viernes, 13 de julio de 2018

EXPERIMENTOS CON LA IDENTIDAD (2017)


El director francés Bertrand Mandico es más conocido por su extensa aportación de cortometrajes en los que se juega con la experimentación artística, un elemento que ha querido plasmar igualmente en su primer largometraje, “The Wild Boys”. Esta ópera prima rezuma claras influencias de las vanguardias, especialmente del surrealismo, para radicalizar la identidad de género. Sin duda alguna, es imposible que su debut pase desapercibido entre la audiencia gracias a la originalidad, picardía y descaro con la que se desarrolla su trama. La ambivalencia juega un papel muy importante en los personajes de Romuald (Pauline Lorillard), Jean-Louis (Vimala Pons), Hubert (Diane Rouxel), Tanguy (Anaël Snoek), Sloane (Mathilde Warnier), cinco jóvenes rebeldes que llevan sus travesuras al extremo. Tras cometer un crimen y ser sometidos a un juicio del que trataron de salir airosos a base de mentiras, sus familiares deciden entregarles al Capitán (Sam Louwyck) con el fin de que les haga cambiar de actitud. Este les arrastrará a su viejo barco, en el tendrán que trabajar en equipo y vivir en condiciones adversas. Sin embargo, tras un intento de motín, acabarán desembarcando en una extraña y placentera isla en la que los cinco protagonistas se verán totalmente transformados.

La violencia inicial que se nos presenta queda desmerecida, en parte, por la evidente influencia de la mítica “La Naranja Mecánica” (1971), de Stanley Kubrick. Sin embargo, poco a poco se difumina entre el onirismo, la sensación pesadillesca que envuelve tal historia y la cada vez más presencia de connotaciones que van más allá del aparente ámbito sexual. Su trazo experimental se extiende con buen pulso a lo largo de los 110 minutos de metraje, forjando un retrato transgénero en forma de crítica social. La femineidad termina campando a sus anchas hasta encumbrar un clímax de diferentes colores. Las emociones extremas se adueñan de los jóvenes, explotando en la diversidad, en la resignación del cambio, en la aceptación de nuevas circunstancias, de nuevos seres que renacen. Encontramos una fuerte negación de quien se termina escondiendo, siendo abandonado a su suerte.

Los amplios sentimientos que se transmiten engrandecen notablemente la obra de Mandico, que se revela poco conformista cuanto menos. Todo ello sobre una tierra extraña gobernada por una mujer, Séverin (Elina Löwensohn). Su presencia entraña trampas, segundas intenciones, un pasado no revelado, una transformación oculta. Ella posee la explicación a tan curiosa y original historia, pero el cineasta guarda con recelo al personaje, descubriéndole gota a gota hasta participar en el explosivo final. Cada uno de ellos nos hace dudar, sentirnos incómodos, respirar su inquietud. Su perturbador comportamiento les une, ya sea para mentir como para hacer lo que realmente les da la gana. 

No existen valores. No existe moral. Lo que sí encontramos es una fuente de un líquido extraño que se torna culpable, como ellos, de cambiar las vidas de las personas. Pero, en su lugar, lo hace sin llamar la atención, sin jugar con la violencia, tan sólo encontrándose en el lugar y momentos indicados, invitándoles a experimentar nuevas sensaciones nunca disfrutadas. La propia naturaliza premia y castiga sin orden, sólo juzgando a cada uno de ellos y dándoles una nueva oportunidad para tomarla o dejarla. Y toda esta descripción tan ambigua es la que seguimos a lo largo del metraje, embelesados entre colores mágicos y blancos y negros de un fuerte contraste. Una labor fotográfica brillante, nunca mejor dicho, que se torna ensoñadora o siniestra por momentos, estos últimos encabezados por el propio Mandico, que surge acechando a los cinco protagonistas totalmente diferente, endemoniado.

El sádico castigo con el que se iniciaban los jóvenes muta en pura exploración. Cada uno de ellos saca lo mejor y lo peor de sí mismos. Un trabajo sobresaliente en manos de actrices, siendo testigos de unos personajes que entrañan gran dificultad. Lorillard parece encontrarse en la sombra para posteriormente florecer y tomar una presencia importante, transmitiendo mayor valentía y seguridad. Pons, en cambio, toma el rol de líder de grupo, siendo el personaje más rebelde, indomable. Alguien incapaz de someterse a las reglas, minando la capacidad de los más débiles. Su fuerza entra en contraste con las interpretaciones de Rouxel y Warnier, más angelicales con su presencia, más tímidas, sensibles, retraídas, pero con su propia energía interior. Su transformación resulta aún más interesante que los restantes personajes por su enigmático comportamiento. Finalmente, Snoek destaca fuertemente, distinguiéndose del resto con un rol más oscuro, retraído.

“The Wild Boys” es una obra muy potente de obligado visionado que destruye la identidad para volver a reconstruirla, para florecer en un nuevo ser, en una nueva aventura para el resto de sus vidas. Una mutación diferente como pocas veces ha sido plasmada por el cine gracias a la estupenda labor de Mandico, que nos sumerge en las profundidades de un nuevo imaginario, un mundo onírico creado a base de magia, sueños, pesadillas, visiones, vegetaciones únicas, detalles estrambóticos y un juego peligroso con la ambivalencia de sus personajes.

Lo mejor: la originalidad de su trama. La excelente labor fotográfica.

Lo peor: ciertos detalles en los que se hace evidente su bajo presupuesto. Escenas dilatadas a mitad de cinta que afectan al ritmo de la narración.


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