El director y guionista turco Onur Saylak es más conocido
por su faceta de actor en series de televisión que disfrutan de gran popularidad en
Turquía. Tras el cortometraje “The Jungle” (2012), que codirigía junto al cineasta
Dogu Yasar Akal y con el que logró dos premios, uno en el Festival de Cine
Independiente de Berlín y otro en el International Filmmaker Festival of World
Cinema de Londres en 2016, se lanzó de lleno a su primer largometraje, “Daha”,
un drama basado en la novela del escritor griego Hakan Günday, que trata en
profundidad cuestiones como el tráfico de personas y las consecuencias
psicológicas que atañe. Tras habiéndose alzado con galardones del East End Film Festival de Reino Unido, del Festival de
Cine de Valladolid e, incluso, del Festival Karlovy Vary, la cinta desarrolla
una compleja historia que resulta apasionante y perturbadora a partes iguales.
Gaza (Hayat Van Eck) es un joven de 14 años que vive con su
padre, Ahad (Ahmet Mümtaz Taylan), en una vieja casa cercana al mar Egeo. Pese a
que le gustaría salir de la zona y poder ir a Estambul para continuar sus
estudios con el apoyo de los propios profesores, Gaza está sometido a la
presión de su padre, quien cree que no necesita seguir en el colegio y que
debería unirse a él para formar una empresa. Pero, ¿qué tipo de empresa? Ahad se dedica a
recoger a inmigrantes con su furgoneta en plena madrugada, ubicarlos durante varios días en el
frío sótano de su casa y guiarlos nuevamente para que entren sin problemas en
el país. Gaza se encuentra en una gran encrucijada, forzado a decidir cuanto
antes qué futuro desea tener, distanciarse de todo lo que le rodea o convertirse en una víctima más de las circunstancias que han determinado una parte de él.
“Daha” posee una tensión que se acrecienta a medida que se
desarrollan los 115 minutos de metraje. No decae en ningún instante, elevando
una narración que se desvela a fuego lento, y que, a la vez que construye una
historia, deconstruye una identidad, la del joven y perdido Gaza, que nota cada
vez más el forzoso peso de la herencia familiar, de la cabezonería y el egoísmo
de su progenitor. Un hombre detestable que, al contrario de lo que se podría
pensar, no desea que su hijo sea alguien mejor que él, sino que prefiere
arrastrarle al fango para no ser el único que caiga. La complejidad de la trama se vuelca
en la violencia, los abusos, la supervivencia. Todos y cada uno de los
personajes se ven envueltos en un contexto cruel, árido y sofocante,
protagonizando algunas escenas de gran dureza.
La adolescencia de Gaza también es violenta, culpa no sólo
de su padre, sino también de todo lo que le rodea. Parece estar destinado a
ahogarse en un pozo sin posibilidad de salvarse, viéndose arrastrado por la
corriente. Sin embargo, el cineasta no sólo nos sorprende con el final que se
avecina, sino que, además, retuerce aún más si cabe el clímax, desentrañando
los monstruos internos con agresividad. La cámara de Saylak no titubea ante una
extraña justicia altamente subjetiva que juega con los personajes como si de
marionetas se tratase. Todo se corrompe a su paso y nada parece aportar
esperanza en un paraje perdido por el que sólo desfilan seres anónimos sin
importancia. Así es, el ser humano es tratado como pura mercancía, más rentable
de lo que jamás pensáramos, para uso y disfrute de un “amo” que se proclama
dios e insta a su hijo a ocupar su lugar.
Curiosamente y pese a que nos llevemos las manos a la cabeza
ante tan terrible situación de plena actualidad, lo cierto es que el director
nos obliga a ser racionales en todo momento, a comprender cada comportamiento y
decisión. No nos sorprende cada despreciable acto de Ahad, tampoco que Gaza
trate de desprenderse de tan putrefacta vida, pero apreciamos aún más ver
cierta luz en el adolescente, una mirada inocente que sabe cómo tratar a los
demás como personas, un lado consciente que a veces le incita a protestar, ayudar y a salvar
a alguien. Un corazón aún latente que le pide querer y ser querido. Él es
inteligente, no es tan impulsivo como su padre y posee una personalidad
ampliamente perfilada a manos de Saylak. Por supuesto, la magnífica labor del
joven actor Hayat Van Eck es, sin duda, el mayor encanto que encierra “Daha”.
La fuerza de su interpretación es capaz de poner el bello de punta a cualquiera
que se atreva a embarcarse en esta realidad tan propia de nuestro tiempo, en las
oscuras profundidades de una red mafiosa.
Gaza custodia el sótano, un zulo repleto de inmigrantes. Su
padre le apremia para que se imponga, para que deje atrás la niñez y se
embarque, por fin, en la madurez. El suelo es lo único que encontramos en el
habitáculo, junto a un cubo metálico en el que hacer sus necesidades. La única
salida está siempre cerrada y la luz del sol nunca penetra entre sus muros,
dejando a la gente en la penumbra durante los días que sean necesarios. Su
desesperación es el negocio de otros. Niños, mujeres y hombres se apilan con el anhelo de conseguir una nueva oportunidad en sus vidas, pero, hasta entonces, todos ellos
pasan por las manos de Ahad, un despiadado hombre rural que es encarnado a la
perfección por Ahmet Mümtaz Taylan. Qué ironía ver el fantástico trabajo que
hace con un personaje al que se acaba aborreciendo totalmente.
El director de fotografía Feza Çaldiran es el verdadero
culpable de que nosotros, como testigos de esta situación, nos sintamos cada
vez más enclaustrados en la oscura vida de Gaza. La deprimente atmósfera
resulta contagiosa, asfixiando a cada momento, abusando de nuestra curiosidad.
“Daha” destruye igual que crea esperanza, fulmina con una historia que, en verdad, es más
real cada día. Una crítica social despiadada que busca comprensión,
razonamiento y enjuiciamiento, es decir, entender lo que nos rodea, reflexionar
sobre las causas que nos han llevado a ello y ser capaces de valorar y evaluar
los daños que se desprenden. No es nada sencilla la labor que lleva a cabo Onur
Saylak y mucho menos se conforma con la posibilidad de que, tras ver su ópera
prima, miremos a otro lado.
Lo mejor: pese a que la narración se desarrolla
pausadamente, da la sensación de que su segunda mitad discurre de forma vertiginosa, precipitándose con dinamismo hacia el final.
Lo peor: los amigos de Gaza pasan desapercibidos, a pesar de
que juegan un rol muy importante en la recta final de la trama.
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