Aunque han pasado los años, la pieza documental “La isla de las flores”, del director y guionista de cine y televisión brasileño Jorge Furtado, está considerado como uno de los mejores cortometrajes de la historia precisamente por su visión crítica ante un drama social que cada vez está más presente. Con tres pequeños metrajes que anteceden a esta obra, la alocada comedia “Tormenta” (1984) y el drama carcelario “El día que Dorival se enfrentó a la guardia” (1986), ambos realizados en colaboración con el productor José Pedro Goulart; y la comedia fantástica “Barbosa” (1988), no fue hasta “La isla de las flores” que Furtado ganaría un destacado reconocimiento a escala global. Premiado en 1989 con el Oso de Plata en el Festival de Berlín, este trabajo se ha convertido en un visionado indispensable para todo cinéfilo. El que fuera director del Museo de Comunicación Social Hipólito José da Costa en Porto Alegre y productor en Luz Produções, saltó de lleno al mundo de la publicidad, fundó la Casa de Cinema de Porto Alegre y comenzó una carrera paralela como guionista en la televisión nacional. Su imparable trayectoria profesional le ha valido un gran número de galardones, muy especialmente dentro de Brasil.
En apenas 13 minutos de metraje, “La isla de las flores” consigue remover al espectador desde lo más profundo con una crítica extensible a toda la humanidad. Las imágenes que recoge son, simplemente, la cruda realidad que nos rodea y de la que permanecemos distantes. Con toques satíricos, Furtado parte de un metraje que a primera vista parece corresponder a un collage a buen ritmo, pero que en realidad presenta, inicialmente, la evolución de nuestro comportamiento, conectando datos, hechos, evidencias que explican las dinámicas habituales del capitalismo, pero que poco a poco se torna más oscuro, especialmente desde el punto de vista sociológico. A veces, hace falta una palabra para rescatar la memoria histórica o las conductas que solemos tomar a través de pequeños y sencillos ejemplos. Al final, esos 13 minutos de cortometraje se transforman en un mensaje poderoso, directo, más actual que nunca, apenas sin darnos cuenta gracias al fabuloso ingenio con el que trabaja el cineasta.
El proceso que sigue un tomate desde su cultivo hasta llegar a nuestras manos esconde información esencial que precisamente ayuda a entender qué sucede con él una vez que nosotros depositamos nuestras sobras en la basura. Su título, ya de por sí, resuelve algún que otro enigma al respecto, puesto que la Isla de las Flores existe realmente, situándose en Uruguay. Se trata de un espacio declarado como parte del Sistema Nacional de Áreas Protegidas, formando parte de un proyecto de reconstrucción de su patrimonio. Esta bella imagen descrita entra en contraste con el retrato que el director recoge y que, de una forma educativa, nos invita a reflexionar, a ser críticos con nosotros mismos y conscientes de las muchas “islas de las flores” que existen hoy en día.
“Libre es el estado de aquel que tiene libertad”. Con estas palabras, Furtado llega a los segundos finales de su obra deteniéndose en lo más importante, en el objetivo principal de su pieza documental. Nos hemos olvidado de la miseria que nos rodea y ni tan siquiera hemos aprendido de los errores del pasado. Arrastrados por la rutina diaria, a veces no somos capaces de darnos cuenta de lo que sucede más allá de lo inmediato, pero, para ello, existe este cortometraje. “La isla de las flores” supone un “tirón de orejas” propinado por el cineasta que ahora ya forma parte de la historia del cine, pero que, de vez en cuando, necesita ser rescatado para que el espectador tome nuevamente conciencia y comprenda las causas y consecuencias de las decisiones tomadas en este mundo.
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