El siglo XX trajo la mayor época de inestabilidad para la península coreana. Tras la ocupación japonesa y la guerra que definitivamente separó a la población, vendrían décadas de gobiernos militares, de corrupción y de una aparente democracia que disfrazaba la realidad autoritaria de los gobernantes del sur. Precisamente, el veterano director surcoreano Im Kwon-Taek, testigo de tantos años de represión, plasma en pantalla lo ocurrido desde 1957 hasta 1972 en su cinta número 99, “Low Life”, que popularmente se conoció como “Raging Years”. En ella, se recogen los últimos años de la 2ª República de Bo-Sun Yun y el mandato de Chong-Hee Park, que se alzó con el poder a través de un golpe de estado militar, sembrando el terror como verdadero dictador mientras hacía despegar, por fin, la economía del país.
Las primeras escenas de la película nos remiten a Choi Tae-Woong (Jo Seung-Woo), que visita una escuela rival con navaja en mano. Sin embargo, de forma inesperada, el arma acaba clavada en su muslo por culpa de Seung-Moon (You Ha-Jun). El protagonista acude a la casa de éste para pedirle responsabilidades y termina siendo adoptado por el padre de su contrincante, Park Il-Won, que se presenta a legislador independiente en la Asamblea Nacional. El día en el que se presentan los candidatos a las elecciones, un grupo de mafiosos, apoyados por el partido opositor, llevan a cabo actos de violencia en los que se ve inmiscuido Tae-Woong, dando paso a una vida rebelde como gangster junto a su jefe Sang-Pil Oh (Kim Hak-Jun) y a Park Hye-Ok (Kim Gyu-Ri), su hermana mayor adoptiva y posteriormente esposa.
A lo largo de sus 105 minutos, vemos a un hombre que empieza a escalar socialmente a través de la ambición y corrupción en una época en la que se facilitaban este tipo de conductas, en donde el ejército se echaba a las calles a la más mínima movilización de los estudiantes y de la clase trabajadora, y en donde forzosamente existía el toque de queda entre otros muchos instrumentos de represión. Un drama de época que recoge algunas de las memorias de Kwon-Taek, que, en este caso, también se encarga de un guion en el que se aprecia el esfuerzo del realizador para poder compilar tantos hechos históricos en tan poco tiempo. Quizá por esto mismo, la narración se resiente constantemente con los trepidantes saltos temporales que se presentan, llevando al caos a un espectador que ya ni sabe en qué época se produce cada acción, al menos hasta la llegada del levantamiento ciudadano del 19 de abril de 1960 y el golpe de estado del 16 de mayo de 1961 gracias al rótulo que acompaña a las imágenes por ser hechos de gran relevancia histórica a pesar de que el personaje principal no tiene nada que ver directamente con ideologías o cuestiones políticas.
Sin embargo, la vida de Choi Tae-Woong no es tan importante como la lección de historia que nos presenta el autor en forma de película épica de gángsters con algunas escenas de violencia y de artes marciales perfectamente coreografiadas y explotadas. A su vez, el protagonista no es sino otro ejemplo más de cómo los mafiosos de aquellas tumultuosas décadas consiguieron un gran poder adquisitivo, incluso, con el apoyo del gobierno. Su mensaje queda claramente plasmado, sobre todo, a través de los diálogos, en los que se hace especial hincapié en las escasas diferencias entre estos criminales y los políticos.
Tae-Woong también nos introduce en el antiguo mundo cinematográfico de Corea que tanto aprecia Kwon-Taek y que de forma melancólica retrata. Al director le da tiempo a hacer referencia a la censura tanto sexual como política y a las dificultades a la hora de encontrar inversión. Un espacio que parece más propio de la vida del realizador que la del protagonista, evidenciando, más claramente, que sus vivencias también tienen su hueco en el guion.
Seung-Woo supone un toque de aire fresco entre el ambiente histórico en el que nos zambullimos. El actor, que precisamente dio sus primeros pasos con otro drama de época de Kwon-Taek, “Chunhyangdyun” (2000), vuelve a ponerse en sus manos con un papel que requiere más acción, algo que no afecta en absoluto su sobresaliente trabajo. Perfectamente inmerso en su personaje de joven rebelde e impetuoso con cierta ingenuidad, evoluciona con los años en el mafioso que irradia gran autoridad, en el amigo de confianza y en el esposo egoísta que no es capaz de comprender los sentimientos de su mujer, Hye-Ok, interpretado por Gyu-Ri, uno de los rostros más reconocibles de la cinta por su amplia trayectoria junto a cineastas coreanos de prestigio. Por aquellos entonces, la actriz aún firmaba con su antiguo nombre, Kim Min-Sun, con el que queda retratada en los créditos, pero, en 2009, adoptó el legado familiar. La joven encarna a la típica mujer supeditada a su marido, al que comprende en todo momento a pesar de que conoce la responsabilidad de sus actos. Cariñosa, educada, sacrificada y dedicada a su familia, intenta no ver la reputación que Seung-Woo tiene y mucho menos que sus hijos se involucren en tales actividades. El resto de personajes secundarios, independiente de su mayor o menor protagonismo, acompañan a la pareja sin tomar importancia. El autor apenas considera profundizar en algunos de ellos, de los que desconocemos algunos datos que podrían haber enriquecido la narración.
La dirección Kwon-Taek no rezuma la maestría de la que otras veces hace gala, quizá por intentar centrarse mayormente en contar todos los hechos necesarios en vez de cómo relatarlos. A pesar de ello, el realizador se rodea de su indispensable equipo, como el productor Lee Tae-Won, que también participó en algunos de sus anteriores largometrajes como “Chunhyangdyun” o “Ebrio de Mujeres y Pintura” (2002), entre otros. El director de fotografía Jung Il-Sung se encarga de tornar la imagen en todo un clásico de los 60, con una detallada escenografía que facilita el retorno al pasado, a ese ambiente lleno de corrupción e inestabilidad política. Un trabajo bastante decente que, aunque no sobresale en la filmografía de Kwon-Taek, consigue retratar tiempos duros que en occidente prácticamente desconocemos.
Lo mejor: las estupendas interpretaciones de Seung-Woo y Gyu-Ri. El recuerdo de una etapa de la historia coreana de lo más interesante.
Lo peor: los saltos temporales que, aun otorgando cierto ritmo al drama histórico, provocan que el relato sea bastante confuso. La falta de profundidad en personajes secundarios que parecen tener importancia.
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