Es
triste pensar que nos encontramos en un mundo cada vez más despiadado en el que
el rico roba al pobre y éste roba también a sus iguales. Una sociedad corrompida que,
con el transcurso de los años, va dejando en el camino su ética, los valores
morales más esenciales, para venderse al mejor postor, el dinero. Quizá se
trate de una reflexión tardía, pero, desde luego, es uno de los tantos
pensamientos que surgen con el visionado de la crudeza de “Godless”, de la
directora búlgara Ralitza Petrova. El primer largometraje de la autora, tras su
inserción en el mundo del cortometraje, supone un trabajo arriesgado por tan
desoladora fragancia. Un mérito que se vio recompensado con el premio a la mejor
actriz (Irena Ivanova) y el Leopardo de Oro del Festival de Locarno de 2016,
entre otros galardones obtenidos en certámenes internacionales como el de
Reykjavik, Sarajevo, Varsovia, Estocolmo o Sevilla.
“Godless”
cuenta la historia de Gana (Irena Ivanova), una mujer de mediana edad que
asiste a los ancianos a través de rutinarias visitas a sus hogares con el fin
de administrar correctamente los medicamentos y recibir un trato personalizado.
Sin embargo, se trata de un trabajo que tapa el lado más oscuro y ruin de Gana,
puesto que, en realidad, se dedica a robar los documentos de identidad de estos
pacientes, siendo, uno de ellos (quizás, el más significativo), Yoan (Ivan Nalbantov), conductor de un coro
religioso local que ha sufrido las calamidades del régimen comunista. Gana
comparte junto a su pareja, Aleko (Ventzislav Konstantinov), no sólo su
adicción por la morfina líquida, que consigue gracias a las personas más enfermas, sino también un jugoso y lucrativo negocio
vendiendo estos papeles a una red de criminales para su posterior extorsión y
fraude. Un mercado negro tejido desde el interior de la administración local, el corazón de la miseria de la que otros se aprovechan.