento. La sensación de poder aterriza en sus
manos como llovida del cielo, primero como un motivo de alegría, prosperidad y
mejora laboral. No obstante, el paso del tiempo muestra el precio de la
ambición, las medidas drásticas que hay que tomar para que siga adelante esa
extraña y casual racha de suerte. El término “héroe” en manos de Pieprzyca
resulta demasiado relativo y peligroso.
Por su parte, Jakubik juega a la perfección con su papel de
antagonista. Inteligente y áspero en su inicio; débil y perdido en su final.
Conocemos parte de su vida gracias a Jasinski, que se inmiscuye y extralimita
en sus deberes, siendo testigos de una brutal metamorfosis que acaba, incluso,
consigo mismo. Uno de ellos termina deteriorándose, mientras que el otro se
enfrenta a una montaña rusa de emociones a las que es incapaz de hacer frente.
Para completar tal juego psicológico, se acumula una atmósfera de suspense muy
lograda, un ambiente opresivo que evidencia la notable labor del director de
fotografía polaco Pawel Dyllus. A pesar de no ser ninguna sorpresa la gran
presencia de gélidos azules que parecen congelar la sombría imagen, lo cierto
es que esta estética capa oprime lo justo y necesario a una narración que satisface, en su gran mayoría, las expectativas de las que se parte.
“I’m a Killer” se construye con la memoria histórica, con la
carga que varias generaciones llevan sobre sus hombros, con los errores
irremediables del pasado, con las figuras de una historia incierta. Un metraje
sencillo en su planteamiento, complicado en su reflexión, dramático en su
realidad e intrigante en su ficción. La película de Pieprzyca posee una amplia
crítica social que salpica, directamente y sin tapujos, a diversos ámbitos, política, sociedad,
familia, etc. Una visión pesimista del presente que culpabiliza la terrible
herencia que la sociedad actual ha recogido de la mano de nuestros padres. Una
horrible pesadilla que el cineasta explora con la mayor profundidad para
revelar una extraña sensación de asfixia, desnudez, putrefacción y
aniquilación.
Lo mejor: el juego psicológico que obliga a poner en duda el papel clásico de los dos personajes principales, el héroe y el villano.
Lo peor: detenerse excesivamente en algunas escenas para
rematar el final demasiado rápido.
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