El director francés Bertrand Mandico es más conocido por su
extensa aportación de cortometrajes en los que se juega con la
experimentación artística, un elemento que ha querido plasmar igualmente en su
primer largometraje, “The Wild Boys”. Esta ópera prima rezuma claras
influencias de las vanguardias, especialmente del surrealismo, para radicalizar
la identidad de género. Sin duda alguna, es imposible que su debut pase desapercibido
entre la audiencia gracias a la originalidad, picardía y descaro con la que se
desarrolla su trama. La ambivalencia juega un papel muy importante en los
personajes de Romuald (Pauline Lorillard), Jean-Louis (Vimala Pons), Hubert
(Diane Rouxel), Tanguy (Anaël Snoek), Sloane (Mathilde Warnier), cinco jóvenes
rebeldes que llevan sus travesuras al extremo. Tras cometer un crimen y ser
sometidos a un juicio del que trataron de salir airosos a base de mentiras, sus familiares deciden
entregarles al Capitán (Sam Louwyck) con el fin de que les haga cambiar de
actitud. Este les arrastrará a su viejo barco, en el tendrán que trabajar en equipo y
vivir en condiciones adversas. Sin embargo, tras un intento de motín, acabarán
desembarcando en una extraña y placentera isla en la que los cinco
protagonistas se verán totalmente transformados.
La violencia inicial que se nos presenta queda desmerecida,
en parte, por la evidente influencia de la mítica “La Naranja Mecánica” (1971),
de Stanley Kubrick. Sin embargo, poco a poco se difumina entre el onirismo, la
sensación pesadillesca que envuelve tal historia y la cada vez más presencia de
connotaciones que van más allá del aparente ámbito sexual. Su trazo
experimental se extiende con buen pulso a lo largo de los 110 minutos de
metraje, forjando un retrato transgénero en forma de crítica social. La
femineidad termina campando a sus anchas hasta encumbrar un clímax de
diferentes colores. Las emociones extremas se adueñan de los jóvenes,
explotando en la diversidad, en la resignación del cambio, en la aceptación de
nuevas circunstancias, de nuevos seres que renacen. Encontramos una fuerte
negación de quien se termina escondiendo, siendo abandonado a su suerte.
Los amplios sentimientos que se transmiten engrandecen
notablemente la obra de Mandico, que se revela poco conformista cuanto menos.
Todo ello sobre una tierra extraña gobernada por una mujer, Séverin (Elina
Löwensohn). Su presencia entraña trampas, segundas intenciones, un pasado no
revelado, una transformación oculta. Ella posee la explicación a tan curiosa y
original historia, pero el cineasta guarda con recelo al personaje,
descubriéndole gota a gota hasta participar en el explosivo final. Cada uno de
ellos nos hace dudar, sentirnos incómodos, respirar su inquietud. Su
perturbador comportamiento les une, ya sea para mentir como para hacer lo que
realmente les da la gana.
No existen valores. No existe moral. Lo que sí encontramos
es una fuente de un líquido extraño que se torna culpable, como ellos, de
cambiar las vidas de las personas. Pero, en su lugar, lo hace sin llamar la
atención, sin jugar con la violencia, tan sólo encontrándose en el lugar y
momentos indicados, invitándoles a experimentar nuevas sensaciones nunca
disfrutadas. La propia naturaliza premia y castiga sin orden, sólo juzgando a cada
uno de ellos y dándoles una nueva oportunidad para tomarla o dejarla. Y toda
esta descripción tan ambigua es la que seguimos a lo largo del metraje, embelesados entre colores
mágicos y blancos y negros de un fuerte contraste. Una labor fotográfica
brillante, nunca mejor dicho, que se torna ensoñadora o siniestra por momentos,
estos últimos encabezados por el propio Mandico, que surge acechando a los
cinco protagonistas totalmente diferente, endemoniado.
El sádico castigo con el que se iniciaban los jóvenes muta en pura exploración. Cada uno de ellos saca lo mejor y lo peor de sí
mismos. Un trabajo sobresaliente en manos de actrices, siendo testigos de unos
personajes que entrañan gran dificultad. Lorillard parece encontrarse en la
sombra para posteriormente florecer y tomar una presencia importante,
transmitiendo mayor valentía y seguridad. Pons, en cambio, toma el rol de líder
de grupo, siendo el personaje más rebelde, indomable. Alguien incapaz de
someterse a las reglas, minando la capacidad de los más débiles. Su fuerza
entra en contraste con las interpretaciones de Rouxel y Warnier, más
angelicales con su presencia, más tímidas, sensibles, retraídas, pero con su
propia energía interior. Su transformación resulta aún más interesante que los
restantes personajes por su enigmático comportamiento. Finalmente, Snoek
destaca fuertemente, distinguiéndose del resto con un rol más oscuro, retraído.
“The Wild Boys” es una obra muy potente de obligado
visionado que destruye la identidad para volver a reconstruirla, para florecer
en un nuevo ser, en una nueva aventura para el resto de sus vidas. Una mutación
diferente como pocas veces ha sido plasmada por el cine gracias a la estupenda
labor de Mandico, que nos sumerge en las profundidades de un nuevo imaginario,
un mundo onírico creado a base de magia, sueños, pesadillas, visiones,
vegetaciones únicas, detalles estrambóticos y un juego peligroso con la
ambivalencia de sus personajes.
Lo mejor: la originalidad de su trama. La excelente labor
fotográfica.
Lo peor: ciertos detalles en los que se hace evidente su
bajo presupuesto. Escenas dilatadas a mitad de cinta que afectan al ritmo de la
narración.
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