Si hay algo que caracteriza al ser humano es la facilidad
con la que es capaz de odiar a los demás con cualquier excusa. La historia está
escrita a base de capítulos manchados de sangre por el simple desconocimiento,
inseguridad, extrañeza o rivalidad. Pueblos enteros arrasados por la sencilla
razón de tener rasgos diferentes, enfrentamientos por la posesión de tierras,
objetos valiosos, etc. Cualquier temor se expandía como la pólvora como parte
de un siniestro plan con fines destructivos y, de no ser así, se trataba de
experimentar, mostrar la superioridad de unos sobre otros para trazar una pirámide
de supervivencia de la que aún quedan rastros.
Ciertos tramos de nuestro pasado siguen quedando en el
olvido, otros han sido tergiversados y algunos más nos son prácticamente
desconocidos, como es la historia de “Sami Blood”, el primer largometraje de la
guionista y directora sueca Amanda Kernell. Con varios cortometrajes a sus
espaldas por los que ya recibió atención en reconocidos certámenes
internacionales, su ópera prima no podía ser menos. Ha logrado alzarse con una gran variedad de premios en
festivales de Göteborg, Luxemburgo, Seattle, Santa Bárbara, Tokio o, de forma
destacada, Venecia, en donde Kernell obtuvo el premio Fedeora al mejor director
novel y el Label Europa Cinema.
Elle Marja (Maj-Doris Rimpi) regresa a su Laponia natal para
acudir al funeral de su hermana Njenna. El tiempo ha transcurrido demasiado
rápido, pero aquella tierra sigue siendo parte de ella, aunque reniegue. A su
llegada, su familia trata de arroparla para que se sienta cómoda entre ellos, pero Elle Marja
prefiere aislarse y pedir una habitación en otro hotel distinto. Necesita estar
sola, regresar en su mente a un pasado ya lejano. Así es como nos trasladamos a
la Laponia sueca de los años 30, en donde el pueblo sami no sólo es sometido por Suecia,
sino que, además, es repudiado por la sociedad de la época. Elle Marja (Lene Cecilia
Sparrok) y Njenna (Mia Erika Sparrok) acuden a un internado femenino,
pese a que la pequeña no es capaz de adaptarse aún a las normas. La profesora
Lärarinnan (Hanna Alström) les ayuda a asimilar la identidad sueca para la que
Elle Marja posee una gran facilidad. Por eso mismo, será la encargada de recibir
una misteriosa visita. La felicidad de la joven se trastoca cuando debe
desnudarse ante un fotógrafo, encargado de tomar medidas de los rasgos de su
cabeza y rostro. Elle Marja dejará atrás su actitud sumisa para plantearse
seriamente la posibilidad de marcharse al sur del país y continuar, así, con su
educación.
Kernell trata a conciencia el constante rechazo de quien
desea ser como todos los demás a través de un trabajo estable en su ritmo.
Durante sus casi 110 minutos de metraje, la cineasta nos desvela parte de los
secretos del pueblo sami, nómadas en esencia, respetuosos con la naturaleza que
les rodea, subsistiendo entre colonizaciones y perpetuamente divididos por
fronteras. La historia de Laponia se presenta como uno de los elementos más
interesantes que contextualizan la obra. La adolescencia de la protagonista se
rodea de racismo, clasismo y pérdida de identidad, tres factores claves que
sustentan la trama. El gran potencial de Kernell queda patente en un drama
social, construido a base de sueños que rápidamente se destruyen, de abusos por
parte de quienes piensan que son seres superiores por derecho.
La didáctica que la directora despliega crea una gran
riqueza narrativa, compuesta en su mayoría por un flashback para presentar los recuerdos de
la anciana Elle Marja, que pisa su tierra como una extraña, como alguien
totalmente diferente a aquella jovencita que anhelaba marcharse cuanto antes.
Por eso, cuando Niklas (Julius Fleischanderl) saca a bailar a Elle Marja, ésta
ve un universo nuevo para ella, el lugar que tanto necesitaba, la
oportunidad perfecta. No existen trabas en su camino porque siempre hay posibilidad de tomar un
segundo plan, pero cuando la codicia domina, da igual si nuestras
decisiones afectan a los demás.
Las hermanas Sparrok son hipnóticas en pantalla, destacando,
evidentemente, Lene Cecilia Sparrok, que sostiene la carga dramática con una
interpretación soberbia por la que ha recibido varios reconocimientos en los
Premios Guldbagge y los festivales de Seattle, Tokio y Vilnius. Las emociones
fluyen con facilidad a pesar de que el personaje de Elle Marja se muestra
cohibida, cautelosa. Su presencia queda arropada por una gélida atmósfera que
compone en todo momento la fotografía de la obra, labor de la directora Sophia
Olson, quien ya es habitual verla en el equipo del director islandés Rúnar Rúnarsson. Un trabajo
magnífico principalmente impulsado por el impactante paisaje de la región, del que, sin duda, se saca el máximo partido.
“Sami Blood” retrata la herencia del pasado, la historia más
destructiva del viejo continente. Un drama conmovedor, sólido, desarrollado con
inteligencia, tacto y un gran cuidado. La fascinante mirada de Kernell, también de origen sami, es capaz
de dejarnos atónitos por su belleza, avergonzados por nuestro ayer, extasiados
por su originalidad. Un relato más de los abusos, de las miserias, pero
contextualizado de tal forma que nuestros ojos son incapaces de apartarse de la
pantalla, absortos por el encanto de una tierra lejana que aún arrastra las
heridas de su propia memoria histórica.
Lo mejor: el descubrimiento de una parte de la historia
pocas veces retratada.
Lo peor: su narración posee una estructura clásica y poco
innovadora.
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