Hanji es el nombre que recibe el papel tradicional de Corea del Sur. Un producto artesanal que perdura con el paso del tiempo, incluso, de 1.000 años. Obtenido de la parte interna de la corteza de la morera, un árbol que se puede encontrar en las zonas montañosas de la península, este tipo de artesanía resulta ser todo un fantástico arte que se aprecia no sólo en cuadernos y libros de época, sino también como revestimientos de las puertas y ventanas del hogar para mantener el calor dentro de las viviendas, impedir la entrada de viento y permitir el paso de la luz. Debido a su gran resistencia, el ejército coreano fabricaba sus armaduras con este material, pero, en la actualidad, podemos verlo en muebles, en pequeños objetos caseros, como juegos de té u orinales, o, incluso, en coloridos muñecos. Toda una tradición que en occidente es prácticamente una desconocida y que, en muchos casos, es confundida con el papel washi de origen japonés.
Visto el valor de este tipo de arte, no era de extrañar que el afamado director surcoreano Im Kwon-Taek le dedicara alguno de sus trabajos que, en este caso, es el número 101 de su extensa trayectoria. Hablamos de “Hanji”, una producción que cuenta con el apoyo del Festival Internacional de Cine de Jeonju y que vuelve a poner en evidencia cómo el autor es un gran amante y perfecto embajador de las diversas expresiones artísticas de Corea del Sur, como la pintura, en el caso de “Ebrio de Mujeres y Pintura” (2002), o del hipnotizante canto del pansori, en “La Cantante de Pansori” (1993).
Pil-Yong (Park Joong-Hoon) es un funcionario medio que forma parte del equipo encargado de restaurar los anales de la Dinastía Joseon, impresos en hanji. El plan incluye a los principales maestros en este campo con el fin de reactivar la pequeña industria a un precio más económico. Durante este proceso, la directora de cine Ji-Won (Kang Soo-Yeon) se encargará de realizar un documental, que recibe el mismo nombre, “Hanji”, en donde quede plasmado no sólo este nuevo plan, sino también todo lo que implica esta tradición en la actualidad. Pil-Yong debe lidiar con cada artesano, los cuales no dudan en presionar para recibir halagos y adelantos de un presupuesto que recibe cortes constantemente. A su vez, el protagonista debe cuidar de su mujer Hyo-Kyung (Ye Ji-Won), que intenta recuperarse a duras penas de las secuelas que le ha dejado un reciente derrame cerebral.
Con cierto aire experimental, “Hanji” es prácticamente una excusa para explorar la interesante industria del papel en Corea del Sur. El hilo argumental principal es el documental que construye el personaje de Ji-Won, mientras que el desarrollo del protagonista y el toque de drama romántico que surge a modo de triángulo amoroso entre ambos y la esposa sirve más bien para agilizar una narración bastante intensa para quien no se ha familiarizado con el cine asiático profundo o desconoce las formas artísticas más importantes del país. De ser así, el filme se convierte en un soporífero material de casi dos horas de duración en las que se dedica la mayor parte del tiempo al proceso de creación de este tipo de papel y a aportar multitud de datos históricos e informativos sobre las condiciones en las que se encuentra actualmente la industria y no es hasta el final del metraje que los personajes expresan lo que supone en sus vidas este, a simple vista, material. Por tanto, no estamos ante un largometraje de ficción al uso y es que tanto Kwon-Taek como el guionista Song Gil-Han prefieren dejar una pequeña huella en un espectador que recibe de buena mano la verdadera esencia de lo que supone, dentro de la historia cultural coreana, el hanji, el auténtico protagonista de la cinta.
Como hemos mencionado, el resto de subtramas son las encargadas de crear cierta conexión con el público, que asiste al despertar del interés de Pil-Yong por este material, hasta el punto de entregar su propio dinero para que el proyecto de restauración salga adelante o de buscarse problemas administrativos y jugarse el empleo. El hilo romántico surge de forma fugaz, previsible y sin llevar a ninguna parte, pero el cineasta deja en nuestras manos los juicios y la problemática de una relación que se encuentra sumergida en plena crisis. Bien es cierto que el único interés que irradia esta parte del guion radica en la perfecta química que se genera entre los tres personajes, obviamente como reconocimiento a la estupenda labor que hacen los actores. Una tercera línea argumental traza ligeras pinceladas a lo largo del largometraje. Hyo-Kyung no sólo debe ganar la lucha contra su enfermedad, sino que además desconoce sus raíces. Apenas tiene datos de quiénes eran sus antepasados y mucho menos recuerdos de su infancia, pero tampoco se aleja del ámbito del hanji.
Resulta curioso ver cómo el documental realizado por el personaje de Ji-Won recibe el mismo nombre que esta película. Un aspecto que queda relacionado directamente con la aparición de Kwon-Taek en el propio cartel de su obra (en la parte superior derecha) y es que es inevitable pensar en cómo el director se ha sentido implicado en esta historia hasta el punto de sentirse como cualquiera de sus personajes. Quizá sea porque “Hanji” ha formado parte de su vida no sólo como una pieza más de su extensa filmografía, sino también como gusto personal hacia la cultura de su país o como una forma de autoreactivar el gusto por las tradiciones.
Lo mejor: el proceso de fabricación del papel hanji es de lo más interesante si se cuenta con cierto interés por el mundo oriental.
Lo peor: la gran cantidad de datos históricos y de detalles sobre esta industria puede hacer que el espectador sienta cierta pesadez si no se está acostumbrado a este tipo de cine.
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