En
los años 90, Japón veía despegar su escena musical más independiente con
multitud de pequeñas bandas de rock formadas por jóvenes que desconocían
totalmente cómo funcionaba el mundo del estrellato. Grupos locales y
cazatalentos al acecho, todo un cocktail que explosionó de la forma menos
adecuada y que queda recogido en “Bandage”, el interesante debut del cineasta
nipón Takeshi Kobayashi.
Poco conocida es esta producción que, además, está escrita y producida por el afamado
director Shunji Iwai, que continua jugando con sus propios límites. Y es que no deja de
ser uno de los realizadores más arriesgados y polifacéticos con una carrera
compuesta por títulos que van desde el drama a la animación, el romance, las
aventuras o, incluso, los relatos vampíricos. Totalmente imparable, en esta
ocasión cede su protagonismo a Kobayashi para dar vida a la adaptación de la
idea original de Chika Kan. Un trabajo que refleja perfectamente el competitivo
universo musical, el precio del éxito, las inquietudes y miedos juveniles o los
problemas existenciales.
Precisamente,
el título de “Bandage” nos sitúa en esa época de expansión indie, cuando una
estudiante de secundaria, Asako Suzuki (Kii Kitano), es invitada por unos amigos
a un concierto de una banda de rock independiente. Conquistada por el encanto
de la banda y, en especial, de su cantante, Natsu Takasugi (Jin Akanishi),
logra pasar de una simple gruppie a la asistente de la mánager Nobuko Yukari
(Ayumi Itô). A través de ella, somos testigos de las dificultades por las que
debe pasar la formación para hacerse un hueco en la industria musical. Sin
embargo, y antes de llegar al éxito deseado, todos los componentes serán
puestos a prueba antes de conseguir la fama que ellos mismos piensan que
merecen tener. Mantendrán su propia lucha de intereses, sus disputas entre el
amor y la amistad y verán qué y quiénes son primordiales en su escala al
estrellato.
Para
Akanishi supone la primera incursión en el cine y nada menos que con uno de los
papeles principales. Teniendo en cuenta ésto, queda más que evidente su corta
experiencia a lo largo de las casi dos horas de metraje. En algunas escenas da
rienda suelta a una intensidad excesiva que, al menos, contrarresta con otros muchos momentos más que aceptables, despertando nuestro interés en un joven que parece
esconder cierto talento en bruto y que, posteriormente, vimos mejorar en “La Leyenda del Samurái (47 Ronin)” (Carl Erik Rinsch, 2013). Natsu aparece
ante nosotros con cierto misterio y, con el transcurso de la cinta, iremos
profundizando en sus mayores tormentos y debilidades, sus inseguridades y mayores complejos. Por supuesto, su faceta de cantante destaca en los momentos
musicales al igual que la química que muestra junto a su compañera de reparto,
Kitano, que realiza una labor sobresaliente ante tal perturbadora relación. Con
mayor rodaje que Akanishi, le eclipsa en las escenas de mayor importancia con
su refrescante profesionalidad y su estupenda conexión con el espectador.
Una
lástima que los personajes secundarios se queden prácticamente en el olvido, a
excepción de Kengo Kôra, en la piel del oscuro Yukiya, una especie de tercero en
discordia que protagonizará un momento clave en la relación de todos los
componentes y que, aunque apenas tiene una presencia destacable, esconde una gran
carga emocional; y Ayumi Itô como Yukari, la cruel mánager que
únicamente busca el éxito por encima de todo.
La
historia retratada en forma de documental realza la intimidad de los personajes pero entrega cierto poder al escenario, a esa realidad a la que
Kobayashi nos quiere trasladar en un envolvente retorno a un pasado que aún sigue siendo cercano. “Bandage” se centra mayormente en la
profundidad sentimental, manteniendo la problemática de la industria
musical como motor de arranque de las dificultades por las que todos ellos
deben pasar. Un crecimiento personal hacia la madurez de unos jóvenes llenos de
complejos, de odio hacia sí mismos y de pureza convertida en competitividad
forzada.
La
música es otro personaje más al adquirir voz por sí misma, puesto que cada uno de los temas engrandece su propia intervención, dando salida a los pensamientos de la introvertida banda y forjando un aura verdaderamente fascinante. Una banda sonora excelente y totalmente
disfrutable en la que los componentes encuentran su consuelo, la respuesta ante
sus inquietudes y la calma en los instantes más intensos a nivel
dramático.
Es
cierto que Kobayashi podría haber sacado más partido de “Bandage” y sus
personajes, pero, pese a ello, su trabajo es una muestra muy interesante de lo
que el director puede llegar a ofrecernos en un futuro tras las cámaras, a parte de su
fantástica faceta como compositor, que le ha llevado a participar no sólo con Iwai,
sino, incluso, con el mismísimo Tarantino en “Kill Bill. Volumen 1” (2003).
Lo
mejor: la banda sonora tan elegantemente cuidada. La interpretación de Kitano.
La intensidad emocional de algunas de las escenas.
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