La directora estadounidense de cine independiente y
experimental Shirley Clarke bien podría haber sido recordada como una de las
precursoras del videoclip contemporáneo, como sucede con Kenneth Anger y su tan célebre “Scorpio Rising”. Más
recordada por otras de sus labores, como sus metrajes dedicados a la danza, que
tanto conquistaron a la crítica; y su cargo dentro de Unicef y la televisión
pública norteamericana; Clarke nunca planeó dedicar su vida al séptimo arte,
aunque la influencia de compañeros de estudios, como Hans Richter, o sus más
cercanas amistades, entre las que destacaban nombres como Maya Deren, Stan
Brakhage o Jonas Mekas; que pudieron tener parte de culpa.
Precisamente, un ejemplo de las influencias que llegaron a su vida fue su cortometraje
“Bridges-Go-Round”, que recoge una mirada muy especial de los espectaculares y
emblemáticos puentes que atraviesan el puerto de Nueva York. Realizado a partir
de grabaciones sobrantes de algunos proyectos anteriores, la pieza transmite una
ensoñación rítmica a partir de abstracciones reveladas al son de la música. La
historia ha permitido recordar esta obra como un perfecto ejercicio de
expresionismo abstracto que contaba con dos bandas sonoras: la primera, una
base electrónica a cargo de los pioneros Louis y Bebe Barron; y la segunda, muy diferente, una composición de jazz creada por el compositor Teo Macero. Esto
bien pudiera deberse a caprichos de la cineasta o a favores por amistad, pero,
en realidad, los posibles problemas con los derechos de autor obligaron a
Clarke a contar con una segunda opción como reemplazo. Curiosamente, nunca se
produjo tal conflicto, por lo que se pudo exhibir el metraje con ambas piezas, sumergiendo al espectador en dos experiencias que parecen totalmente distintas.
Otorgar de movimiento a elementos inamovibles fue una de las
grandes obsesiones de las vanguardias modernas y, como tal, Clarke lo expresa a
través de estructuras fortalecidas por el paso de las décadas. La viveza de los
filtros de colores fue otra de las características que más llamaron la atención
en su exhibición. Sin embargo, los diversos tratamientos que se han utilizado
para su restauración y mantenimiento apagaron su brillo, únicamente recuperado
gracias a un magnífico trabajo de postproducción posterior. De esta forma,
“Bridges-Go-Round” se convierte en heredera de su tiempo entre bailes creados
por el montaje y las superposiciones.
El paisaje extraño que se nos muestra, se transforma en una
jungla urbana, capturando casi de forma mágica las creaciones industriales del
hombre por medio de una distorsión absoluta de la realidad. A pesar de contar
con imágenes idénticas, el cambio en la pieza musical modifica por completo
la obra, induciendo al espectador a observar una experiencia diferente,
hipnótica, misteriosa y llena de libertad. Casi una mirada futurista desde la
perspectiva de los años 50, que funciona como una ensoñación lejana, distante.
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